28 diciembre 2014

Sobre el marxismo japonés, entrevista a Elena Louisa Lange.

Elena Louisa Lange

El marxismo japonés es prácticamente ignorado en el mundo francófono. Sin embargo, Marx es debatido intensamente en Japón desde los años 1920. Elena Louisa Lange, filósofa y especialista en el marxismo japonés, nos introduce los hitos de la recepción japonesa de la teoría marxista: sobre la naturaleza del capitalismo japonés, la reelaboración de nociones a partir del “marxismo occidental” (reificación, alienación, etc.) y alrededor de la interpretación de El capital, destacando los riesgos de una teoría estrechamente economicista y la riqueza de las nuevas lecturas de Marx.
 
El marxismo japonés es poco conocido en el ámbito francófono. Exceptuando algunos estudios como el de Jacques Bidet, Kozo Uno et son école. Une théorie pure du capitalisme, aparecido en el Dictionnaire Marx Contemporain, o el número especial de la revista Actuel Marx (Le marxisme au Japon, nº2, 1987) y otros pocos textos, esta tradición está ausente en los debates contemporáneos del marxismo francés. Podría introducirnos brevemente las principales corrientes y las figuras más destacadas de esta tradición?
 
Hablando en general, es difícil encontrar en el Japón de posguerra un intelectual que de algún modo u otro no haya “coqueteado” con el marxismo. La reelaboración de la tradición marxista en Japón fue tan influyente después de la Primera Guerra Mundial que incluso los intelectuales conservadores sabían que tenían que nombrar a Marx para ser tomados en serio en los debates públicos. No hace falta decir que las teorías marxistas sufrieron no poca resistencia y represión: en las primeras fases de la recepción de Marx en Japón, en la era Meiji (1862-1912), en la era Taishō (1912-1926) y, sobretodo, en la primera parte de la era Shōwa (1926-1945). Cuando al inicio de la era Meiji, el periodo de “occidentalización”, se llevó a cabo la masiva y concentrada recepción de la filosofía occidental -consistente básicamente en un enorme proyecto de traducción para el cual el gobierno imperial creó un ministerio especial-, se introdujeron, naturalmente, lo que se ha dado en llamar la “filosofía burguesa”. Es decir, el idealismo alemán, el racionalismo británico y el empirismo y vitalismo francés (Bergson). Ciertamente, el Manifiesto del Partido Comunista fue traducido al japonés en 1904 por un activista político, Kōtoku Shūsui. Pero en general, el temprano movimiento socialista fue constantemente perseguido durante la era Meiji. No fue hasta los años 1920 que aparecieron publicaciones marxistas, notablemente el primer volumen de El capital, que fue traducido en 1920 y al que siguieron los volúmenes II y III en 1924. Aunque, para poder ampliar este fenómeno en su conjunto, tuvo que llegar la derrota de Japón frente al ejército norteamericano -que irónicamente, en un primer momento, apoyó abiertamente el estudio de Marx en escuelas y universidades. Pero Marx no era un tema exclusivamente académico. La fuerte presencia del marxismo en los debates públicos influenció la sociedad japonesa de posguerra. Estos debates, en forma de mesas redondas y publicaciones en periódicos como Asashi Shinbun (probablemente comparable a Le Monde), formaron durante mucho tiempo parte de la tradición intelectual japonesa. En general, podríamos decir que esta fuerte y concentrada recepción de la elaborada metodología marxiológica, especialmente en lo referente a la Crítica de la Economía Política, después de la Primera Guerra Mundial, es comparable al vigor de la recepción de Hegel e incluso Darwin a finales del siglo XIX.
 
En lo referente a las corrientes marxistas en Japón, debe mencionarse el papel del Partido Comunista Japonés, de sus miembros, sus disidentes y sus disputas, igual que el famoso debate sobre el capitalismo japonés de los años 1930. De todos modos, no me extenderé en este punto dado que Jacques Bidet ha presentado ya al público francés los aspectos principales del debate. En lugar de ello, me gustaría destacar, aunque sea brevemente, las corrientes “heterodoxas”. Las corrientes marxistas/marxianas más influyentes destacaron en los estudios culturales, en literatura y en filosofía, juntamente con la economía política marxista que fue la más académica. Se pueden encontrar figuras destacadas de la corriente literaria, especialmente del movimiento de literatura proletaria, desde Nakano Shigeharu (1902-1979) hasta Yoshimoto Takaaki (1924-2012), quién fue el padre del famoso escritor Banana Yoshimoto y figura popular del movimiento estudiantil de izquierdas en 1968.
 
Respecto al campo de la filosofía marxista, aunque es muy difícil escoger uno o dos nombres, debe mencionarse a Hiromatsu Wataru (1933-1994), el que seguramente sea el secreto mejor guardado del marxismo japonés dado que ninguno de sus textos está disponible en lenguas occidentales. Wataru estudió en profundidad la idea de reificación explorando el concepto en todas las dimensiones epistemológicas imaginables. También Umemoto Katsumi (1912-1974), filósofo marxista que tuvo como referencias principales las Tesis sobre Feuerbach y La ideología alemana. Katsumi fue un autor importante en el “debate sobre la subjetividad” en 1946-1948. Este debate abordó la cuestión del individuo en el materialismo histórico, pero se convirtió en una discusión limitada y muy influida por el trasfondo del existencialismo heideggeriano. Hace falta recordar que a menudo el lenguaje en el que se desarrollaron los debates sobre Marx estuvo fuertemente marcado por la jerga existencialista. Sartre era sin duda una estrella en Japón, e incluso aquellos que eran críticos con él utilizaban categorías como el “ser” y la “nada”.
 
En el plano del marxismo cultural (cultural marxism), debe mencionarse Tosaka Jun (1900-1945). Tosaka es un autor demasiado importante para ser tratado solo superficialmente, perdonen la brevedad. Fue estudiante del filósofo conservador, el idealista Nishida Kitarō, pero se convirtió en un crítico del idealismo y muy pronto adoptó el materialismo como proyecto filosófico. Fundó en 1932 el “Grupo de Investigación en Materialismo” (yuibutsu ron kenkyūkai) donde se discutían no solo cuestiones filosóficas sino también problemas de actualidad como la irrupción del fascismo, el papel de los medios de comunicación, la ideología… Por supuesto, Tosaka fue detenido y murió en prisión el 1945. En mi opinión ha sido uno de los pocos autores que ha tomado seriamente la Tesis 11 sobre Feuerbach y fue el único crítico consecuente de la sociedad japonesa en un momento en el que era prácticamente imposible sostener posiciones disidentes. Otro crítico “cultural” muy influyente fue Maruyama Masao (1914-1996), quién sin embargo no era marxista pero su línea de pensamiento, que incluye un enfoque psicoanalítico de la crítica de la sociedad, recuerda ciertos planteamientos de la Escuela de Frankfurt a pesar de no haberla conocido.
 
En lo referente a la Crítica de la Economía Política, el abanico de la economía marxista se extiende desde las críticas al uso de la pobreza y la acumulación del capital hasta los específicos debates de expertos en la teoría marxista de la forma valor. No hace falta decir que Uno Kōzō (1897-1977) fue un intelectual, en el sentido científico del término, con un profundo conocimiento de la teoría económica de Marx. Uno Kōzō protagonizó debates con muchos intelectuales de izquierda. Entre sus obras se cuentan multitud de ensayos llevando por título “Respuesta a la crítica del profesor X”, donde el “profesor X” muchas veces era un rival -como Kuruma Samezō (1893-1932)- pero también sus propios estudiantes y colaboradores como, por ejemplo, Furihata Setsuo (1930-2009). Actualmente, Uno Kōzō sigue considerándose una referencia para muchos economistas críticos, y en algunas ocasiones discutido críticamente. Ōtani Teinosuke (nacido en 1934), profesor emérito de economía en la Universidad Hōsei de Tokyo, continúa en la actualidad la crítica filológica iniciada por Kuruma Samenō, rival de Uno Kōzō, impartiendo regularmente hasta el día de hoy seminarios sobre El capital y los Grundrisse.
 
Tan pronto como en los años 1920, intelectuales como Kazuo Fukumoto por ejemplo, introdujeron algunos aspectos de la teoría marxista en Japón. En concreto algunos elementos relevantes de lo que se ha dado en llamar el “marxismo occidental” como la alienación, la reificación, etc. ¿Consideras estás nociones como centrales en el debate japonés? ¿Qué articulación puede existir entre el “marxismo occidental”, en sus formas más hegelianas (Lukács, Korsch, Escuela de Frankfurt), y el marxismo japonés?
 
