NOTA: esta introducción al libro citado de Roque Dalton ha sido
realizada por encargo de Ediciones El Bastón. La obra puede adquirirse
contactando con su oficina, cuya dirección electrónica es www. edicioneselbaston@gmail.com
Ediciones El Bastón es una iniciativa que se propone editar y reeditar obras que fomenten el pensamiento crítico.
Desde este espacio entendemos la formación teórica como un pilar
fundamental de la vida militante. No renunciamos al debate, al
contrario, creemos que hay que entablar la Batalla de Ideas: es
por eso que nos proponemos rescatar a los clásicos del pensamiento
revolucionario y fomentar la difusión de aquellas personas que, huyendo
de análisis ligeros y cómodos, intentan enriquecer nuestra tradición.
No nos proponemos cambiar el mundo publicando libros. Sabemos que no
basta con leer cuando el objetivo estratégico es la revolución
socialista. Nuestro aporte es un hilo más en la cuerda roja mellada que
nos une. Una herramienta. Un punto de apoyo desde el cual abordar la Batalla Cultural. Una rama. Un Bastón con el cual seguir caminando hacia la utopía.
- PRESENTACIÓN: LA CUESTION DEL PODER
- RAZÓN ÉTICA POR EL PODER
- RAZÓN ESTÉTICA POR EL PODER
- RAZÓN POLÍTICA POR EL PODER
4.1. GUERRA INTELECTUAL POR EL PODER
4.2. GUERRA POR EL PODER DE CLASE
«Supongamos
incluso que el correo de mañana traiga una penosa noticia: el estallido
de la insurrección fue reprimido una vez más. Exclamaremos entonces,
una vez más: ¡Viva la insurrección!»
Lenin
«Temo
que las procesiones, el mausoleo y los homenajes, reemplacen la
sencillez de Lenin. Tiemblo por él, como por mis propias pupilas: ¡Que
no profanen su belleza con estampas de confitería!».
Maiakovsky
1.- PRESENTACIÓN: LA CUESTION DEL PODER
Muchas personas hemos escrito sobre Lenin, y otras muchas contra Lenin, pero solo Roque Dalton podía escribir Un libro rojo para Lenin.
La cuestión del poder, optar por el poder revolucionario o por el poder
reaccionario recorre a todas estas reflexiones sobre Lenin En la
práctica no existe poder reformista en cuanto tal, sino delegación
condicionada y transitoria que el capital hace de formas secundarias de
su poder en el reformismo. Según sea la efectividad del reformismo para
alienar y amansar a las clases y pueblos explotados, a las mujeres
trabajadoras, a la juventud rebelde, según sea esta efectividad del
siempre fiel reformismo, el capital le prolongará el disfrute de sub
poder tolerado en cada contexto y coyuntura de lucha de clases.
Roque
y Pancho fueron asesinados en 1975 por el sectarismo reaccionario de
una parte de la dirección del ERP salvadoreño, justo tres años después
de publicar esta obra maestra. Leyéndola comprendemos las razones
básicas de tamaña brutalidad porque nos revela la personalidad de un
revolucionario que tuvo la osadía de pensar dialécticamente, de ir a las
contradicciones y estudiarlas en su desenvolvimiento aunque para ello
tuviera que rescatar a autores excomulgados como Trotsky o bastante mal
vistos entonces como Lukács, o al manipulado Gramsci por el
eurocomunismo; también desmitificó a Stalin y sus referencias a Fidel y
Raúl Castro, Mao, Ho, el Che, Kim Il Sung, etc., se hicieron desde una
perspectiva que rompía con el gradualismo de la «coexistencia pacífica».
Pese al secreto mantenido sobre estos crímenes por la dirección
militar del ERP; pese a las manipulaciones, mentiras e infundios
lanzados contra ellos, a pesar de todo tenemos disponibles en la red la
declaración de las FARN del 1 de marzo de 1980 en la que se narran los
acontecimientos con todo lujo de detalles, y el posterior documento del
12 de octubre de 2006, Según estas y otras versiones todo parece indicar
que parte de la dirección del ERP se oponía a una adecuación de la
estrategia armada consistente en relacionar más estrechamente la acción
militar con la potenciación y ampliación de las luchas populares,
sociales, culturales.
La feroz masacre de la insurrección
popular salvadoreña de 1930-32, las enseñanzas de las luchas de
liberación antifascista en la Europa ocupada en 1940-45, las lecciones
de las lucha de liberación antiimperialista inmediatamente posteriores
como la vietnamita, la china, la argelina, la cubana y un largo
etcétera, las respuestas socioeconómicas y político-militares del
imperialismo durante la «guerra fría» para mantener y ampliar su poder
en el mundo como el Plan Cóndor y otros en nuestra América, la
degeneración de la URSS y el impacto del XX Congreso del PCUS, el
asesinato del Che y la política internacionalista de Cuba, la nueva
oleada de lucha de clases dentro del imperialismo desde finales de la
década de 1960 coincidiendo con la intensificación de las guerras
antiimperialistas y el agravamiento de la crisis mundial de 1968-73…,
semejante historia debió influir en un Roque que en 1970 comenzó un
largo viaje por países socialistas.
Todo esto fue llevando a una
parte creciente del ERP a una concepción necesariamente insurreccional
pero basada en y a la vez supeditada a la creciente concienciación y
organización de las más amplias luchas populares. Una teoría de la lucha
armada en la que la insurrección debe ser entendida como el arte de
acertar cuándo ha llegado el momento crítico para asaltar al poder
burgués siempre sobre la base de la más potente organización del pueblo
explotado. Un arte complejo sabedor de la interpenetración de muchos
procesos y su mutua concatenación, en vez de una fría técnica que
desprecia el nivel de radicalidad del pueblo y el poder alienador y
represor de la burguesía. Frente a una visión fría del
insurreccionalismo basada en la peor interpretación del blanquismo y del
comunismo utópico, casi como golpe militar realizado por una minoría
selecta y alejada del pueblo, en contra este mecanicismo de manual,
dentro del ERP iba cogiendo fuerza la concepción, absolutamente
correcta, que exigía que la lucha armada estuviera siempre en
interacción y conexión con las luchas obreras, populares, sociales,
culturales, etc., evitando caer en sectario aventurerismo distanciado
del nivel de conciencia y organización del pueblo.
Como es
lógico, la forma organizativa del ERP mantenida hasta entonces se veía
afectada por esa discusión: por un lado, si se quería seguir con el
esquema militarista la forma organizativa debía ser muy cerrada, muy
estanca, con pocas aberturas para evitar la penetración policial y la
penetración ideológica del reformismo pero también de otras corrientes
revolucionarias; por el lado opuesto, si se quería impulsar el
movimiento popular el partido debía facilitar la creación de
organizaciones con la suficiente libertad de acción como para ganarse la
confianza de sectores con poca o débil conciencia, a la vez que tenían
que acercarse a otras fuerzas sociopolíticas lo que exigía una
distinción de tareas entre el aparato estrictamente armado y el resto de
organizaciones.
Más adelante veremos cómo Roque Dalton insiste
en su obra en la necesidad de atraer sectores sociopolíticos diferentes
recurriendo a los aciertos en este sentido de otros movimientos de
liberación nacional. La permanente referencia de Roque a la formación
teórica amplia de la militancia también busca el mismo objetivo de
facilitar tanto el fortalecimiento del pueblo expresado en una
multiplicidad de organismos que le permiten vencer los medios de
coerción física, moral e ideológica de la clases dominante, como
aumentar el prestigio del partido en su interior y su capacidad de
dirección y vanguardia. Es imposible intentar convencer a otras
corrientes en el fragor de los movimientos, sindicatos, colectivos,
asociaciones, etc., sin una militancia suficientemente preparada, capaz
de debatir, argumentar, proponer, respetar, ganar legitimidad y
referencialidad.
Es imposible lograr estos objetivos porque la
militancia ignorante, no formada, es fácil presa de la demagogia
reformista o ultraizquierdista: se trata del mismo riesgo pero en
sentido opuesto. Sin embargo, el peor efecto de la ignorancia teórica es
que la militancia que no sabe qué ocurre, por qué y qué soluciones
existen, se vuelve impositiva, sectaria, dogmática, volcándose en el
autoritarismo dirigista para ocultar su incapacidad teórica y su miedo
al debate. Pretende llenar esos vacíos cada vez más grandes mediante una
prepotencia hueca que termina produciendo rechazo y aislamiento.
Naturalmente,
una militancia no sectaria, dialéctica, crítica y formada
intelectualmente es incompatible con una organización dogmática,
burocrática y verticalista. Si algo tiene la teoría leninista de la
organización es democracia interna y disciplina consciente, asunción del
debate interno como derecho/necesidad colectiva garantizada
estatutariamente, y medidas que garanticen que la dirección sea
destituida o cambiada parcial o totalmente con métodos democráticos. No
vamos a extendernos ahora en la descripción histórica de las diferencias
insalvables que enfrentan a la organización marxista tal cual ha
actuado en realidad con las organizaciones estalinistas. Una de esas
diferencias es que la organización marxista necesita de la personalidad
crítica de cada uno de sus miembros, mientras que la estalinista
necesita de la obediencia acrítica. En el texto se ofrece unas
demoledoras y premonitorias palabras de Marx al respecto.
Pero
la formación teórica, la agilidad en la comprensión de los cambios
políticos, la conquista de la legitimidad como vanguardia que debe
ganarse y mantenerse día a día, dependen de la compresión histórica a
largo plazo. Aquí, en esta cuestión decisiva, Roque también demuestra su
profundo conocimiento de Lenin y del marxismo. Si sabemos que las
contradicciones del capitalismo tienden indefectiblemente a su
agudización, si sabemos que la acumulación ampliada de capital encuentra
cada vez más dificultades internas, que el imperialismo debe endurecer
sus agresividad para mantener el poder de los EEUU y de sus peones
burgueses, si tenemos esta perspectiva histórica basada en el estudio
marxista del modo de producción capitalista, entonces la teoría de la
organización de Lenin actualiza su valía.
La tesis de la
actualidad de la revolución no dice que ésta vaya a estallar
inopinadamente dentro de unos momentos, despertándonos del opio de la
«normalidad democrática», sino que la humanidad ha entrado en una fase
histórica en la que sólo la revolución socialista puede superar los
antagonismos que, ahora, la conducen al desastre. La tesis de la
actualidad de la revolución que Lukács extrajo como una de las gotas de
quintaesencia de Lenin, sostiene que la revolución en un proceso mundial
surcado por estallidos críticos, por retrocesos, estancamientos y
acelerones, en medio de la aparición de lo nuevo y de la resistencia
fanática y feroz de lo viejo a desaparecer.
En este proceso,
cada pequeña y aparentemente insustancial resistencia, reivindicación,
movilización, etc., porta en sí la semilla roja de la revolución, es un
acto latente de revolución en ciernes aunque se presente incluso bajo el
ropaje de petición reformista porque muestra un malestar objetivo
independientemente de su interpretación subjetiva. Marx cita las
palabras de un ministro de interior de Bismarck que acertó a decir que
el socialismo latía en cada huelga obrera. Decía la verdad porque el
capitalismo de su época estaba entrando en la fase de la actualidad de
la revolución. Por esto precisamente, Bismarck y otras facciones
burguesas comprendieron que había que abortar todo germen socialista
antes de que arraigase y se propagase al tomar conciencia subjetiva de
ese malestar objetivo, abortarlo mediante la complementación de reformas
sociales, prestaciones públicas, seguros asistenciales con diferentes
medidas y golpes represivos a cada cual más violento: la zanahoria y el
palo.
La dialéctica entre la conciencia-en-si y la
conciencia-para-si, a la que luego volveremos, funciona aquí a pleno
ritmo y es decisiva para la tesis de la actualidad de la revolución y,
por ello, para la teoría de la organización revolucionaria. Partimos del
hecho de que las contradicciones antagónicas internas tienden a crear
malestar social objetivo poco o nada teorizado. No se puede negar esta
tendencialidad objetiva, la confirma la historia humana basada en la
explotación y en la injustica: tarde o temprano emerge la resistencia a
la opresión. Es inevitable. Bismarck dirigió la estrategia burguesa de
intentar apagar la brasa roja de la conciencia mediante reformas y
represiones: por esto su policía infiltró a un conocido artista en el
grupo organizador de un decisivo Congreso Socialista con el objetivo
logrado de propagar el reformismo pacifista, la creencia en el Estado
neutral y defensor de los derechos sociales.
El capital debe
impedir que la conciencia-en-sí, empírica, débil, frecuentemente
inconsciente, muy espontánea en sus estallidos de justa ira pero
bastante desorganizada y carente de perspectiva histórica, política y
teórica, empiece a transformarse en conciencia-para-sí, políticamente
lúcida y teóricamente asentada en tesis de la actualidad de la
revolución y del papel decisivo de la subjetividad organizada como
fuerza material organizada. Se produce así una lucha permanente entre
política burguesa y política proletaria en la que el Estado del capital
interviene planificadamente con la zanahoria y el palo, con el consenso
reformista y la represión reaccionaria. Roque Dalton nos citará dos
incuestionables ejemplos de entre los miles disponibles de esta
sistemática intervención contrainsurgente.
En la medida en que
las crecientes dificultades de realización del beneficio a nivel
mundial, en la medida en que actúa la ley de caída tendencial de la tasa
media de ganancia, en la medida en que tiende a retroceder la
productividad del trabajo a la vez que sigue creciendo la deuda mundial
impagable, se estanca el consumo y se asienta la deflación y la
depresión, en la medida en que la crisis socioecológica se agudiza y se
agotan los recursos energéticos y materiales, en esta medida la
actualidad de la revolución se vuelve más perentoria y con ella la
necesidad de las organizaciones comunistas.
Organizaciones y
partidos comunistas sabedores de que llegará el momento en el que serán
golpeadas por la represión, en el que la clase dominante intentará
reducir o aniquilar las libertades y los derechos que el pueblo
trabajador ha conquistado y recuperado con sus sacrificios, en el que el
reformismo girará hacia el centro-derecha apoyando y legitimando la
represión de la militancia revolucionaria, en que facciones del capital
impulsen al neofascismo y den alas al racismo y al terrorismo patriarcal
creando el miedo paralizante y dificultando lo más posible la alianza
del pueblo trabajador precarizado y empobrecido dirigido por la clase
obrera con la pequeña burguesía arruinada para impedir que caiga en la
demagogia neofascista.
La actualidad de la revolución explica
por qué vuelven a escena estas realidades que el crédulo democraticismo
pacifista e idealista había asegurado en solemne acto de fe que estaban
superadas para siempre, que jamás serían reactivadas por la burguesía,
que habíamos entrado irreversiblemente en la eterna edad de oro de la
perpetua paz kantiana.
La teoría de la organización explica que
desde ahora mismo hay que adelantarse en la medida de lo posible,
necesario y conveniente a estas seguras crisis futuras con formas
organizativas que de un modo u otro, preparen política, ética y
psicológicamente a la militancia para salir victoriosa en esos
conflictos inevitables. Lenin, Engels y Marx tenían y tienen razón
frente a Kautsky, Martov, Bernstein y Lassalle.
En su libro
Roque Dalton reflexiona creativa y críticamente, como debe ser, sobre
estas cuestiones decisivas en el desarrollo que habían tenido hasta
entonces. Como vemos, por tanto, al final eran muchos y cualitativos los
puntos en choque y parte de la dirección militarista, desbordada,
ordenó su asesinato y el de Pancho en 1975: fue como volver, a los
crímenes de la socialdemocracia al dirigir y apoyar los asesinatos de
obreras y obreros, a las grandes purgas estalinistas, a la cobardía
colaboracionista de los partidos comunistas oficiales con las llamadas
«burguesías nacionales» para frenar en seco y con sangre los avances de
sus pueblos y, por no extendernos, fue lo mismo que por entonces
empezaban a hacer los eurocomunistas para «asegurar la democracia»
traicionando al movimiento obrero y popular y ayudando a reprimir sus
luchas armadas.
No es este el sitio ni el momento para mostrar
cómo esta larga y terrible historia de traiciones ha ayudado sobre
manera a salvar al capitalismo exhausto en situaciones de crisis
revolucionaria. No es este el momento para reflexionar cómo sería ahora
el mundo si no se hubieran producido esas traiciones, o si habiéndose
intentado no hubieran surtido efecto porque, previamente, la izquierda
revolucionaria se había organizado lo suficiente para hacerlas fracasar.
Sí es el momento para aprender de los errores impidiendo que volvamos a
sufrir esas traiciones.
Las razones que explican su edición en
los Països Catalans son políticas, estéticas y éticas, las mismas que
estructuran el libro de Roque y las que le llevaron a ser coherente con
sus ideales incluso en el momento de ser asesinado.
2.- RAZON ÉTICA POR EL PODER
Desde
la siempre importante batalla ética, Roque nos recuerda en el apartado
14 que existe una unidad profunda entre el quehacer político y la
rectitud ética: «El deber de todo revolucionario es ser por lo menos más
revolucionario que la burguesía más "revolucionaria"». Y en el 35 cita a
Lenin: « La preponderancia moral es indudable, la fuerza moral ya es
aplastante; sin ella, por supuesto, no podría hablarse siquiera de
revolución. Es una condición indispensable, pero todavía insuficiente. Y
si llegara a transformarse en fuerza material, suficiente para quebrar
la resistencia, muy, pero muy seria de la autocracia (no cerremos los
ojos ante eso), quedará demostrado por el resultado de la lucha. La
consigna de la insurrección es la consigna de la solución del problema
por medio de la fuerza material, y en la cultura europea contemporánea,
ésta sólo lo es la fuerza militar.»