En su conjunto, el problema del fetichismo y el valor juntamente con sus formas reificadas no ha sido tratado especialmente en el marxismo japonés. Ciertamente, Historia y conciencia de clase de Lukács fue parcialmente traducido en 1927. Pero no provocó un impacto considerable en la recepción del problema de la reificación. Existen excepciones, tal como nombramos anteriormente, Hiromatsu Wataru ha analizado abundantemente la noción de reificación. Según Wataru, existe un corte radical entre el temprano concepto “hegeliano” de alienación en los primeros trabajos de Marx y su noción de reificación en los trabajos de madurez tal como se trata en el teorema del Carácter fetichista de la mercancía del volumen I de El capital. Pero este último fue interpretado de manera incompleta por Hiromatsu, porque la dimensión intra-subjetiva no fue enteramente explorada. Juntamente con la noción de “reificación” (Verdinglichung), problematizó con la noción de “objetivación” (Versachlichung), más completa y profunda en el proceso de intercambio de mercancías y sus efectos en el plano intersubjetivo. Hiromatsu Wataru fue no obstante uno de los pocos en abordar claramente la cuestión del valor como fetiche y las formas en las que las relaciones sociales se convierten en relaciones entre cosas. Podemos constatar que, si bien esta problemática ha sido abordado, se ha limitado a la filosofía marxista, sin entrar en el campo de la economía teórica marxista. Pero incluso entre los filósofos, la concepción materialista ha estado a menudo contaminada por un lenguaje fenomenológico y existencialista, en ocasiones incluso idealista-fitchiano. Sin embargo, estos desarrollos pueden cambiar gracias al nuevo interés suscitado por la teoría del valor, que no puede en efecto eludir el problema del fetichismo. Un estudio recientemente publicado por el joven investigador Sasaki Ryūji, Marx’s Theory of Reifications. Thinking Material as the Critique of Capitalism” (2011), supone un avance en la exploración de una discusión tanto tiempo desatendida en Japón. Pero la discusión deberá recapitular la larga tradición producida en occidente, por ejemplo, por parte de la Escuela de Frankfurt. Benjamin, Adorno, Horkheimer y Marcuse no han sido tomados en serio como teóricos marxistas del problema del fetichismo. En Japón, sus textos fueron leídos a lo sumo como hermenéutica cultural (Benjamin) o sociología (Adorno, Marcuse). La recepción de la Escuela de Frankfurt y el impacto de su crítica no podemos decir que haya sido abrumadora. Por ejemplo, la idea de “abstracción real” de Alfred Sohn-Rethel, central en los enfoques recientes sobre la teoría de la forma valor, hasta donde yo conozco, no ha sido discutida en Japón. En este aspecto, se puede escribir una nueva página en la tradición marxista si se potencia la teorización por esa vía fecunda. Es extraño que haya tan pocos intelectuales japoneses que se puedan definir como “marxistas hegelianos” cuando Hegel ha sido un autor principal en los departamentos de filosofía desde el siglo XIX. Los filósofos Mita Sekisuke (1906-1975) y Funayama Shin’ichi (1907-1994) y su propuesta de “materialismo antropológico” representan la excepción. Por regla general, los economistas marxistas japoneses han evitado teorizar la reificación. Es interesante observar que en este contexto Mita Sekisuke fue también un crítico radical de Uno Kōzō.
 
Uno Kōzō es uno de los de los autores más conocidos del marxismo japonés en Francia. ¿Nos podría presentar sintéticamente su trabajo teórico? Una de las especificidades de la Escuela de Uno es la elaboración de la “teoría pura” del capital. Ese objetivo “trascendental” parece algo contraintuitivo y especulativo. ¿Qué elementos epistemológicos podemos destacar?
 
La idea del desarrollo de una “teoría pura” es elaborada por Uno Kōzō en su trabajo seminal, Keizai genron (1950-2/ 1964). Es más simple de lo que parece: para entender la estructura de la “sociedad mercantil”, es necesario distanciarse de las investigaciones empíricas e históricas con tal de formar una teoría que pueda ser válida más allá de su aplicación a la sociedad capitalista. El objetivo de Uno Kōzō era entender el capitalismo, pero inspeccionando la sociedad burguesa podemos entender las sociedades pre- y post- burguesas. Para construir una teoría del capitalismo que fuera útil, Uno Kōzō estaba dispuesto a dejar a un lado los datos históricos, tablas, estadísticas, encuestas… En mi opinión, la diferencia más sorprendente entre Keizai genron y El capital de Marx, a parte del método sobre el que volveré más tarde, es que El capital es primero y principalmente una CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA. En cambio Uno Kōzō no escribió una Crítica de la Economía Política sino que tomó de Marx su crítica de Smith, Ricardo, Say, Quesnay, etc. y las consideró como presupuestos establecidos. Es así como Uno Kōzō consiguió reescribir los tres volúmenes de El capital en un delgado libro de 227 páginas (al menos la edición de 1964), un logro remarcable.
 
Pero también intervino notablemente en la arquitectura de El capital. La mercancía, el dinero y el capital, que componen las tres primeras secciones de su Keizai genron, son consideradas como “formas de la circulación”. Por lo tanto, la doctrina de la circulación (ryūtsūron) se sitúa al inicio de su investigación. No hace falta señalar que Marx empieza con El proceso de producción del capital, donde analiza la mercancía y el dinero, pareciendo estos elementos puros medios de circulación. El propósito de Marx era mostrar aquello que no era evidente: que el dinero es una relación social fundada en la organización del trabajo (humano abstracto) en las sociedades capitalistas. Por el contrario, Uno Kōzō tiene una idea más bien “funcional” del dinero, dinero como medio de circulación. Con todo, debe señalarse que su análisis de la mercancía, el dinero y el capital abstrayéndose del proceso de trabajo es peculiar.
 
En mi opinión, lo menos interesante, aunque probablemente sea el aporte más conocido de Uno Kōzō es su enfoque en tres niveles (sandankairon) de la economía política: donde el primer nivel es la teoría pura; el segundo nivel se refiere al análisis de las fases del capitalismo (capital mercantil, industrial y financiero); y el tercero explora los acontecimientos políticos actuales y “reales”. No creo que este enfoque sea significativo en la obra de Uno Kōzō porqué no desarrolló los niveles segundo y tercero, aunque propuso una conceptualización metódica. Abandonó, a mi parecer sabiamente, la teoría de las fases característica del marxismo tradicional de Lenin o Luxemburgo y no siguió cierta moda de los años 50 hacia la conceptualización del capitalismo japonés. En cambio, concentró plenamente sus esfuerzos en entender la socialización capitalista (capitalist sociation) en el único marco de la “teoría pura” y redujo la esencia de la economía política a tres leyes fundamentales: la ley del valor, la ley de la población y la ley del equilibrio de la tasa de ganancia. No se dejó seducir por cuestiones tales como el fetichismo, la abstracción real, las “formas objetivadas del pensamiento” y otros elementos que fascinan la reciente marxología (incluida yo misma). Siguió la línea del rígido economista y exploró el capitalismo como un proceso donde las cosas suceden por alguna razón. No le interesaba encontrar porqué en las sociedades capitalistas “todo sucede como debe suceder y, por tanto, inapropiadamente” (alles mit rechten Dingen zugeht und doch nicht mit rechten Dingen (Adorno)).
 
En tu opinión, ¿qué limites tiene el enfoque de Uno Kōzō? La lectura de Marx a partir de la Teoría de la forma valor te parece una alternativa posible, metodológica, crítica y política, al aporte de Uno Kōzō?
 
Yo diría que los límites del enfoque de Uno Kōzō surgen precisamente al descartar los elementos “impuros” del capitalismo como formación histórica. Esto no concierne únicamente a la “acumulación originaria”. De hecho, Uno Kōzō dedica mucho espacio a la acumulación originaria. Pero el problema de la autonomización de la ley del valor, de la forma valor como fetiche históricamente determinado, y la complejidad de la abstracción real. En otras palabras, lo que falta en el enfoque de Uno Kōzō es la discusión detallada de la dimensión cualitativa del valor. La ley del valor no puede ser explicada exclusivamente en base a datos económicos. Fallaría el tiro si así fuera. La tarea de la economía política debe ser explicar porqué el trabajo en el capitalismo necesariamente adopta la forma de valor. En mi opinión, estas son las reflexiones indispensables para entender la sociedad capitalista. Analizar el modo de producción capitalista no puede ni debe hacerse de manera “pura”.
 
Por ejemplo, en mi proyecto de investigación, entre otras cosas, intento ver la relación entre la visión de Uno Kōzō sobre el dinero y el valor -una teoría del valor ni monetaria ni premonetaria, sino una teoría “funcional-relacional”- y su falta de interés por el problema del fetichismo y la reificación. El rechazo de la teoría laboral del valor -o más bien, su incomprensión- por parte del marxismo japonés es en este aspecto revelador. Uno Kōzō le reprocha a Marx haber desarrollado la teoría del valor dentro de “la esfera de la circulación” -en el capítulo sobre La mercancía en el volúmen I de El capital- en lugar de hacerlo en la esfera de la producción. Esta incomprensión de la obra de Marx, en mi opinión, es la responsable de la perpetua y creciente sospecha contra el teorema fundamental de Marx (el carácter fetichista de la mercancía), llegando al peculiar caso japonés donde incluso los economistas marxistas rechazan la teoría del valor por un supuesto “substancialismo”, ignorando completamente su ímpetu crítico. No es entonces casual la popularización de la teoría de la utilidad marginal y, con ella, la investigación económica puramente cuantitativa y su consecuente abandono de la crítica de la forma que adopta el trabajo. Este es el caso, por ejemplo, del economista ex-marxista Michio Morishima y su “Teoría del crecimiento económico”. Los salarios son de nuevo abordados como equivalentes de una cierta cantidad de trabajo, lo que provoca que, como mucho, se centre el interés en los aumentos salariales sin discutir el sistema salarial como tal, en su conjunto. Naturalmente, este es un fenómeno que se ha producido en prácticamente todos los países tardíamente industrializados.
 