Como es su costumbre a lo
largo del libro el autor recurre a otros autores que cree más
capacitados que él para expresar las mismas ideas. Lukács es uno de
ellos, y en lo referente a la ética podemos leer en el apartado 86 que:
«Ya
hemos subrayado que la más severa selección de los miembros del
partido, en cuanto a la claridad de su conciencia de clase y a su
absoluta entrega a la causa de la revolución, ha de ir unida a la
íntegra fusión con la vida de las masas que sufren y combaten. Y todo
intento de atender a una sola de estas exigencias, descuidando su polo
contrario, termina en una petrificación sectaria de los grupos, incluso
de los compuestos por auténticos revolucionarios...».
La doble
moral, la ética del egoísmo individualista es la base de la corrupción,
que es una característica esencial del capitalismo. Las luchas contra
ella desde la misma justicia burguesa responden a las pugnas cainitas
entre facciones del capital que, según contextos y circunstancias,
transitan mediante miles de vericuetos de la ley a los espacios grises e
imprecisos, y de aquí a los declarados ilegales o criminales, para
volver luego a la virtud de la legalidad, siendo lo más frecuente que
ley, alegalidad e ilegalidad se solapen y convivan a la vez bajo la
apariencia de normalidad, o en palabras de Lenin citadas por Roque en el
aparatado 47: «... con esa sinceridad inimitable de la gente de 'buena
sociedad' en la que 'todos' ejercen la prostitución política...».
Pero
Roque no plantea la reivindicación ética reducida a una simple denuncia
de la doble moral burguesa, sino que va a la raíz: es la militancia
revolucionaria organizada la que primero ha de practicar la ética
marxista tanto en el interior del partido como fuera, en la vida
cotidiana, en las relaciones permanentes con las clases explotadas. Las
masas descubren al instante la falta de coherencia en el comportamiento
de la izquierda, su falsa ética que dice una cosa y hace otra, a veces
la contraria.
La fusión entre ética y política es, además,
central en el problema de la «verdad» como núcleo de la emancipación
humana. No es casualidad, por tanto, que Roque lo desarrolle en el
apartado 93 cuando analiza las relaciones entre la realpolitik y la política de la verdad en un imaginario debate con Zinoviev:
«
…digo a las masas la verdad en cada viraje de la revolución, por muy
pronunciado que éste sea. Y usted, por lo que creo entender, teme decir
la verdad a las masas. Quiere hacer política proletaria con recursos
burgueses. Los dirigentes que conocen la verdad 'en su medio', entre
ellos, y no la participan a las masas porque estas son 'ignorantes y
torpes', no son dirigentes proletarios. Uno debe decir la verdad. Si
sufre una derrota, no debe intentar presentarla como una victoria; si va
a un compromiso, decir que se trata de un compromiso; si ha vencido
fácilmente al enemigo, no aseverar que le ha costado demasiado trabajo; y
si le ha sido difícil, no vanagloriarse de que le ha sido fácil; si se
ha equivocado, reconocer el error sin temer por su prestigio, pues
únicamente al callar los errores puede menoscabarse el prestigio de uno;
si las circunstancias obligan a uno que cambie de rumbo, no debe
procurar presentar las cosas como si el rumbo siguiera siendo el mismo;
uno debe ser veraz con la clase obrera, si cree en su instinto de clase y
en su sensatez revolucionaria; y no creer en eso es ignominioso y
mortal para un marxista. Es más, aún engañar a los enemigos es algo
complicadísimo, un arma de dos filos, admisible sólo en los casos más
concretos de táctica inmediata de combate, pues nuestros enemigos no
están, ni mucho menos, aislados de nuestros amigos por una muralla de
hierro, aún tienen influencia en los trabajadores y, duchos en engañar a
las masas, procurarán — ¡con éxito!— presentar nuestra astuta maniobra
como un engaño a las masas. No ser sinceros con las masas por 'engañar a
los enemigos' es una política necia e insensata. El proletariado
necesita la verdad y nada es tan pernicioso para su causa como la
'mentira conveniente', 'decorosa', de mezquino espíritu.»
Roque
habla de la «política de la verdad» y aunque no emplea el término
«ética» en párrafo y en el libro entero, salvo despiste nuestro, es
innegable su presencia activa interna no sólo en esta cuestión decisiva,
sino también y a la fuerza en la misma concepción ética del sentido de
la vida vivida conscientemente hasta su último segundo. En el apartado
32, recurriendo a las palabras de J. Díaz, nos dice lo siguiente:
«Nadiezhda Krupskaya, que pasó junto a él todavía ocho largos meses,
cuenta en sus recuerdos que Lenin, antes de morir, le indicó que le
releyera un viejo cuento de Jack London en el que un hombre que se sabe
condenado por los hielos piensa en la forma de morir dignamente. Se
llamaba El amor a la vida y era el mismo cuento que, herido,
pensando que iba a morir, recordaría en el combate de Alegría del Pío el
comandante Ernesto 'Che' Guevara.»
Morir dignamente es el último
acto de libertad personal, de ética de la independencia vital que, a
pesar de todas las adversidades, lograr reafirmarse a sí misma desde sus
propios criterios de existencia de la vida. Marx dijo que la lucha
contra la opresión era su ideal de felicidad, indicando que esa
felicidad sentida durante toda la vida consciente no puede ser echada
por la borda, traicionada, en los últimos instantes de la vida, en una
traición a sí mismo. Y a la recíproca sucede otro tanto: si se quiere
morir dignamente hay que haber vivido con dignidad, luchando contra la
injusticia siquiera en los momentos críticos, en los que el presente y
el futuro.
La degeneración reformista hacia la «normalidad», el
deslizamiento acomodaticio de la izquierda hacia su integración en el
sistema al que antaño combatió a muerte, esta desintegración política es
a la vez ética. Y como ha demostrado la historia, también es
degeneración burocrática, verticalista, cimentada en la irracional
sumisión crédula y acrítica a la autoridad. En una carta a W. Blos de
finales de 1876, Marx afirma que:
«No soy una persona amargada,
como decía Heine, y Engels es como yo. No nos gusta nada la popularidad.
Una prueba de ello, por dar un ejemplo, es que durante la época de la
Internacional, a causa de mi aversión por todo lo que significaba culto
al individuo, nunca admití las numerosas muestras de gratitud
procedentes de mi viejo país, a pesar de que se me instó para que las
recibiera públicamente. Siempre contesté, lo mismo ayer que hoy, con una
negativa categórica. Cuando nos incorporamos a la Liga de los
Comunistas, entonces clandestina, lo hicimos con la condición de que
todo lo que significara sustentar sentimientos irracionales respecto a
la autoridad sería eliminado de los estatutos».
Pero, como
cualquier marxista, Roque sabe por su experiencia que la ética revolucionaria, crítica y autocrítica por esencia, no se aprende leyendo
libros, sino en la acción, en los problemas duros e inciertos que nos
presenta la vida y ante los que debemos responder optando por una u otra
salida. Casi al comienzo del libro, en el apartado 2, Roque se pone a
sí mismo como ejemplo de que el contenido ético de la praxis marxista
sólo puede aprenderse y mejorarse en esa misma praxis: «Yo era aún
católico militante y, sin embargo, antes de regresar a El Salvador,
después de la larga travesía soviético-europea, fui interrogado al salir
de Lisboa, impedido de bajar a tierra en Barcelona y las Islas
Canarias, perseguido en Caracas (donde desembarqué por error de las
autoridades pérez-jimenistas del puerto de La Guaira), detenido por el
FBI en Panamá, etc. Comencé a saber que Lenin, y todo lo que se
relacionaba con él, era algo muy serio. Muy serio».
Lenin es
«algo muy serio». La praxis le llevó a Roque a superar el catolicismo
militante y a volcarse en algo tan serio como el leninismo, con su ética
marxista. Emmanuel Berl tiene escrito en La muerte de la moral burguesa que:
«El burgués es fundamentalmente espiritualista. Y el revolucionario es
fundamentalmente materialista. Esta vieja batalla no está cerca de su
fin. “No me gustan las personas que gritan: abajo el dinero. Terminan
siempre por gritar: abajo el espíritu”, decía Duchesne. He ahí la línea
de defensa burguesa. “No me gustan las personas que gritan: viva el
espíritu. Terminan siempre por gritar: viva el dinero; por defender, en
nombre del espíritu, castas y privilegios”. Es, justamente, la línea de
ataque revolucionario. La de Lenin, la de Marx».