Afortunadamente, las “nuevas lecturas” de la teoría del valor han ayudado a reintroducir la relación teórica entre valor, dinero, capital y trabajo. A menudo van más allá de Marx, lo que considero necesario y bienvenido. Al mismo tiempo, tengo la sensación que en ocasiones se reduce el ímpetu crítico de Marx perdiendo de vista la lucha política y cotidiana concreta. Tan importante es ir más allá de Marx como guardar en mente el intrínseco maximalismo de su proyecto: abolir el modo de producción capitalista y sus “formas de pensamiento objetivadas”. Empiecen en su lugar de trabajo.
 
Elena Louisa Lange es investigadora asociada de la Universidad de Zurich, filósofa y especialista del Japón. Ha publicado “Failed abstraction – The Problem of Uno Kozo Reading of Marx’s Theory of the Value Form” en Historical Materialism, 22.1.
 
Entrevista realizada por Vincent Chanson y Frédéric Monferrand
 
 
 

 

22 diciembre 2014

Gramsci, la reconstrucción del PCE y la Hegemonía de la clase obrera.

Javier Parra
 
 
Cada vez que escuchamos hablar de “hegemonía” nos viene a la cabeza Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, y uno de los más brillantes  dirigentes y teóricos comunistas de la historia, que no solo fue perseguido y encarcelado prácticamente hasta su muerte por el fascismo italiano, sino pisoteado por quienes, desde la presunta izquierda, han manipulado, mutilado y amputado su obra para justificar la destrucción de las organizaciones de clase. Nunca ha sido más citado Gramsci como cuando se ha tratado de justificar la disolución de los Partidos Comunistas, empezando por el PCI, allá por 1991.  Un insulto a la memoria del propio Gramsci, una mente prodigiosa como reconocería incluso el régimen de Mussolini, después de que lo detuvieran y lo condenasen a una larga pena de cárcel afirmando que “había que impedir que ese cerebro funcionase durante veinte años”. Mussolini trató de impedir a aquel cerebro funcionar, otros se han ocupado de manipular y pisotear su pensamiento. 
 
Sin duda la obra de Gramsci es increíblemente poderosa y necesaria en estos días, pero no se le puede leer amputado ni tergiversado, hay que leer su obra completa, o al menos conocer sus principales líneas de pensamiento. Un pensamiento que, entre otras cosas, debe alumbrar el camino que las y los comunistas hemos emprendido para la reconstrucción de un Partido Comunista de España como organización revolucionaria capaz de hacer que la clase trabajadora (y no otra) sea hegemónica en la sociedad. Porque en toda sociedad – como indicaba Gramsci – siempre hay una clase que impone su forma de ver el mundo, su cosmovisión, al resto. En el caso de nuestro país son las oligarquías empresarial y financiera, que actualmente están muy bien representadas en el el IBEX 35. Unas oligarquías que a través del llamado “consenso de la transición”, han ido imponiendo  sus leyes y sus postulados al resto de las clases, y lo han hecho, con la inestimable colaboración de PP y PSOE, a través del sistema educativo, religioso y a través de los medios de comunicación. 
 
Pero Gramsci también nos enseña que la Hegemonía nunca es absoluta. Siempre hay conflictos y rupturas, siempre hay movimientos contrahegemónicos (huelgas, movilizaciones, literatura…), que cuando se hacen muy intensos, acaban desquebrajando la hegemonía y el consenso existente. Es cuando la clase dominante pierde el consentimiento, y deja de ser dirigente, y es únicamente dominante por medio de la coerción, de la fuerza.
 
Estos días la aprobación de la la llamada “Ley de Seguridad Ciudadana” ha demostrado que la clase dominante ha perdido su consentimiento, y ya solo es capaz de dominar por la fuerza, lo cual no quiere decir que no pueda recomponerse y establecer un nuevo consenso en la que siga siendo dominante, tal y como está intentando.
 
Lo cierto es que en este momento las masas ya no creen en lo que creían. Ya no creen en lo que habían estado creyendo en España durante los últimos 35 años. Este es el momento que definía Gramsci en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, el claroscuro en el que aparecen los monstruos, “en el que aparecen los más diversos fenómenos morbosos”.
 
Y esa muerte de lo viejo es la que abre también la posibilidad de formar una nueva cultura. Una nueva cultura que doblegue a la cultura del capitalismo tardío  (el postmodernismo) y que trabaje al servicio de la transformación del país; una nueva cultura popular con la que los dominados impongan a los dominadores su forma de ver el mundo. Porque nuestro objetivo es imponer un nuevo consenso en el que todas las clases de la sociedad acepten que es la visión de la clase trabajadora la que deba prevalecer, y  ese objetivo únicamente se conseguirá con un Partido Comunista fuerte, organizado con una estructura revolucionaria,  y que se ocupe también reconstruir también la alianza entre las fuerzas del trabajo y la cultura.
 
Debemos reivindicar el pensamiento de Gramsci, debemos estudiarlo, incorporarlo a nuestros debates, a nuestra acción política y organizativa para la conquista de la hegemonía por parte de la clase obrera.  No debemos permitir que lo usurpen quienes pretenden tergiversarlo, quienes pretenden lanzarlo contra el Partido Comunista, quienes hablan de “hegemonía” para quién sabe qué clase, quienes quieren, en definitiva llevarlo a una segunda muerte. Gramsci nos pertenece.
 

14 diciembre 2014

Entrevista a Rafael Alegria: "En Honduras hay escuadrones de la muerte."

El dirigente campesino y diputado del Partido LIBRE, Rafael Alegría, reclama la atención de la comunidad internacional para evitar más crímenes. Él también está amenazado.
 
 
 
Haciendo honor a su apellido, Rafael Alegría intercala sonrisas en medio de un escalofriante testimonio. Este histórico campesino hondureño, ahora diputado del partido de izquierdas Libertad y Refundación (LIBRE), ha tenido que aprender a vivir con la muerte a su alrededor. Durante los últimos días ha visitado Madrid, Barcelona y Euskadi, donde ha advertido sobre las graves vulneraciones a los derechos humanos que se producen en su país. De hecho, Alegría también está en la mira de los escuadrones de la muerte. El anterior presidente, Porfirio Lobo, le recomendó que no lo denunciase a la Policía, ya que el remedio podía ser peor que la enfermedad. 
 
¿Cuál es el motivo de su visita a España?

 Hemos venido a llamar la atención del pueblo y de las autoridades sobre la complicada situación que atraviesa Honduras. Debo decir que estoy contento, porque he palpado mucha preocupación por lo que pasa en Honduras, principalmente por los casos de violencia y persecución, así como por las pretensiones del gobierno actual de imponer una dictadura.
 
¿En Honduras se violan los derechos humanos?
 
Ese es uno de los grandes problemas que tenemos. En nuestro país, un 70% de la población vive en la pobreza. Según Unicef, el 59% de los niños sufren desnutrición crónica. Es una situación muy grave, y el gobierno, en vez de buscar diálogo y soluciones pacíficas, lo que hace es reprimir y asesinar. Nuestro partido ya ha denunciado que en Honduras hay escuadrones de la muerte que, según su propio lenguaje, se dedican a hacer limpieza social, asesinando especialmente a jóvenes. También hay que destacar que de estas violaciones a los derechos humanos no se salva prácticamente nadie. Por ejemplo, en menos de cuatro años han asesinado a 140 líderes campesinos. Se calcula que el feminicidio en Honduras acumula 2.020 mujeres asesinadas en ese mismo periodo. También fueron asesinados 85 abogados y 44 periodistas. El último asesinato fue el de una dirigente campesina, Margarita Murillo, fundadora de la Vía Campesina.
 
Qué grado de responsabilidad tiene el gobierno de Honduras sobre estas violaciones a los derechos humanos?
 
Absoluto. En toda sociedad civilizada, el estado debería brindarles seguridad a las personas. En Honduras no sólo no la ofrece, sino que el propio Estado es factor de violencia. Hay una policía civil que se ha comprobado que está ligada al crimen organizado. El actual gobierno ha organizado de forma paralela una policía militar política, para reprimir las luchas de nuestro pueblo. Hay que recordar que después del golpe de estado de 2009, el pueblo se organizó en resistencia, y aún permanece movilizado. Pues resulta que el régimen que usurpó el poder es el que ha puesto en marcha esa Policía Militar.
 
¿Qué podría hacer la comunidad internacional para frenar esta situación?
 
Nosotros creemos que es el momento de que la comunidad internacional vuelva sus ojos a Honduras. Hay que recordar que cuando se produjo el golpe de estado, hubo sendas declaraciones de la ONU, OEA o Unasur, entre otros organismos, a favor del orden constitucional. Sin embargo, esa misma comunidad internacional fue influenciada por Estados Unidos para que no hubiese salida democrática en el país. Entonces reconocieron unas elecciones amañadas, tal como promovió Estados Unidos. A raíz de ello, ahora mismo en Honduras no hay democracia, sino un gobierno duro, de corte dictatorial.
 
De hecho, usted ha sido amenazado en reiteradas ocasiones...
 
Así es. Incluso fui informado por el anterior presidente, Porfirio Lobo Sosa, de que había un plan para eliminarme. Me dijo que había que cuidarse, pero también me indicó que él no podía garantizarme la vida, ni siquiera la protección, porque era consciente de que la Policía no era confiable.
 
¿Y usted qué hizo?
 
Pues los compañeros de Vía Campesina me acompañan todo el tiempo. He tomado medidas; no ando solo. Además, he denunciado esta situación a nivel nacional e internacional, aunque todos somos consciente de que estamos en la ley del sálvese quien pueda. Fíjese que el presidente del Congreso hondureño llegó a afirmar que la seguridad tenía que proporcionársela uno mismo, no saliendo a fiestas, no andando por la noche y no yendo a las manifestaciones. Repito: eso lo dijo el presidente del Congreso de Honduras.
 
¿Quiénes están detrás de estas amenazas de muerte?
 
Es gente de la oligarquía, vinculada a la Policía. Hay una denuncia ante la Fiscalía, pero no ha habido ningún avance. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha ordenado que se tomasen medidas cautelares para protegerme, lo cual es importante, aunque no siempre alcanza: hubo pronunciamientos similares en otros casos, pero los compañeros fueron igualmente asesinados.
 
¿Ha valorado la posibilidad de marcharse del país?
 
Esa era una alternativa, pero decidí quedarme. No puedo concebir la vida fuera de mi país. Llevo 40 años luchando en el movimiento campesino, y estoy convencido de que tenemos una gran tarea por delante: la refundación del país. Así que nos encomendamos a Dios.
 
¿Al presidente no se puede encomendar?
 
Definitivamente no. Ni siquiera pedirle ayuda o protección. Le voy a poner un ejemplo: todos los dirigentes del partido del gobierno tienen coches blindados, equipos armados... A nosotros, por el contrario, nos reprimen dentro del propio Congreso nacional, como ya ocurrió hace algunas semanas. Así que nuestra protección pasa, principalmente, por la presión que realizan los organismos de derechos humanos.  
 
Antes mencionaba el caso de la reconocida dirigente campesina Margarita Murillo, asesinada a finales de agosto pasado. ¿El gobierno de su país ha dado algún paso para aclarar este caso?
 
Absolutamente nada. También asesinaron a 100 campesinos que luchaban por la tierra en la zona del Bajo Aguán, y no hay ni tan siquiera un requerimiento fiscal o una investigación seria y responsable para dar con el paradero de los asesinos, aunque todo el mundo sabe quiénes fueron: paramilitares y escuadrones de la muerte. 
 
Durante su visita a Euskadi, ha sido recibido por la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco. ¿Está satisfecho con los resultados?
 
Los miembros de la comisión fueron muy receptivos. Entre otras cosas, les planteamos la posibilidad de que una delegación de parlamentarios vascos se desplace a Honduras para conocer la situación que estamos viviendo. También les pedimos que impulsen una declaración en la que expresen su preocupación por las violaciones a los derechos humanos en nuestro país y que estén atentos a los acontecimientos en Honduras.
 
¿Qué otros contactos ha mantenido en el Estado español?
 
También estuve en Madrid, donde participé en un foro organizado por Podemos sobre el Tratado de Libre Comercio entre Europa y Estados Unidos. Luego fui a Barcelona para estar con organizaciones fraternas, como VSF-Justicia Alimentaria Global, junto a la que impulsaremos una campaña contra el monopolio del azúcar. 
 
¿Ha encontrado coincidencias políticas con Podemos?
 
El compañero Manuel Zelaya Rosales (ex presidente de Honduras, depuesto por un golpe de estado en 2009), actual coordinador de LIBRE, ha tenido oportunidad de encontrarse al más alto nivel con los dirigentes de Podemos. Yo también pude dialogar con miembros de la comisión política, y he visto que en este movimiento hay mucho interés por América Latina. Estoy sorprendido porque en poco tiempo se ha constituido un movimiento democrático y dinámico como Podemos, con mucho respaldo de la población. Creo que en Europa hay aires de cambio, y eso me emociona.
 

08 diciembre 2014

México en llamas, el colapso del capitalismo neoliberal.

Ariel Noyola Riquelme, periodista mexicano
 
El neoliberalismo no es una ideología. Tampoco es un paradigma. Constituye, a grandes rasgos, un proyecto orientado a reforzar el poder de la clase capitalista. En tanto que, crítica de la economía política, la aproximación marxista rechaza, de manera tajante, el antagonismo aparente entre el Estado y el Mercado. En cambio, los economistas ortodoxos se limitan a hacer apología del “Estado de Bienestar”, categoría relacionada con las políticas de inspiración keynesiana implementadas en los países industrializados al término de la Segunda Guerra Mundial.
 
De acuerdo con la argumentación más común, los aumentos salariales y de gasto público permitieron incrementar el nivel de la demanda agregada y la producción mundial. El incremento de la producción generaba, a su vez, un efecto multiplicador sobre los requerimientos de fuerza de trabajo por parte de las empresas. Mantener el “pleno empleo” garantizaba la obtención de una tasa de beneficio elevada, derivada tanto del aumento de los precios como de la ampliación del mercado interno. Así, el “círculo virtuoso” de la acumulación de capital de la segunda posguerra permitió, como nunca antes, alcanzar una expansión económica sostenida en escala global durante más de dos décadas (período también conocido como la época dorada del capitalismo).
 
Sin embargo, la realidad fue muy diferente. El “Estado de Bienestar” no permaneció ajeno a un sinfín de contradicciones que a la postre representaron un obstáculo para la acumulación de capital. Por ello, es indispensable analizar las condiciones objetivas del neoliberalismo antes de abordar sus consecuencias sobre la economía mexicana.
 
En primer lugar, la crisis de rentabilidad de la economía de Estados Unidos a finales de la década de los sesenta llevó a las clases dominantes de dicho país a realizar un viraje de enormes proporciones. La persistencia del estancamiento económico y la inflación (estanflación) exigió un cambio de rumbo como un intento de revertir la caída de la tasa de beneficio a favor del capital y en detrimento del movimiento obrero organizado.
 
En segundo lugar, si bien el inicio del neoliberalismo se asocia generalmente a los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente, la crisis fiscal de Nueva York y el golpe de Estado en contra del presidente chileno Salvador Allende ya habían sido utilizados con anterioridad como bancos de pruebas de la ofensiva por parte del capitalismo neoliberal para, de un lado, hacer caer sobre los trabajadores los costos del ajuste y, por otro lado, evitar cualquier tipo de reivindicación a favor de la redistribución de la propiedad y del ingreso.
 
Por otra parte, hay que tomar en consideración que los efectos del neoliberalismo sobre las economías de la periferia fueron de un calado mucho mayor si se los compara con los países del capitalismo central. México es un claro ejemplo: más de tres décadas de capitalismo neoliberal han colocado al país en un punto tan crítico, cuyos daños difícilmente podrán revertirse en el corto plazo. La incorporación al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) a finales de la década de los ochenta y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994 apuntalaron la dependencia de la economía mexicana respecto a Estados Unidos a través de la destrucción del campo y la industria, sectores que antes habían sido apoyados por el Estado desarrollista.
 
El retorno del Partido Revolucionario Institucional al Poder Ejecutivo federal en 2012, además de representar un grave retroceso en materia democrática, constituye la profundización del capitalismo neoliberal a una escala sin precedentes. La aprobación del paquete de 11 “reformas estructurales” (laboral, fiscal, educativa, telecomunicaciones, energética, etcétera), a espaldas de la opinión pública mediante el denominado “Pacto por México”, será recordada como el canto del cisne del espíritu nacionalista mexicano. La rendición absoluta frente a nuestro vecino del Norte.
 
No cabe duda de que la reforma de mayor importancia, la energética, fortaleció de manera decisiva la seguridad hemisférica de Washington en un contexto internacional signado por la creciente rivalidad geopolítica entre potencias imperialistas y el agotamiento acelerado de los recursos naturales de carácter estratégico. Además, la reciente aprobación de las leyes secundarias en materia energética hace operativa de jure la entrega de las principales actividades de Petróleos Mexicanos a las grandes Corporaciones Multinacionales, al tiempo que neutraliza de facto las acciones de tipo compensatorio por parte del Estado mexicano para hacer valer su legitimidad de cara a las contradicciones de la acumulación capitalista dependiente.
 
Sin embargo, tanto Luis Videgaray como Agustín Carstens, los funcionarios al frente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y el Banco de México, respectivamente, no dejan de presumir la solidez de los “fundamentos macroeconómicos” de la economía nacional frente a cualquier tipo de “eventualidad externa”. Con todo, el “blindaje” no fue suficiente ante la crisis crediticia de Estados Unidos que estalló en agosto de 2007. Las consecuencias para México no derivaron río abajo en un “catarrito” como sostuvo hasta el final Carstens (en aquél momento titular de la SHCP), sino en hemorragia: la mayor caída del Producto Interno Bruto (6.70 por ciento) en 2009 de todos los países de América Latina.
 