Ahora bien,
atacar al dinero y al espíritu, que es lo mismo, supone atacar a la base
de la civilización del capital, declararle la guerra a muerte. La casi
extinta izquierda del Estado español ha abandonado la lucha práctica
contra el espíritu y el dinero, pero también la lucha ética contra estos
monstruos. Por esto es imprescindible leer a Roque Dalton.
3.- RAZÓN ESTÉTICA POR EL PODER
Roque
comienza diciendo en el apartado 2: «Independientemente de su
estructura, la idea de este poema nació en mí como surgen todos los
poemas para los poetas: como una necesidad expresiva acuciante. Esa
necesidad fue estimulada muy particularmente por la polémica que se ha
llevado a cabo en los últimos años sobre los problemas fundamentales de
la revolución latinoamericana (fuerzas motrices, carácter de la
revolución, papel del imperialismo, vía de la revolución, formas de
lucha y organización, etc.), que en el fondo ha sido, aunque muchas
veces no se entendió así, una polémica sobre el leninismo».
Mientras Roque viajaba de La Habana a Hanoi, saltando de revolución en revolución entre 1970 y 1973, F. Tomberg afirmaba en Estética Política que
«Aunque no podamos decir exactamente qué es el arte, sabemos siempre
con certeza cuándo estamos ante él». Roque se dio cuenta que Lenin,
además de ser un artista de la política elevó el arte de la insurrección
a cotas no superadas, también fue un artista en el sentido
estrictamente estético decisivo, el del arte emancipador de la cultura
popular. Poco más adelante, Tomberg sostiene que los artistas deben
implicarse en las luchas sociales ayudándolas en su avance mediante el
especial aporte de sus aptitudes creativas, y escribe:
«Ayudar a
esos hombres a fortalecer su dignidad personal o a recuperarla, y no
abandonarlos en sus reivindicaciones de una vida más humana, a ello
puede contribuir en gran medida el arte. Pero sólo puede hacerlo si el
artista renuncia a su concepción burguesa, a su papel de productor de
bienes privados; si se identifica más como perteneciente a la gran masa
de obreros asalariados y no retrocede ante la lucha de la colectividad
por su liberación (…) Debe reconocer y fomentar el carácter político de
sus acciones. Tiene, expresa con mayor claridad, que reconocer a las
acciones estéticas un orden político»
Este es el objetivo de la
estética de Roque Dalton. Lo primero y decisivo que hace es reconocer en
el apartado 1 que «Lenin fue un poeta, hermano, un poeta» y en el
apartado 23 reproduce un poema de Lenin escrito inmediatamente después
de la derrota de 1905. Con ello adelanta el núcleo de la reflexión sobre
el contexto social en el que el En-si del artista, de Lenin en este
caso, se fusiona intrincadamente con su Para-sí, con su autoconciencia,
creando una realidad estética que actúa como fuerza simbólica subjetiva
que puede penetrar en la fuerza simbólica objetiva, multiplicándola:
«Extirpemos de raíz
el poder de la autocracia.
¡Morir por la libertad es un honor,
vivir en las cadenas una vergüenza!
Echemos por tierra la esclavitud,
la vergüenza del servilismo.
¡Oh, libertad, dadnos
la tierra y la independencia!».
¡Lenin
poeta! ¿Por qué no? Esta sola pregunta irrita y aterroriza al
imperialismo porque confirma que ese odiado Lenin que confunde el arte
con la política es cualitativamente más humano que los artistas
burgueses «puros» arrodillados ante el dinero. Sin embargo, la calidad
humana del artista se mide precisamente por eso, por su capacidad de
producir libertad mediante su arte. El siempre necesario E. Bloch ha
comparado en El Principio Esperanza, Vol. III el problema de la
injusticia y de la justicia en El Quijote y en Fausto: «Cervantes dedicó
a su héroe un epitafio en el que le calificaba de espantajo que salió a
librar al mundo de las injusticias por la fuerza de su brazo (…) librar
al mundo de la injusticia, de su alienación, de la asfixiante
trivialidad. Esta especie de incondicionalidad no es verdadera en el
sentido de lanzarse de cabeza contra el muro, pero sí como la negación
más enérgica de que tiene que haber un muro».
A diferencia de El
Quijote, que refleja la añoranza por un mundo moribundo, el de la
pequeña nobleza feudal arruinada que no puede ya transformarse en
burguesía comercial en expansión, Lenin expone la decisión de luchar
hasta derribar el muro a pesar de la derrota, porque representa a una
clase explotada y un pueblo oprimido que lucha por su independencia.
Para el «arte puro», sin «contaminación política» la poesía de Lenin es
tendenciosa. Efectivamente, lo es y además conscientemente tendenciosa e
inserta en la cultura popular, la creada por el pueblo trabajador
explotado.
Adolfo Sánchez Vázquez ha escrito en Las ideas estéticas de Marx, que
«en todos los tiempos el arte verdaderamente popular ha estado siempre
en estrecho contacto con la vida humana, con el pueblo y, por tanto,
revela un profundo contenido ideológico. Es un arte tendencioso. Lejos
de dominar a lo largo de la historia del arte, la gratuidad e
irresponsabilidad artística -que hoy se eleva a principio rector de la
creación- aparece sólo en una fase tardía de la sociedad burguesa, como
una negativa del artista a servir la moral, la política o la religión
burguesas».
La fuerza estética de Roque radica en que estudia a
Lenin también en su potencial artístico precisamente desde los
parámetros éticos y políticos de la cultura popular oprimida. Recordemos
que Lenin había dicho en Notas críticas sobre el problema nacional que:
«En cada cultura nacional existen, aunque no estén desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación
hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida
engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero
en cada nación existe asimismo una cultura burguesa (y, además,
en la mayoría de los casos, ultra-reaccionaria y clerical), y no
simplemente en forma de ‘elementos’, sino como cultura dominante.
Por eso, la “cultura nacional” en general es la cultura de los
terratenientes, de los curas, de la burguesía (…) El significado de la
consigna de cultura nacional depende de la correlación objetiva entre
todas las clases del país dado y de todos los países del mundo».
Pero
desarrollar y enriquecer los elementos democráticos y socialistas que
palpitan dentro de la cultura nacional y debajo de los elementos
reaccionarios de su cultura burguesa, este proceso exige a la vez
creación artística, formación política, crítica ética de la cultura
mercantilizada y, como síntesis, práctica revolucionaria. Roque Dalton
plasma esta unidad dialéctica entre revolución y arte desde el apartado
1: «Las palabras para el canto de las conciencias», y luego añade «Para
los asesinos de mi patria, para los carceleros de mi patria, para los
escarnecedores de mi patria, quiero el odio de Lenin, quiero el puño de
Lenin, quiero la pólvora de Lenin».
O así: «"El camarada Lenin
fue quien ordenó a los destacamentos revolucionarios armarse 'por sí
mismos y con lo que puedan (fusil, revólver, bombas, cuchillos,
manoplas, garrotes, trapos impregnados en kerosene para provocar
incendios, cuerdas o escaleras de sogas, palas para construir
barricadas, minas de piroxilina, alambres de púas, clavos contra la
caballería, etc., etc.)'. Y fue quien agregó: 'En ningún caso se deberá
esperar la ayuda indirecta, de arriba, de afuera: todo deberá obtenerse
por medios propios' (1905)."». Y Roque nos recuerda en el apartado 17 el
exhorto de Lenin a la juventud: «Lo que aquí hace falta es una energía
endiablada, energía y más energía».
«Todo deberá obtenerse por
los medios propios» y con una «energía endiablada»: he aquí una directa
referencia a la teoría marxista de la insurrección como un arte, tal vez
como el arte más bello y decisivo de todas las bellas artes. Roque nos
remite en el apartado 65 al resumen que hace Lenin de la teoría de Marx
del arte de la insurrección, remarcando el valor de la cita de Danton
que Marx aplaude: «Audacia, audacia y siempre audacia». También nos
remite al resumen que hace Trotsky en el apartado 27: «Ello supone una
correcta dirección general de las masas, una orientación flexible ante
las circunstancias cambiables, un plan meditado de ofensiva, prudencia
en los preparativos técnicos y audacia en dar el golpe.». ¿Se imagina
alguien a un artista, un científico, un filósofo… o cualquier otra
persona que quiera crear algo nuevo que reniegue de la audacia y se
quede en el conservadurismo? Sin audacia y sin energía nunca se llega a
la verdad ni a la libertad.
Las relaciones entre arte y ciencia
siempre han sido objeto de debate en la medida en que no se parte de una
base filosófica materialista y dialéctica. Si la insurrección fuera una
ciencia exacta entonces bastaría con aplicar la técnica del error y del
acierto expuesta en el manual de turno de la lógica formal hasta, tarde
o temprano, llegar al socialismo. Pero la insurrección es un arte
específico que exige la lógica dialéctica, porque las contradicciones
siempre crean situaciones nuevas que van por delante de la mejor teoría,
que es gris comparada con la policromía de la vida, parafraseando a
Goethe. La contingencia, el azar, la sorpresa son vías presentes en la
lucha revolucionaria y por ello, como en el arte, la capacidad creativa y
heurística de los «medios propios» es decisiva.
En la creación
estética el artista ha de responder permanentemente a las novedades
invisibles, subjetivas, emocionales, caóticas siempre, que le golpean
desde su interior y le asaltan desde fuera, y ha de ordenarlas según su
conciencia o su alienación, según, sea persona emancipada y libre, o
adore al dinero y sea esclavo del fetiche mercantil. Estas posibilidades
antagónicas y reales que se enfrentan en su interior reflejan las
contradicciones objetivas en la que vive, «reflejo» en el sentido
creativo de novedades y realidades que Lenin reivindica en sus Cuadernos filosóficos.
Quiere esto decir que Un libro rojo para Lenin se
inscribe en la praxis que crea lo nuevo en respuesta a la lucha de
contrarios vivida desde la sensibilidad estética y teórica, o para
decirlo en las palabras de Lukács, desde la dialéctica entre la
conciencia-en-sí y la conciencia-para-si del «hombre normal» llevada a
la dialéctica entre el En-sí y el Para-sí del artista como momento
previo al salto al Para-nosotros, es decir, cuando el arte individual se
transforma en arma de emancipación colectiva.
Lukács expone en Estética, Vol. 3, La peculiaridad de lo estético, «la
intrincación del En-si y el Para-nosotros característica de la esfera
estética», insistiendo luego en la importancia de la conciencia Para-sí
del artista como nudo de esa intrincación. Muy correctamente, Lukács
recuerda que el Para-sí fue un descubrimiento de Hegel que Marx, Engels y
Lenin concretaron y superaron pero que ha sido posteriormente
abandonado pese a su crucial importancia. Nos recuerda que en Miseria de la filosofía Marx
basa en esta categoría el proceso de constitución del proletariado en
clase como Ser-para-sí, clase con praxis revolucionaria.
Lukács
sostiene que, en la creación estética se imbrican intrincadamente muchos
factores objetivos y subjetivos que, al materializarse en la obra de
arte, muestran la autoconciencia del artista como proceso: «Cuanto más
amplia es la realidad y cuanto más profundamente la capta el individuo
en su acción y su reflexión, tanto más auténtica y ampliamente puede
desplegarse su autoconciencia (…) Las fronteras del espacio y del tiempo
–del llamado principium indiviationis- se destruyen, y –en principio al
menos- se suscita una capacidad ilimitada de vivenciar todo lo humano».
Roque recorrió esta vía hasta crear la obra que comentamos en
la que se destruyen las fronteras espacio-temporales que en esos años
separaban a nuestra América de Lenin, y luego, durante el resto de su
vida hasta caer asesinado por el sectarismo falsamente izquierdista,
mantuvo aquella autoconciencia ética que le permitió escribir esto al
inicio del apartado 2: «La primera cuestión es la estructura misma del
poema como conjunto de contenido y forma. Se trata de hacer un poema a
Lenin y al leninismo para América Latina, que no sea un
himno, sino un intento de, dijéramos, vivificación poética de su
pensamiento revolucionario, que no sea un "canto que se eleve al cielo",
sino que sea "entre otras cosas un canto", pero un canto que surja de
las ideas, que sirva para poner estas ideas en renovado contacto con la
tierra y los hombres».
También en el apartado 2 Roque explica que: «Hay un riesgo en el collage: la
variedad de niveles de elaboración que supone. En el producto final
podemos mostrar zonas cuya integración no es adecuada a la unidad mínima
establecida por la mayoría del conjunto logrado, etc. Pero ese riesgo
puede ser al mismo tiempo una sugerencia de salida, de solución, para un
poema sobre el leninismo en América Latina. Desde el punto de vista
meramente formal, la inconclusión perenne del poema lo dejaría siempre
abierto, susceptible de nuevas incorporaciones o de nuevos tratamientos
al material ya incluido, de acuerdo a los dictados de la vida misma. En
atención a los elementos de contenido, la opción por la apertura
permanente es aún más valedera, ya que el leninismo se dinamiza en la
historia, al mismo tiempo que la cambiante realidad»
Fijémonos en
esto: «ese riesgo puede ser al mismo tiempo una sugerencia de salida,
de solución (…) la opción por la apertura permanente es aún más
valedera, ya que el leninismo se dinamiza en la historia, al mismo
tiempo que la cambiante realidad». Aquí tenemos el potencial creativo
del arte como política y como ética: la solución de las crisis viene
impulsando la apertura permanente de activa y dinamiza la historia, lo
que exige la asunción ética del riesgo. Este principio es esencialmente
dialéctico y vale para la ética, la estética y la política. Como veremos
luego, la teoría de la organización es inseparable de esta dialéctica
de la totalidad en movimiento.
Concluimos este capítulo
aprovechando el debate imaginario que Roque nos transcribe en el
apartado 71 que muestra la dialéctica entre lo artístico y lo político
recurriendo fundamentalmente y nada menos que al problema de la
caracterización del leninismo. Roque sostiene que la arquitectura
estética de su poema, abierta a lo nuevo y al desarrollo como hemos
visto, no conlleva sin embargo la rotura de la unidad del leninismo –y
nosotros diríamos del marxismo- como podría achacársele desde un pétreo
dogmatismo, sino al contrario, permite comprender la riqueza de matices
concretos del leninismo.
Comprendemos mejor el problema de la unidad y diversidad del leninismo si recurrimos a I. Mészáros en La teoría de la enajenación en Marx,
cuando nos explica el problema de la unidad estética en medio de tanta y
tan creciente diversidad de modas artísticas. El secreto radica en el
núcleo antropológico del «realismo» estético humano como base de su
antropogenia. El realismo es necesario para existir y va unido a la
«creación» de los sentidos humanos en su dialéctica con la naturaleza:
la capacidad estética puede mostrarse con múltiples corrientes y modas
muy diferentes en su forma, pero todas ellas nos remiten a la
materialidad social última de la antropogenia basada en el realismo como
único método de la especie humana para sobrevivir en la naturaleza, de
la que forma parte. Este criterio es fundamental para discernir las
diferencias entre el arte como fuerza progresista y revolucionaria, y el
«arte» como mercancía alienadora.
4.- RAZÓN POLÍTICA POR EL PODER
Pues
bien, esta misma lógica explica las relaciones entre el poema, el
leninismo como unidad, y las formas concretas de leninismo que los
pueblos aplican en sus luchas de liberación. Según sostiene Roque en el
apartado 71:
« ¿Hay dos leninismos? Creo que no. Y creo que no
necesariamente se desprende de mi poema una concepción tal. Hay un solo
leninismo (…) es un hecho que cada enfoque es un mundo, cada
enfoque se vuelve específico de acuerdo, precisamente, con la realidad
concreta en que un partido o grupo de partidos actúan; y así hay, y eso
no es sólo bueno sino que natural, sobre los problemas sociales de hoy, enfoques soviéticos,
chinos, vietnamitas, cubanos, franceses, chilenos, etc.). Lo que sí es
verdad es que el leninismo, integral e indivisible, como unidad
dialéctica de pensamiento, es susceptible (precisamente por su unidad)
de ser considerado en sus elementos, momentos, etapas, problemas
predominantes de acuerdo con la sucesión del devenir histórico, matices,
etc. El leninismo es un complejo resultante de la historia, no una
impenetrable bola de acero. (…) Si aceptamos la unidad esencial del
leninismo podremos ver estas etapas como tales y evitaremos cortes
mentales o de otro tipo, que a nada conducen en la teoría ni en la
práctica. Y, lo que es más importante, podremos comprender que ambas
etapas son revolucionarias y no antagónicamente contradictorias entre
sí: una posibilita la otra, son parte de un mismo pensamiento enfrentando realidades distintas dentro de un mismo proceso revolucionario histórico»
Si
en estética la cohesión elemental es el «realismo» que debe subyacer a
todas las modas particulares que quieran hacer arte emancipador. En el
marxismo y en el leninismo la unidad esencial, del marxismo, es la
concreción teórica de la necesidad de la lucha estratégicamente
orientada para tomar el poder, destruir el Estado del capital y
construir un Estado obrero basado en la democracia socialista que es
forma positiva de llamar a la dictadura del proletariado, un Estado
obrero con conciencia de autoextinción según se avanza al socialismo y
al comunismo. En el apartado 69 Lenin dice que «Lo fundamental en la
doctrina de Marx es la lucha de clases: así se dice y se escribe muy
frecuentemente. Pero no es exacto. De esta inexactitud se deriva con
gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su
falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía. En efecto, la
teoría de la lucha de clases no fue creada por Marx, y es, en términos generales, aceptable para la burguesía. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro
del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa.