Actualmente, una vez que las “reformas estructurales” han sido aprobadas, el gobierno de Enrique Peña Nieto busca convencer a los mexicanos, a través del apoyo mediático del duopolio televisivo, que los beneficios producto de los cambios constitucionales tardarán varios años en surtir efecto. No obstante, la agudización de los efectos de la crisis global, consecuencia de una espiral deflacionaria de las materias primas, en especial el petróleo, cuya cotización cayó a menos de 80 dólares el barril en su variedad Brent, nubla las perspectivas optimistas del gobierno de Peña Nieto. En 2013, México registró una tasa de crecimiento de 1.1 por ciento; para 2014, el Fondo Monetario Internacional ha reducido a 2.4 por ciento la proyección de crecimiento económico, tres décimas menos en comparación con la estimación realizada por el gobierno mexicano.
 
Sucintamente, el fin del estímulo monetario del Sistema de la Reserva Federal y el alza eventual de la tasa de interés de referencia a mediados de 2015 podrían precipitar la devaluación del peso mexicano en relación al dólar. Las reservas internacionales por un monto de 190 mil millones de dólares son insuficientes frente a una estampida masiva de capitales de corto plazo, tomando en consideración el tamaño del mercado cambiario.
 
Finalmente, la creciente militarización del país, apoyada por Washington, tiene como objetivos la criminalización de la protesta social y la disolución de los movimientos sociales emergentes. Asimismo, pone en evidencia que el discurso neoliberal en torno al “retiro del Estado” oculta, en realidad, una de sus principales paradojas: el sostén irrestricto a favor de la acumulación lleva al Estado capitalista a ejercer el monopolio de la violencia contra los grupos en resistencia.
 
Con todo, los pilares del capitalismo neoliberal en México no podrán permanecer intactos de manera indefinida. México arde hoy como consecuencia de un régimen económico opresor. La desaparición de 43 estudiantes normalistas en el estado de Guerrero, a finales de septiembre del año en curso, llevó al sistema político mexicano a perder toda legitimidad; la indignación por la masacre de Ayotzinapa puso de manifiesto la enorme capacidad de movilización de la sociedad mexicana: el sujeto histórico revolucionario llamado a derrotar al capitalismo neoliberal y a realizar una transición sistémica que privilegie formas superiores de organización.
 
 
Ariel Noyola Rodríguez es Columnista de la revista Contralínea (México).
 

30 noviembre 2014

Reflexiones en torno al populismo y a un programa de Fort Apache


Por Santiago Armesilla
 
a) Gustavo Bueno es la oposición a Ernesto Laclau. O lo que es lo mismo: el materialismo filosófico es el anti-Podemos por excelencia. Una némesis dialéctica y teórica, y quizás por eso el postmodernismo y el postmarxismo tenga tantas cosas en común con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno (crítica a la idea dicotómica de lucha de clases, crítica del determinismo económico como factor único que explica la Historia, pero claro, tanto el materialismo filosófico como el postmarxismo caricaturizan a este marxismo y lo reducen a marxismo vulgar). Pero mientras el postmarxismo, como postmodernismo, "disputa términos" porque entiende que se dicen de muchas maneras, convirtiéndose en una teoría líquida y fluida, el materialismo filosófico de Bueno construye bloques de hormigón teóricos (construye teorías) que se hunden en ese océano postmarxista. Pero, ¿Acaso Bueno, cuando construye teorías, cuando pide "definirse", no está también disputando términos a otras ideologías filosóficas y políticas? En el fondo, el materialismo filosófico podría ser visto como un postmarxismo a la española pasado por los tamices de la Escolástica, el espinosismo, el aristotelismo y el platonismo, además de Hegel y Lenin. Bueno tritura ideas, las reconstruye desde su sistema, y es lo mismo que hace (con matices, y algunos me acusarán de herejía por decir esto) Íñigo Errejón, el cual se equivoca al decir que la política y la guerra no son continuaciones de sí sino que la política es una disputa continúa e inconclusa, con momentos de distaxia y eutaxia. En esa dialéctica entran la guerra y la política, pues la guerra también "disputa significantes".
 
b) La crítica de Alberto Garzón Espinosa a las hipotecas del populismo es certera, pero la contestación de Errejón también: todas las ideologías generan hipotecas. Pero ¿por qué ocurre? Porque las alianzas, los pactos y las transacciones (los favores) se deben y se hacen siempre en política, y por eso cuando esa voluntad nacional-popular en la que insiste Manuel Monereo Pérez tanto se resquebraja, las grietas vuelven a llenarse de ese líquido populista, por traición a lo propuesto. Es una fórmula, en el fondo, muy de oferta y demanda, que por desgracia recuerda demasiado a las teorías de la Escuela Austriaca y su empresariazicación de toda acción humana finalística (ahí está una conexión entre el populismo de Podemos el ultraliberalismo, cosa que estudia Bettina García De Sínope). Pero insisto, Garzón tiene razón en eso, en tanto que abren brecha a otras disputas. Yo que estoy leyendo a Hans Kühn y su libro del Islam lo veo, pues el resquebrajamiento de la Umma ocurre cuando en la apariencia de voluntad popular aparecen las viejas rencillas de los grupos conformados anteriormente y que se reconfiguran en una nueva modalidad social. Es decir, el determinismo causal existe, y no es solo económico-político, sino sobre todo político, o lo que es lo mismo, institucional. La pata coja del postmarxismo es no tener una teoría antropológico-política de las instituciones tan potente como la de Gustavo Bueno.

c) El determinismo causal no flota en el aire. ¿Podría disputarse la idea de democracia en una época histórica antidemocrática? No. Si se disputan términos es porque los equipos que disputan aceptan unas reglas del juego preestablecidas por el equipo que juega en casa, eso lo sabe Pablo Iglesias. Pero al final acabas jugando al fútbol. Lo que Gustavo Bueno dice, y esto dicho sin perjuicio de si lo consigue o no, es que realmente, lo revolucionario, no es disputar esos términos políticos, sino destruirlos. Es la diferencia entre ser un basilisco (o un catoblepas) y ser un Prometeo, un Atlas o un Ulises (o un Platón yendo hacia Siracusa). Nadie va a querer triturar el "Paz, tierra, pan" de Lenin. Lo que se dirime es en qué tipo de sociedad política habrá esa paz, se trabajará esa tierra y se comerá ese pan. En esto todos están de acuerdo, incluso los que no hablaron en ese Fort Apache. Es decir, también Gustavo Bueno.

y d) Lo dice Errejón aunque no con estas palabras, y es algo que he hablado muchísimas veces con José Ramón Esquinas: no hay nada más racional, que más acerque al común de los mortales a la virtud, esto es, a la vida del sabio, que lo soteriológico, que lo salvífico, es decir, la construcción de mitos luminosos. Al leer la "Ética" de Baruch Spinoza me corroboro en ello. Como la vida del sabio es casi imposible ("todo lo excelso es tan bello como raro"), lo que hay que hacer es organizar políticamente los afectos, potenciando aquellos que más acercan a la virtud. Decían algunos que la virtud no se puede enseñar. Pero en el fondo, la Historia de la Política no es más que eso, la socialización de la capacidad de llegar a la virtud, aunque esta sea una idea aureolar. Pero benditas ideas aureolares, señores, pues la libertad para obrar en dirección a ellas y la dialéctica que ellas nos ofrecen pueden generar monstruos, sin duda, y monstruosidades. Pero como diría Goethe, es mejor la injusticia al desorden, y sin mitos luminosos hay desorden e irracionalidad, salvajismo y se da lo peor de nosotros, que es dejar de ser nosotros. 

Conclusión: Un materialismo político tiene que asumir eso, que la filosofía sí puede decirle a la gente lo que tiene y debe hacer porque así siempre lo ha hecho, porque la filosofía es una actividad desarrollada en sociedades políticas, es parte de la vida política y debe contribuir a mejorar la sociedad política siempre. Ha de huir siempre del gnosticismo, del nihilismo y vigilar mucho el no caer en teoreticismo sin dejar de ser coherente con su construcción teórica. Pues no hay nada más político, en realidad, que la acción filosófica, esto es, que la disputa constante de términos, ideas y conceptos para definirse lo mejor posible en el mejor contexto posible. Por eso todo filósofo es un militante. 

Esas son mis conclusiones.
 
 

 
 

22 noviembre 2014

Revueltas en México: Por el protagonismo de los sectores populares en una nueva geometría de un poder popular revolucionario.

Felipe Cuevas Méndez
Miembro del Comité Central y de la Comisión de Ideología del Partido Comunista de México .
 
 
Todo un país sufre la crisis del Estado capitalista, tal como ha debido soportar la crisis económica y las distintas ofensivas de la clase dominante, en consecuencia los problemas sociales se conectan volviéndose crónicos, rebasando toda posibilidad de cura en las actuales circunstancias, sólo las elites con sus pensantes orgánicos apuestan al sistema con sus interminables reajustes.