Circunscribir el marxismo a la teoría de la lucha de clases es limitar
el marxismo, tergiversarlo, reducirlo a algo que la burguesía puede
aceptar. Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado».
En
el apartado 84 Roque nos da el otro componente del secreto de la fuerza
del leninismo, además de su unidad interna: «Usar la propia cabeza para
encontrar el propio camino», que es una forma poética de expresar lo
dicho por Lenin de que el «alma del marxismo es el análisis concreto de
cada situación concreta». Si la construcción del poder de los soviets,
de los consejos obreros que se guíen por la Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado
de 1918 es el hilo rojo leninista, los «enfoques» soviéticos, chinos,
vietnamitas, cubanos, franceses, chilenos, etc.), como dice Roque en
1973, y enfoque catalán, gallego, vasco, andaluz, palestino, etc., como
decimos nosotros en 2016, son las expresiones espacio-temporales en las
que se plasma esa esencia en diferentes formaciones económico-sociales.
Roque nos recuerda en el apartado 11 las palabras de Ho «Mi único
argumento era: 'Si no condenáis al colonialismo, si no apoyáis a los
pueblos coloniales, ¿qué clase de revolución pensáis emprender? (…) En
un principio el patriotismo más que el comunismo me llevó a Lenin. Paso a
paso, combinando el estudio con la práctica, llegué a la conclusión de
que sólo el socialismo y el comunismo pueden liberar de la esclavitud a
las naciones oprimidas y a los trabajadores del mundo.»
La
categoría dialéctica de lo universal, la esencia del leninismo; lo
particular, su plasmación en áreas socioeconómicas, culturales y
políticas determinadas como nuestra América a diferencia de África; y lo
singular, la especificidad de El Salvador de Roque Dalton frente a la
Argentina o Cuba o Bolivia del Che, es vital para entender las
interacciones entre la liberación nacional concreta y la lucha
antiimperialista mundial en pos del comunismo. Es esta categoría
filosófica la que nos explica por qué y cómo los componentes
progresistas de la cultura popular, los componentes socialistas de la
cultura nacional, etc. además de dar contenido de clase al
independentismo también fortalecen su internacionalismo proletario.
Todas las burguesías odian esta realidad y la combaten a muerte con
todos sus medios: el antagonismo entre la nación trabajadora de la que
hablaba Marx y la nación burguesa se muestra aquí en su virulencia
plena.
Roque ejemplariza esta dialéctica en el apartado 59: «Los
oligarcas locales, lacayos del imperialismo; la empresa de publicidad
Mc Cann Ericksson, a través de La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy; el Centro Cultural "El Salvador-Estados Unidos" y la Agencia Internacional de Desarrollo; la televisión salvadoreña — dependiente, a través de la Central American TV Network, de la American Broadcasting Company (ABC), de
Estados Unidos—; la nunciatura Apostólica Romana; etc., etc., acusan a
los marxistas-leninistas salvadoreños, a los comunistas salvadoreños que
luchan por la liberación nacional, de propagar ideas exóticas,
extranjeras, rusas, chinas, cubanas. O sea: que las ideas que sirven a
los pobres para liberarse de los ricos que los explotan y para liberar a
la patria de la opresión de esos ricos y sus amos extranjeros, son
llamadas por los opresores: exóticas, extranjeras, antinacionales».
Una
táctica histórica de las burguesías es desprestigiar y combatir el
independentismo socialista para imponer el nacionalismo burgués, vendido
al imperialismo, colaborador necesario con este para mantener la
explotación interna, táctica reforzada por otras diseñadas por la
contrainsurgencia imperialista. En el apartado 9 Roque ofrece trozos de
prensa militar norteamericana de 1973:
« "...
La defensa de la democracia, de la libertad, de la propiedad privada y
la familia, implica una guerra permanente y total. Esto es bien sabido,
por sobre todos los eufemismos de la política concreta. Las formas de
esa guerra cambian de acuerdo a cada etapa e incluso a cada momento de
una etapa, y de acuerdo a cada zona del mundo. Al énfasis en lo militar
sucede el énfasis en lo político o lo propagandístico para luego volver
al énfasis en lo militar-definitorio. Lo importante es comprender que
esta guerra continuará hasta la destrucción total del adversario como
tal (lo cual no necesariamente es sinónimo de destrucción física),
puesto que se trata de la guerra de la verdad (…) Su expresión más
perfecta, aún en desarrollo, es el modo de vida norteamericano (…) Mientras
quede en actividad un elemento insurgente comunista es imposible
aceptar que hemos culminado con éxito la campaña antiinsurgente. Los
objetivos de ésta son totales.
«(…)
« Hay una teoría
de la lucha, un arte operativo, una mística y una tradición que hacen
que detrás de cada guerrillero vietnamita o guatemalteco, que detrás de
cada estudiante-combatiente uruguayo o brasileño, que detrás de cada
insurgente angolano, estén presentes, en una u otra medida, Lenin, Mao
Tse Tung, el Che Guevara, en tanto pensadores, en tanto creadores de
métodos racionales para actuar en la lucha de clases. Los niveles de
cultura política, de madurez en la concepción con que cada uno de esos
elementos acuden a contactar el pensamiento revolucionario, no deben
crear falsas esperanzas. Una constante revisión de las fuentes clásicas
es obligatoria para determinar, en cada coyuntura, los grados de avance o
retroceso enemigos."»
Es tanta la importancia de estas estrategias contrainsurgentes que Roque insiste en el apartado 57:
«Pregunta:- Puntualice
algunos de esos “elementos de desacumulación de fuerzas” que, frente a
la ideología marxista-leninista, toman ustedes en cuenta para la
planificación de las operaciones psicológicas en América Latina…
«Respuesta de John Cavadine (experto
en guerra psicológica. Nacido el 17 de mayo de 1913. Fue un analista
del Departamento de Justicia y del FBI. Agregado a la embajada de
Estados Unidos en San Salvador y en Santiago de Chile):- Entre otros, el
hecho de que importantes sectores de creadores de opinión pública del
continente, intelectuales que trabajan en planificación económica,
sociología, medios masivos de comunicación, publicidad, etc., y que son
los portavoces de los gobiernos y de los sectores más progresistas de la
industria, han asimilado y aprendido a manejar la ideología
marxista-leninista para combatirla con sus propias armas y su propio
lenguaje. Así mismo, el hecho de que los marxistas-leninistas con mayor
grado de organización y con mayor tradición nacional, oculten por
razones tácticas (ya que se hayan a la defensiva) los aspectos más
“candentes” de las doctrinas de Marx y Lenin, por no hablar de Mao,
Guevara, etc., que son los aspectos que precisamente despiertan más la
adhesión activa de los sectores descontentos de la población. Reducir al
mínimo las posibilidades del conocimiento real, a partir de sus propias
fuentes, de la ideología enemiga, es un objetivo constante de la
actividad de guerra psicológica. Ambos hechos apuntados concurren a esa
finalidad. Lo que amplía el campo libre que deberá ser llenado por la
ideología democrática… ».
4-1.- GUERRA INTELECTUAL POR EL PODER
Las
dos citas nos dan una idea muy precisa sobre cómo era la lucha
teórico-política, cultural e ideológica mundial en el momento de la
redacción de Un libro rojo para Lenin, y lo que es la guerra
intelectual por el poder. Desde entonces se ha intensificado y ampliado a
pesar del hundimiento de buena parte del llamado «bloque socialista»,
una de cuyas razones fue el monopolio de un Lenin embalsamado al que,
como en el antiguo Egipto, se le había extraídos sus entrañas rojas y su
cerebro dialéctico. Sin embargo, Roque nos dice en el apartado 71 que:
«… leer a Lenin no es comprar a Lenin, adquirirlo en propiedad
exclusiva, hacerlo tambor secreto de nuestra iglesia, cuyos sonidos sólo
a nosotros nos cabe descifrar, ponerlo a prueba de toda comprensión o
interpretación ajena. Leí a Lenin, luego Lenin es mío y nadie más tiene
derecho a él, acceso a él sino a través mío, a través de su nuevo y
definitivo Mahoma. Por el contrario, Lenin está abierto a la vida más
que nunca. Lo que no es una simple frase al viento, sino una experiencia
practicable por todos».
Nadie puede apropiarse en exclusiva de
Lenin para imponer una versión falsa, obligando a los demás a que
repetirlo eternamente excepto si se quiere acabar con el leninismo. J.