La crisis estructural del modelo de acumulación neoliberal y la crisis cíclica que llevó a México al agotamiento son usadas por sus artífices para desestabilizar la economía entregándonos al capital trasnacional. Estos son fenómenos causantes de buena parte de las condiciones que hoy se viven, ya que se inscriben en una crisis mundial cuyas resonancias siguen repercutiendo bajo las presiones del imperialismo; sin embargo explicarnos todo lo que acontece por estos hechos es insuficiente para entender el universo de problemas actuales y su profundidad. Hoy la explicación es más global, el capitalismo toca fondo, toda su formación social aparece inmersa en una contradicción inédita, formulando la decadencia civilizatoria en que el Estado involuciona al absolutismo monopolista, el antagonismo del orden establecido frente a la suma de las clases y sectores oprimidos.
 
Es la totalidad de elementos (económicos, políticos, estructurales, ecológicos, culturales, militares, policiales, etc.) con que opera el capitalismo la que está en entredicho, la que se encuentra en otro espacio de crisis general de todos sus procesos, conduciéndonos a un mundo turbulento capitaneado por la irresponsabilidad de las fuerzas hegemónicas. Esta situación se caracteriza porque desarticula nuestro tejido social, descompone las bases fundamentales de la existencia en sociedad y porque extrema el orden piramidal de dominación social. En México el largo proceso de acumulación de poder político-económico nos trajo estas consecuencias más temprano, en forma trágica y a la vez apremiante.
 
Por otra parte, el imperialismo yanqui para encubrir su irresponsabilidad y reclamar nuevas injerencias, designó a las crisis de este tipo como “estado fallido”, para este resulta la explicación idónea de lo ocurrido en México. En resumen que se contaba con un Estado ineficiente, mal formado e incapaz para caminar por sí solo, teniendo que ser intervenido para corregirlo, pero si se mira la historia del país se verá los esfuerzos de un pueblo por desarrollarse, la formación del Estado nacional adaptable con una burguesía que se asentó hasta su transformación en apéndice del capital internacional rompiendo con sus ejes sociales de otras condiciones capitalistas. Es un Estado removido de sus viejas funciones, dislocado intencionalmente por el gran capital y golpeado por la lógica de los factores político-económicos que fortaleció. De aquí la derecha sugiere varias opciones: desmantelarlo, reemplazarlo por un protectorado, “adelgazarlo”, dejar que navegue en su caos a merced de la rapiña, o reformarlo para ponerlo a tono con la nueva era.
 
Pero también el concepto de Estado fallido tiene expresiones críticas contra el capitalismo, partiendo del simple reconocimiento de los problemas gubernamentales, a las reflexiones profundas que esbozan la seria degradación del mismo, es el argumento que apuntala toda la inconsecuencia de este viejo Estado burgués, por tanto abunda en el cuerpo de éste, ausculta sus problemas desde el ángulo de todo lo que le impide o le hace imposible dar los resultados esperados en circunstancias de estabilidad, volviéndolo un aparato del que se ha frustrado en su papel de Estado-nación, que falló pues en las funciones normales de control. Hay mucho de cierto en ello, en las funciones que le han reasignado y la derivación de sus instrumentos que ha tenido lugar en la internacionalización del capital y el ejercicio del poder del actual bloque dominante para hacer viable una reordenación adecuada a sus fines; pero aunque las posturas críticas son positivas ante el problema, la denominación requiere una definición precisa y transparente en torno a la condición del Estado, sin lugar a las componendas con el sueño de un Estado democrático-burgués que enmiende sus fallas.
 
Antes que nada resulta oportuno ir a la síntesis del problema, sin más adjetivos: la crisis del Estado. Que se refiere al resquebrajamiento de esta forma de organización social, económica, política coercitiva, una crisis del conjunto de instituciones, el derecho burgués, la “comunidad” de las clases y la soberanía, una crisis del poder de regular la vida social nacional encumbrando el reino de la fuerza. Por esto la burguesía monopolista mandató a sus políticos a un nuevo pacto por el Estado de derecho, para que a cualquier precio sostengan todo el aparato dictatorial de control y poder cerrando filas contra el “México bronco”. A fin de cuentas, crisis de la sociedad capitalista tal como está organizada en el país, tanto de los últimos oficios que le han asignado, como del conjunto de funciones históricas en que se ha desenvuelto en el desarrollo del capitalismo. Cabe hacer el recuento de esta crisis porque con esto al pueblo se le presentan sus deberes y obligaciones:
 
1.- Así tenemos que esta crisis afecta el modelo de acumulación de capital con su complejo de relaciones económicas, de regulación y propiedad que cimentan un Estado de los monopolios, maniatado al complejo económico imperialista, con la consabida pérdida del control de su propio desarrollo económico, proletarizando a las mayorías, condenando a millones a la migración y en general hundiéndonos en la miseria.
 
2.- La pérdida del control sobre las funciones generales del Estado, haciendo que el poder político se aboque a los pactos de cúpulas, la mercantilización de la política, el contubernio de los poderes fácticos, el rejuego burocrático, la carencia de perspectivas políticas amplias, la compra de influencias, las cortapisas a las demandas populares, la fetichización de las relaciones de poder antes que la mediación para resolver los problemas sociales, la corrupción e impunidad del poder.
 
3.- Inclinación del control social por los métodos violentos de detenciones, encarcelamiento, represiones, matanzas, desapariciones y todo tipo de arbitrariedad. Estamos ante el desarrollo exponencial de los problemas de inseguridad, terrorismo y derechos humanos en el espacio abarcador del Estado, donde sus personeros se tornan amos amenazantes en todos sus discursos, en su soberbia no resisten más diálogo que el suyo, prometen la tolerancia como dádiva, deciden encarar los problemas con nuevas dosis revanchistas de agresión estatal afirmando el despliegue de su violencia de clase.
 
4.- Crisis de la soberanía proveniente de factores tales como el intervencionismo yanqui (TLC, trasnacionales, Pentágono, Embajada, CIA, FBI, Departamento de Estado), la actuación despótica de los monopolios internacionales, las ordenanzas de instituciones financieras internacionales, la operación rampante del crimen organizado, y el control territorial del narcotráfico. Con ello adelanta la imposibilidad de aplicar políticas regulatorias de resguardo a la soberanía y economía frente al capital internacional, permitiendo que el país quede a merced de sus apetitos.
 
5.- Reconfiguración del cuerpo del Estado debido al control que ejerce el narco y crimen organizado en funciones paraestatales, la alteración de sus equilibrios con el crecimiento de la narco-política, y el paso de los componentes militares a sus respectivos caciquismos y cuotas de poder. Cuestión que remató en la conformación del narco-estado dentro de la esfera de dominación burguesa.
 
6.- Anulación del Estado de derecho restaurado en Estado sin consensos, sin legitimidad, sin autoridad, con una legalidad retrógrada, encumbrado por el puro control de sus aparatos represivos y sus distintos medios, distanciándose en la aplicación de sus leyes precedentes, negándose a todo tipo de consulta popular, reformándose sólo entre sus órganos cupulares.
 
7.- Derrota de la vieja alianza de clases entre burguesía nacional y capas medias, lo mismo del Estado, la patronal y el sindicalismo charro; para confirmar una alianza estratégica internacional del capital financiero global con la burguesía mexicana trasnacionalizada, imponiendo la subordinación de intereses y el clientelismo político ante sus antiguos aliados.
 
8.- Fractura del nacionalismo burgués como ideología dominante para cimentar las posiciones pro imperialistas de aceptación del neocolonialismo con el replanteo ideológico del consumismo en materia económica, el apoliticismo respecto del alejamiento de las masas de la actividad política propia e independiente, el guerrerismo como idolatría al saqueo y la salida a los problemas del imperialismo y el fascismo como seudo-filosofía del modo de pensar.
 
9.- Crisis de la democracia burguesa representativa electorera, cuyos principales ejercicios se resuelven en las mansiones, agencias, la embajada yanqui y otros sitios del poder. Crisis con todo el sistema político y de partidos incapacitado para la gobernabilidad, sin alternativas sociales más allá de la defensa del gran capital, canjeada por la democracia del lobby monopolista y de los distintos grupos, agravante de la estructura vertical del poder y su ejercicio.
 
10. La crisis ecológica de la cual es responsable el capitalismo depredador, ante la cual el Estado mexicano fue omiso en unos casos y cómplice en otros, prefiriendo los actos perjudiciales para el ambiente. El Estado y los monopolios han hecho del territorio, espacio aéreo, ríos y mares nacionales inmensas zonas de desastres ecológicos.
 
12.- El estatus crítico de la relación del Estado frente a la mujer, caracterizada por la preponderancia del patriarcalismo, la degradación de la feminidad y su condición social, el solapamiento del feminicidio y los patrones de opresión contra la mujer.
 
13.- Crisis en torno al degradante rechazo a la condición indígena de nuestro país, propiciado desde el aparato de poder político por la violación sistemática de los derechos y la negación institucional de sus formas de organización social que oponen en resistencia al gran capital.
 
14.- Ruptura del “pacto social” desde las instancias del Estado, caracterizada en que ahora éste asesina a nuestra juventud, la persigue o condena a la miseria, así mismo en que el Estado desprecia a la clase obrera y ejerce toda su influencia para esclavizarla más, tal como arruinó al campesinado y subyuga a los sectores populares medios.
 