Acanda González dice en Paradigmas y Utopías, Lenin que: «Repetir
a Lenin al pie de la letra es la mejor manera de traicionarlo (…) Lenin
nunca se repitió a sí mismo (…) es un hombre que se hace autocríticas
en la medida en que la realidad critica su teoría». Por su parte V.
Strada añade en La polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre la revolución de 1905 «…las posiciones de Lenin estaban en continuo movimiento, aunque eran fieles a una rigurosa lógica interna». ¿De qué lógica interna se trata? J. Salem nos la aclara en Lenin y la revolución: «La revolución es una guerra, y la política es, de manera general, comparable al arte militar».
Volvemos
al problema del arte. Lo hemos visto en sus formas estética y política,
en su expresión insurreccional, pero ahora nos encontramos de nuevo con
el arte pero en su expresión extrema: el arte de la guerra
revolucionaria. Clausewitz demostró que la guerra es la continuación de
la política por otros medios, y Mao que la política es una guerra pero
sin muertos. Son muchas las mediaciones entre guerra y política, del
mismo modo en que tanto en una como en otra es muy compleja y cambiante
la interrelación entre tácticas aparentemente opuestas. Basta haber
leído a Sun Tzu, Tucídides, Jenofonte, César, etc., para darnos cuenta
del acierto de Roque Dalton cuando en el apartado 92 dice que: «Para ser
leninista se necesita una escalera grande y mil chiquitas...».
La
escalera grande es la estratégica y las pequeñitas las tácticas, pero
vistas desde la concepción materialista de la historia que aclara mejor
que Clausewitz cuantas formas de guerra y política existen:
reaccionarias, injustas e interimperialistas, y revolucionarias, justas y
antiimperialistas. Definir la guerra y la política exige un método
interdisciplinar resumido por Roque en el apartado 2: «el leninismo para
la toma del poder (teoría de la revolución) está inserto en una teoría
del imperialismo, en una teoría de la historia y de la sociedad, en una
filosofía, etc.». La verdad es concreta, objetiva, relativa y absoluta,
lo que exige la coordinación interdisciplinar, como acabamos de ver.
Relacionar la teoría del imperialismo con la filosofía, con la historia y
con otros conocimientos requiere de una especial formación intelectual,
una formación marxista inaceptable e incomprensible para casi la
totalidad de la casta intelectual, pese a que los intelectuales a sueldo
de los aparatos estatales de contrainsurgencia puedan acceder a un
saber memorístico y formal, externo, de la teoría marxista, como hemos
visto arriba.
Semejante formación en el dominio del método
dialéctico marxista sólo puede ser daba por un partido que sea él mismo
la dialéctica organizada políticamente. Roque Dalton cita a Lukács en el
apartado 86:
«Porque en la esencia de la historia radica la producción constante de lo nuevo. Esta
novedad no puede ser calculada siempre de antemano con la ayuda de
alguna teoría infalible: ha de ser reconocida en la lucha, a partir de
sus gérmenes primero, siendo luego aprendida a nivel consciente. La
tarea del partido no es, en modo alguno, imponer a las masas un
determinado tipo de comportamiento elaborado por vías abstractas, sino aprender
por el contrario, incesantemente, de la lucha y de los métodos de lucha
de las masas. No obstante, también debe ser activo en su aprendizaje,
preparando las siguientes acciones revolucionarias. (…) Si no lo hace
así, será sobrepasada por la evolución de las cosas, una evolución a la
que, en tal caso, no habría comprendido y en consecuencia no podría
dominar. De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestos para el partido... La
organización leninista es dialéctica en sí misma — o sea, no es
únicamente el producto de la evolución histórica dialéctica, sino al
mismo tiempo su impulso consciente—, en la medida en que es, a la vez, producto y productora de sí misma.».
Sin
embargo, por su idiosincrasia social como casta asalariada, los
intelectuales odian la organización revolucionaria y tampoco pueden
sobrepasar el umbral del pensamiento débil que se detiene en la frontera
que separa lo superficial y aparente de lo antagónico e
irreconciliable. En el apartado 73 Roque dice: «Lenin me dejó un consejo
con Máximo Gorki "¡Ay, ay, perecerá usted sí no escapa de ese ambiente
de intelectuales burgueses! ¡Le deseo de todo corazón que escape lo
antes posible!"». Al igual que existen artistas y políticos de
izquierdas y de derechas, también sucede lo mismo entre los
intelectuales. El joven Lenin expresó sus ideas sobre qué debía
caracterizar a un intelectual socialista, ofreciéndonos un modelo que ha
acrecentado su importancia ahora en la que la intelectualidad se ha
convertido en una casta asalariada a cargo del gasto público del Estado o
del gasto privado de la burguesía. Roque las cita en el apartado 13:
«La
intelectualidad socialista sólo podrá pensar en una labor fecunda
cuando acabe con las ilusiones y pase a buscar el apoyo en el desarrollo
efectivo y no en el desarrollo deseable de Rusia, en las relaciones
económicas sociales efectivas y no en las probables. Su labor TEÓRICA deberá,
además, dirigirse al estudio concreto de todas las formas del
antagonismo económico existente en Rusia, al estudio de su conexión y de
su desarrollo lógico; deberá descubrir este antagonismo, en todas
partes donde está encubierto por la historia política, por las
particularidades del orden jurídico, por los prejuicios teóricos
establecidos. Deberá dar un cuadro completo de nuestra realidad, como un
sistema determinado de relaciones de producción, señalar la necesidad
de la explotación y de la expropiación de los trabajadores en este
sistema; señalar la salida de este orden de cosas que es indicada por el
desarrollo económico».
«Descubrir el antagonismo en todas
partes» es lo mismo que aflorar a la superficie la unidad y lucha de
contrarios que existe en todo proceso una vez que en su interior las
diferencias se han transformado en oposiciones y, luego, éstas en
contradicciones irreconciliables. El leninismo rescatado por Roque
Dalton insiste en que lo antagónico sólo se resuelve mediante la
revolución. Marx dijo que cuando chocan dos derechos, el burgués y el
proletario, decide la fuerza. La burguesía practica su derecho a la
explotación asalariada para producir plusvalía, su derecho a ampliar su
propiedad de las fuerzas productivas, su derecho de aplicar su ley en
defensa del capitalismo; el proletariado practica su derecho a la
huelga, a la recuperación de empresas cerradas y en síntesis, al
socialismo: llegados a este punto la unidad y lucha de contrarios
antagónicos estalla en forma de revoluciones y contrarrevoluciones.
El
antagonismo termina apareciendo antes o después en toda realidad social
basada en la explotación, opresión y dominación. Todas las esferas de
la vida están marcadas por el antagonismo, hasta las más aparentemente
insustanciales. Cuando Lenin sostiene que el intelectual socialista
«deberá dar un cuadro completo de la realidad» se refiere a que deberá
sacar a la luz toda la unidad y lucha de contrarios irreconciliables.
Pero deberá hacer más que la simple enunciación de realidades: ha de
proponer soluciones acordes con la materialidad objetiva de los
antagonismos. Según qué grado de agudización hayan alcanzado los
antagonismos y en qué coyunturas y contextos se desarrollen, las
salidas, el choque de fuerzas irreconciliables puede adquirir diversas
formas.
Citando al Che en el apartado 46 Roque sostiene que está
mal planteado el debate entre la «vía pacífica» o la «vía violenta» al
socialismo, sostiene que no es un problema de forma -‘paz’ versus
‘violencia’- sino de fondo: «Recuérdese nuestra insistencia: tránsito
pacífico no es el logro de un poder formal en elecciones o mediante
movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración
del poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha
armada.». Es decir, hasta antes de 1967 año del asesinato del Che, en
determinadas circunstancias el tránsito pacífico a un poder socialista
con todos sus atributos se puede lograr sin el uso de la lucha armada.
La
militancia y la intelectualidad socialista han de manejar ágil y
hábilmente los procesos antagónicos para saber aplicar la interrelación
de todas las formas de lucha contra la injusticia, descartando las
tácticas superadas e ineficaces en cada período. Aunque la casuística es
muy amplia, podemos decir que, en general, la historia muestra que una
lección bifronte que, por desgracia, termina en la misma derrota: muchos
procesos revolucionarios llegan al gobierno por métodos electorales
gracias al impulso de fuertes movilizaciones populares, pero más
temprano que tarde esos gobiernos ceden antes las presiones burguesas; y
otros procesos que resisten más, que pueden incluso avanzar algo más
allá de las reformas estructurales para iniciar la socialización de las
fuerzas productivas capitalistas en propiedad socialista, etc., terminan
siendo objeto de una feroz contrarrevolución.