La crisis del Estado y las condiciones económicas nos llevan finalmente a la polarización social, los conflictos recurrentes y las contradicciones antagónicas entre las clases populares frente al Estado y la burguesía, otro Estado es posible, de carácter proletario y popular, un nuevo poder popular es indispensable para resolver los tantos problemas de México. Las relaciones de dominación pasan por un momento de desestabilización, desembocan en una crisis política cuyo manejo dependerá de las clases y fuerzas que logren ponerse a la vanguardia del proceso, que enfrenten en el día a día cada artimaña del régimen dando la debida respuesta contundente.
 
De la crisis del Estado damos paso a una crisis política que se abre ante nuestras vidas, la cual debemos situar en sus aspectos principales: estalla ante la masacre y las desapariciones de los compañeros de Ayotzinapa, aflora en el carácter del Estado y su complicidad con el narcotráfico, e inmediatamente va expandiendo luz sobre los problemas del capitalismo en el país. Esta crisis política presenta las dificultades del régimen para seguir gobernando como hasta ahora, la inconformidad generalizada en el seno del pueblo trabajador ante las políticas que agravan las condiciones de vida en todos los aspectos, con su estallido en movimiento de masas en ascenso incontenible ante las acciones de la clase dominante.
 
La presente crisis política se enfoca en torno al problema del poder político, la salida democrática que se debe direccionar como democracia popular requerida por el país, el proyecto económico que rompa con el estrangulamiento imperialista neocolonial y las relaciones dominantes en torno al gran capital, las fuerzas proletarias, progresistas, revolucionarias y democráticas que han de dirigir el país precisando un cambio en su correlación, la elevación de la conciencia en torno a las tareas inmediatas, el sentido de la lucha de clases sumado a las nuevas relaciones sociales solidarias que se hacen necesarias, y el protagonismo de los sectores populares en una nueva geometría de un poder popular revolucionario.
 

21 noviembre 2014

Un nuevo comienzo de Izquierda Unida.


 Manolo Monereo *

Siempre hemos estado ahí y queremos ser protagonistas y actores principales en la tarea colectiva de construir un Nuevo Proyecto de País. Así se podría definir el último Consejo Federal de Izquierda Unida. Cayo Lara ha cumplido con lo que esperábamos de él, político limpio y al servicio del proyecto histórico que la IU de Julio Anguita ha defendido desde hace tres décadas: reconocer la nueva situación del país y dar paso a una nueva generación que ya es hoy mayoritaria en la organización. Alberto Garzón es la cara, los ojos y la inteligencia de un proyecto colectivo que, como pronto se verá, es hegemónico en Izquierda Unida.
 
IU no es ni la izquierda de Podemos ni parte del bloque anti Pablo Iglesias que los poderes están organizando en nuestro país. Julio Anguita, con su lucidez acostumbrada, ha venido insistiendo mucho sobre una idea: Podemos ha abierto una grieta y nosotros queremos convertirla en una fractura del régimen borbónico en proceso de restauración. Queremos ser alternativa, no alternancia y queremos converger con todos aquellos que quieren ir a un proceso constituyente que, a nuestro juicio, debe de ser una revolución democrática que haga a nuestro pueblo protagonista de su destino.
 
IU es necesaria. Se puede decir que ahora más necesaria que nunca, más allá de las encuestas y de los más o menos previsibles malos resultados electorales. Lo decimos con humildad pero con mucho coraje moral: sin IU, sin sus hombres y mujeres, sin sus cuadros y su organización no habrá cambio verdadero en España. Eso lo sabe Pablo Iglesias y lo sabe Alberto Garzón.
 
Somos, entre otras muchas cosas, una memoria colectiva. Nuestra patria tiene una segunda oportunidad: poner fin a un régimen oligárquico, autoritario y profundamente antinacional que nos ha gobernado secularmente. La crítica a la transición tiene que ver con esto. El PSOE fue siempre la restauración de ese régimen. Nunca luchó en serio por un cambio real en el país. Nosotros queremos construir un bloque democrático y popular capaz de cambiar la política desde la raíz, democratizar el poder económico y asegurar la independencia de nuestra patria.
 
No será fácil. Hay muchas maneras de ver las relaciones entre Podemos e Izquierda Unida. Las palabras que vienen a la mente son muy conocidas: prepotencia, sectarismo, partidismo estrecho y, diríamos, querencia de aparato. La mayoría de nosotros venimos de otra tradición: la de Pí y Margall, la de Costa, la de Pablo Iglesias, la de Jaime Vera, la de Azaña, la de Juan Negrín, la de Pepe Díaz, la de Dolores Ibarruri. Es la “otra España”, la vencida y nunca derrotada, la que emerge cada mañana y la que el 15M reivindica sin saberlo. Las luchas del pasado no se olvidan, están ahí y emergen en cada momento donde la historia pasa de la normalidad a la excepción. La excepción siempre confirma la regla. Los oligarcas a lo suyo, a la explotación, a la miseria, a vender nuestra patria al extranjero y a convertir a nuestro país en una base militar contra los pueblos que luchan por su liberación nacional y social.
 
Nosotros a lo nuestro, a lo de siempre: unidad lo más amplia posible, lucha social y alternativa política. Está en nuestra memoria y en nuestra práctica colectiva. Queremos construir un nuevo país que garantice trabajo y dignidad para las nuevas generaciones; que recupere la política como autogobierno de hombres y mujeres libres e iguales y que haga de la defensa de las mayorías sociales el objetivo de la res-pública.
 
IU, con todo su enorme patrimonio moral e intelectual, con toda su fuerza organizada y con su experiencia política va a luchar para que no nos roben, una vez más, el cambio. Lo vamos a hacer como siempre lo hemos hecho, a la luz de nuestra gente, desde nuestro trabajo cotidiano y desde un proyecto autónomo que pretende representar un punto de vista de clase enraizado en el movimiento obrero y en la defensa de los intereses generales de nuestro pueblo.
 
No tenemos miedo, nunca lo hemos tenido. Ni nos sentimos inseguros. Vamos a luchar sin sectarismos y defendiendo la unidad del movimiento obrero y popular. En eso nadie nos puede dar lecciones. Tenemos principios que han guiado nuestra vida: la defensa de nuestro pueblo y la lucha por unas libertades que queremos hacer reales. Algunos pueden pensar que el sacrificio colectivo de la tradición que representamos no mereció la pena. Se equivocan y se han equivocado siempre: más temprano que tarde, tendrán su reconocimiento, nuestros asesinados en las cunetas, nuestros miles y miles de torturados y represaliados, nuestra mujeres que, sin saber lo que era el feminismo, tuvieron que soportar el peso de hogares sin padre y sostener la vida.
 
Y más allá, los hombres y mujeres que venimos de la tradición comunista de este país, que siempre supimos que los partidos son un instrumento y que el partido de verdad es el partido “orgánico”, es decir, aquí y ahora, la fuerza que construirá un poder constituyente que nos traiga la República y la revolución democrática. El Partido “orgánico” va más allá de nosotros, de las fuerzas hoy organizadas, y necesita que se incorporen a la política miles de hombres y mujeres que hoy solo ejercen el derecho a votar. Necesitamos fuerza organizada, cuadros, proyecto, alianzas con los intelectuales críticos y protagonizar la pasión colectiva que está naciendo.
 
Lo que dice IU es que vamos a luchar, que vamos a seguir uniendo y queremos vencer. Se pone fin al repliegue interno y a la defensa pasiva. Queremos ser actores principales y determinantes del cambio para que no sea un cambiazo, para que la fisura se convierta en una fractura, para que ganen los que siempre han perdido y para hacer protagonista a la gente común y corriente.
 
Como sabéis, a esto se ha llamado siempre en España, República.
(*) Manolo Monereo. Politólogo y miembro del Consejo Político Federal de IU. Su último libro publicado, junto con Enric Llopis, es Por Europa y contra el sistema euro (El Viejo Topo, 2014).

14 noviembre 2014

Por qué México necesita una revolución.

Por Santiago Armesilla


Una revolución se define, no más, que como un cambio radical en el orden establecido de una nación. Ese cambio en su orden establecido conlleva una reconstrucción completa de las instituciones que entretejen, como totalidades sistemáticas, el orden sociopolítico y económico de un Estado-nación por el cual algunas instituciones del orden en derribo son destruidas y cambiadas por completo por otras nuevas, otras son reformuladas y otras, que funcionaban bien, son mantenidas y adaptadas al nuevo orden. Una revolución es un cambio radical debido a una emergencia ejecutiva, legislativa y judicial (en fórmula de Hugo Chávez), pero también gestora, planificadora y redistribuidora del valor económico producido en la sociedad política, y militar, federativa y diplomática. Sin un cambio completo en todos esos poderes políticos descendentes hacia el pueblo, y sin cambios radicales en la actitud del pueblo, como conjunto de clases sociales que, como poderes políticos ascendentes, influyen sobre los descendentes también, no hay verdadera revolución política.