4.2.- GUERRA POR EL PODER DE CLASE
En el apartado 51 Roque cita a Lenin: «Los obreros se pusieron en masa a levantarlas, pero esto tampoco les satisfacía y preguntaban ¿y después, qué? Y
exigían acciones activas». Lenin se refiere a las barricadas. Los
pueblos trabajadores las levantan con más frecuencia de la que reconoce
la prensa burguesa, y muchas veces haciendo la pregunta a la que se
refería Lenin: ¿y después, qué? La interrogante surge de la experiencia
acumulada durante el proceso que culmina en la barricada: si hemos
avanzado hasta aquí en la lucha ¿debemos seguir avanzando después de la
barricada, dado que esta es una defensa pasiva, estática? ¿Debemos
avanzar más o detenernos para defender las posiciones antes de otro paso
adelante?
Al margen de las decisiones tácticas concretas que se
tomen en cada circunstancia, la teoría marxista de la revolución
sostiene que siempre hay que avanzar en lo estratégico. Por boca de
Lenin, Roque nos aporta una razón del principio avance como estrategia
permanente en el apartado 81«La conciencia de clase proletaria no se
puede dar como tal si no es por oposición a la burguesía. El desarrollo
de la clase proletaria es antiburgués, tiene el carácter de negación de
la clase y la dominación burguesas. La conciencia de clase proletaria
como vocación de poder político tiene que ser subversiva». Por tanto, la
barricada sólo es válida como puntual táctica defensiva inmersa en una
estrategia ofensiva permanente para tomar el poder. Los nuevos recursos
que otorga el poder conquistado deben acelerar la subversión
revolucionaria de lo que queda de poder burgués.
La estrategia
de la subversión permanente que inserta la puntual táctica defensiva se
sustenta también en el Lukács citado por Roque en el apartado 5: «La actualidad de la revolución: he
aquí el pensamiento fundamental de Lenin y el punto, al mismo tiempo,
que de manera decisiva le vincula a Marx.(…) a los ojos del marxista
vulgar los fundamentos de la sociedad burguesa son tan inamovibles, que
aun en los momentos de su conmoción más evidente no desea otra cosa que
el regreso de la situación 'normal', no viendo en sus crisis sino
episodios pasajeros y considerando la lucha, incluso en tales períodos,
como la nada razonable rebelión de unos cuantos irresponsables contra
él, a pesar de todo, invencible capitalismo (… ) La actualidad de la revolución determina el tono fundamental de toda una época.
Tan sólo la relación de las acciones aisladas con este punto central,
que únicamente puede ser encontrado mediante el análisis exacto del
conjunto histórico social, hace que dichas acciones aisladas sean
revolucionarias o contrarrevolucionarias».
Desde esta visión
histórica la necesidad del partido y sus tareas se actualizan aún más.
Hay que aplaudir el acierto de Roque al recordarnos en el apartado 3
que: «Lenin distingue el sujeto teórico-histórico de la revolución (el
proletariado como clase, que deriva del modo de producción) y su sujeto
político-práctico (la vanguardia, que deriva de la formación social),
que representa no ya al proletariado en sí, dominado económica, política e ideológicamente, sino al proletariado para sí, consciente del lugar que ocupa en el proceso de producción y de sus propios intereses de clase.»
El
proletariado como clase explotada no cambia en lo sustancial a lo largo
del capitalismo porque es uno de los dos sujetos teórico-históricos que
se enfrentan a muerte en la unidad y lucha de contrarios, de lucha de
clases, siendo la burguesía su antagónico. Pero el sujeto
político-práctico sí varía de forma con los cambios del sistema porque
es la expresión concreta de la clase trabajadora genérica en cada una de
esas fases: decrece el obrero industrial de empleo seguro, aumenta el
obrero de servicios precarizado, cambia la composición de sexo-genero,
étnica y cultural de muchas ramas económicas, etc., y también varían las
franjas trabajadoras más concienciadas y organizadas, y surgen nuevas
fuerzas revolucionarias debilitándose otras, etc.
Precauciones
necesarias en el análisis de la realidad móvil porque son las que,
además de otros factores, explican las palabras de Fidel que Roque
reproduce en el apartado 91: «... permítanme decirles algo: la
revolución es el arte de unir fuerzas; la revolución es el arte de
aglutinar fuerzas para librar las batallas decisivas contra el
imperialismo. Ninguna revolución, ningún proceso se puede dar el lujo de
excluir a ninguna fuerza; ninguna revolución se puede dar el lujo de
excluir la palabra sumar. Y uno de los factores que determinó el
éxito de la revolución cubana —donde nosotros éramos un pequeño grupo
inicialmente, ¡un pequeño grupo!, que en condiciones difíciles llevó a
cabo la lucha— fue la política de unir, unir, unir. Sumar
incesantemente. Y no era fácil».
La hegemonía popular sólo puede
lograse integrando, atrayendo, sumando fuerzas en base a uno de los
puntos de la teoría de la organización de Lenin que Roque cita en el
apartado 85:
« El partido es legal según las circunstancias,
pero sus fines son esencialmente ilegales (derrocamiento de un orden
social injusto que es el generador de la legalidad establecida;
sustitución revolucionaria de la legalidad burguesa por la legalidad
revolucionaria del proletariado).
El partido tiene que ser capaz de dirigir todas las formas de lucha de clases que se dan en el país.
El
partido debe enfrentar sus tareas como una red de organizaciones y
deben normar precisamente sus relaciones con las organizaciones
colaterales. Citar a José Martí: "Revolucionario es el que pertenece a
un club y tiene una tarea concreta en él". Remitirse brevemente a la
polémica original Lenin-Mártov sobre la militancia.».
Lenin
siempre se negó a hacer una teoría acabada, definitiva del partido.
Desde un núcleo elemental irrenunciable, como vanguardia, seguridad,
formación, prensa, centralismo, etc., cogido de Marx y Engels, del
comunismo utópico y corroborado por la experiencia práctica y el saber
clandestino popular, los adaptaba, extendía y ampliaba, o reducía según
las necesidades del movimiento: se le ha llamado «partido-acordeón» que
actuaba junto con otros dentro del amplio «movimiento de la clase» como
él mismo admitió desde sus primeras obras. La llamada «hegemonía
bolchevique» mucho más depurada teórica, política, y prácticamente que
las innúmeras versiones dispares de la «hegemonía gramsciana», se basa
en ese «partido-acordeón» inmerso en el «movimiento».
Es este el
instrumento sin el cual es imposible saber por qué, cómo y cuándo se ha
llegado a la situación revolucionaria resumida así en el apartado 55: «
(1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio
en forma inmutable; tal o cual crisis en las 'alturas', una crisis de la
política de las clases dominantes abre una grieta por la que irrumpen
el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que
estalle la revolución no basta que 'los de abajo no quieran vivir como
antes', sino que hace falta también que 'los de arriba no puedan vivir'
como hasta entonces. (2) Una agravación de la miseria y de las
penalidades de las clases oprimidas. (3) Una intensificación
considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las
masas, que en tiempos 'pacíficos' se dejan expoliar tranquilamente pero
que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por la situación de
crisis en conjunto como por las alturas mismas, a una acción histórica independiente».
Entonces
el marxismo muestra su esencia de democracia de la inmensa mayoría
explotada sobre la reducida minoría explotadora. En el apartado 45 Roque
reproduce parte del Saludo a la República Democrática de Baviera instaurada
en abril de 1919 durante la revolución alemana de los consejos, luego
ahogada en la sangre de decenas de miles de mujeres y hombres
trabajadores por el ejército reaccionario de la socialdemocracia. En el
saludo Lenin pregunta sobre
«…Les rogamos encarecidamente nos
comuniquen con mayor frecuencia y en forma más concreta qué medidas han
adoptado para luchar contra los verdugos burgueses...; si han creado
soviets de obreros y servidores domésticos en los barrios de la ciudad;
sin han armado a los obreros y desarmado a la burguesía; si han
aprovechado los depósitos de ropa y otros productos para prestar una
inmediata y amplia ayuda a los obreros, y sobre todo a los jornaleros y a
los pequeños campesinos; si han expropiado las fábricas y los bienes de
los capitalistas de la ciudad, así como también la propiedad
capitalista de la tierra en sus alrededores; si han abolido las
hipotecas y las rentas de los pequeños campesinos; si han duplicado o
triplicado el salario de los peones y jornaleros; si han confiscado
todos los depósitos de papel y todas las imprentas para imprimir hojas
volantes y periódicos de masas;... si han concentrado la burguesía en el
centro de la ciudad para instalar inmediatamente a los obreros en los
barrios ricos; si han tomado en sus manos todos los bancos; si han
elegido rehenes entre la burguesía; si han adoptado raciones de
abastecimiento más altas para los obreros que para la burguesía; si han
movilizado a todos los obreros tanto para la defensa como para la
propaganda ideológica en las aldeas vecinas...»
https://www.rebelion.org/noticia.php?id=211337