Las revoluciones políticas siempre tienen algo de violencia. Violencia no es solo que haya sangre. Violencia es cortar calles y avenidas, hacer escraches, disputar términos políticos a los que redefinir, enseñar los dientes y señalar a los culpables de la situación del pueblo advirtiéndoles de que en el nuevo orden pagarán sus faltas de alguna manera. No hay nada de “malo” ni “bueno” en ello siempre que dicha violencia, que dicho “sano odio proletario” que diría Lenin, se encauce en la dirección correcta. La violencia es la partera de la Historia, afirmaba acertadamente Engels. Si bien esa violencia puede conllevar sangre o, simplemente, una situación de tensión psicológica permanente hacia aquellos a los que fue dirigido el dedo acusador revolucionario.

Hay casos, no obstante, que por su trascendencia histórica incluso internacional, requieren algo más. Ese es el caso de México. Tras saberse que los 43 estudiantes desaparecidos pertenecientes a la Escuela Normal Rural de Ayotzanipa, Estado de Guerrero (a los que hay que sumar seis víctimas anteriores, tres también estudiantes, en enfrentamientos con la Policía) fueron quemados vivos, y que el Alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez (candidato externo del PRD a la Alcaldía, que ganó), y su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa, están relacionados con esos asesinatos y con el cártel del narcotráfico Beltrán Leyva, la situación en Guerrero en particular, y en todo México en general, es más que angustiosa, ignominiosa y deplorable. Grupos de trabajadores del campo y las ciudades están tomando las armas porque no les queda más remedio que hacerlo, debido a que el Estado mexicano, podrido en la corrupción en todos sus partidos (el derechista PAN, el mafioso PRI y el traidor PRD), no les ampara frente a la violencia de la narcoburguesía (término que explico luego), que compra voluntades de políticos, empresarios, militares y policías sin ningún miramiento. A las aisladas “autodefensas” campesinas ya formadas anteriormente por casos similares, y reprimidas por el propio Gobierno mexicano, se une ahora un malestar general ante un presidente inútil, Enrique Peña Nieto (el Mariano Rajoy mexicano), que está viendo cómo los mexicanos empiezan a quemar palacios gubernamentales, en Chilpancingo e incluso en el Zócalo (la antigua “Plaza de Armas”) del DF donde se ha quemado la puerta del Palacio Nacional. Ángel Aguirre, gobernador del Estado de Guerrero, ya dimitió y fue sustituido interinamente por Rogelio Ortega.

El Gobierno de Peña Nieto prometió investigar a fondo el suceso, pero los resultados van lentos, y los padres de los estudiantes normalistas piden la cabeza de Peña Nieto, y con razón. Ya hay detenidos que confesaron quemar vivos a los estudiantes, y se sabe que varios policías facilitaron el secuestro de los 43 asesinados. Abarca Velázquez ya está en prisión preventiva.

México, la gran nación iberoamericana por extensión y población (cerca de 120 millones de habitantes, la mayor nación de hispanohablantes del Mundo, seguida por Estados Unidos), lleva demasiado tiempo supeditada a unos “mayordomos de los ricos”, a unos “administradores de los negocios de la burguesía” en el poder político que, desde hace tiempo, administran también los negocios de esa Gran Burguesía ilegal y alegal (en ocasiones “legal”, debido a los negocios legales de blanqueo de dinero que toda mafia tiene) que son los narcos. En su magnífico libro de 2013 “Delincuencia, finanzas y crimen organizado“, el sociólogo marxista español Armando Fernández Steinko junto con otros autores llega a la conclusión de que las mafias nacionales e internacionales (existe una “mafia española” de la que muchos no quieren ni oír hablar) son en realidad empresas. Con la salvedad de que no tienen ayuda legal del Estado para financiar sus negocios, si definimos las empresas como instituciones circulares de ciclo ampliado, los negocios del crimen organizado lo son.

Los mayores negocios empresariales ilegales y alegales del Mundo son el tráfico de personas (existen en el Mundo actualmente más de 30 millones de personas viviendo en régimen de esclavitud, laboral y, sobre todo, sexual), el tráfico de armas y el tráfico de drogas, entre otros. Y el personal trabajador de dichas empresas, que está a la orden de unos empresarios dueños de medios de producción, distribución, intercambio, cambio y consumo de armas, drogas y otros materiales ilegales, ha de deberse a sus dueños, análogamente de la misma manera en que lo hacen todos los trabajadores de otras empresas: fidelidad, productividad y discreción (no rebelión).

Por eso, siguiendo la analogía, cuando un cártel de la droga mexicano realiza una ejecución de algún soplón interno, o de alguien que no ha cumplido una tarea encomendada bien respecto al comercio de la droga, ese alguien es ejecutado de la manera más ejemplarizante: decapitado o descuartizado. No se trata más que de un despido de un trabajador, pero sin posibilidad de volver a vender su fuerza de trabajo tras el despido. Como se afirma en la ‘NDrangheta italiana, una de las mafias más poderosas y peligrosas del Mundo, en la mafia se entra con sangre (pactos de sangre) y se sale con sangre. Es decir, se sale muerto o no se sale jamás.

Estos narcos compran policías (no hay nada que más ayude a la corrupción de las fuerzas y cuerpos de seguridad de un Estado que cobrar sueldos muy bajos), militares, empresarios, políticos y periodistas, además de otros profesionales y gente de a pie. Instauran una ley marcial apropiándose de un territorio del Estado para su control y regionaliza un terror económico-político comparable solo al Estado Islámico en Iraq y Siria (con el que se dice que el narco mexicano tiene contactos), pero sin pretensiones políticas (salvo que se les vea, en cierto sentido, como anarco-capitalistas). Y, por supuesto, como el Estado Islámico, los narcos mexicanos tienen el amparo y connivencia de multitud de instituciones poderosas a nivel regional y nacional en los Estados Unidos de (Norte) América. Esta perenne inestabilidad y corrupción convierten a México en un Estado fallido según muchos analistas, donde los momentos de tranquilidad y placidez vital de la población suelen ser bruscamente interrumpidos por crímenes como el de los 43 normalistas, que se unen a cientos de miles de víctimas debido a esta narcoguerra que enfrenta a los trabajadores mexicanos legales contra una narcoburguesía, grandes dueños de medios de producción, distribución, intercambio, cambio y consumo, las ramas de las relaciones de producción de toda sociedad política y que operan en todo mercado que se precie, en este caso mercados ilegales y alegales de droga, prostitución y armas a escala mexicana e internacional, sobre todo en la frontera con Estados Unidos, como bien explica la fantástica película de Robert Rodríguez, Machete. Una narcoburguesía que tiene a su merced a buena parte de la administración pública mexicana.

Siempre habrá crímenes, siempre habrá delincuentes, y el grado de organización de estos delincuentes variará y será más compleja según evolucione el grado de complejidad de toda sociedad política. Pero cuando el grado de delincuencia y corrupción incide en la descomposición social de una nación, la única salida digna que queda a esa nación es la revolución política, que implique la transformación, por emergencia, de todas las capas y ramas del poder de dicha nación. Cuando esa descomposición implica crimen y una violencia extrema, solo otra violencia extrema, aunque organizada y con el fin último de instaurar la paz y el orden social, puede plantarles cara. México necesita una clásica revolución violenta para poder asegurar la paz, la paz de los vencedores revolucionarios frente a la narcoburguesía y sus legales pero inmorales aliados políticos y empresariales. México necesita una vanguardia militante disciplinada y organizada que pueda ejecutar sin miramientos y sin despeinarse apenas a los narcoburgueses más militantes, incluso buscando a aliados traidores a sus filas. Y si, como toda revolución política seria, esta necesita expandirse fuera, quizás no quede más remedio que plantar cara a los Estados Unidos de (Norte) América en esta necesaria vacuna contra un veneno casi incurable como es el crimen organizado a escala masiva. Amparándose en los trabajadores hispanos de Estados Unidos y en organizaciones supranacionales como el ALBA, la UNASUR y el MERCOSUR, México puede convertirse en la avanzadilla política revolucionaria de toda Iberoamérica. Pero para poder hacerlo, el grado de violencia política organizada, disciplinada y regulativa de una necesaria paz posterior que México necesita, aún siendo corta en su quehacer temporal debido a la búsqueda de dicha paz, ha de ser mayor incluso que la desatada por la narcoburguesía, aún siendo selectiva. México necesitaría su toma de la Bastilla, su terror, quizás su termidor y su 18 brumario napoleónico. Solo así podrá ser posible la paz, la paz de la revolución victoriosa, más definitiva que la realizada en 1910 y más exitosa que la realizada en 1968.

En conclusión, México necesita una revolución para instaurar la paz frente a la narcoburguesía porque, por internacionalismo iberoamericano, el resto de sus hermanos socialistas, comunistas y populistas en otras naciones les necesitan de su lado para cruzar todas las trincheras fronterizas de guerra que se mantienen con el Imperio Estadounidense. Pues no puede entenderse el férreo control fronterizo estadounidense frente a la “migra” sin todo lo que está pasando de Río Grande para abajo en materia de delincuencia, finanzas y crimen organizado. Solo ampliando las fronteras políticas de dicha revolución violenta frente a esos controles se puede acabar con el narcotráfico, ya que como diría Sartana Rivera, el personaje de Jessica Alba en la citada “Machete”, “nos quieren imponer una frontera, pero la frontera somos nosotros“.

Fuente:  http://www.larepublica.es/2014/11/por-que-mexico-necesita-una-revolucion/