Luis Hernández Navarro. La Jornada.
En abril de 2012, Walter Mercado, el más famoso astrólogo latinoamericano,
predijo la inminente muerte de Hugo Chávez. A finales de mayo, el conocido
periodista estadunidense Don Rhater, editor del canal de cable HDNet, aseguró
que el mandatario venezolano padecía un agresivo cáncer conocido como
rabdomiosarcoma metastático, y que era muy probable que no llegara con vida a
las elecciones presidenciales de Venezuela.
A menos de una semana de la realización de los comicios, el presidente Chávez
está vivo, sano y activo. Sin dar muestras de agotamiento ha protagonizado una
intensa campaña y ejerce tareas de gobierno. Viaja, participa en mítines, toma
la palabra y da instrucciones ininterrumpidamente. No hay en su rostro ni en su
conducta seña alguna de que los vaticinios sobre su fallecimiento vayan a
hacerse realidad.
Que las profecías de un charlatán profesional fallen es previsible. Que las
filtraciones divulgadas por un periodista serio, que supuestamente verifica sus
fuentes, resulten falsas es algo que sucede. Pero no puede ser casualidad que
ante la inminencia de un proceso electoral clave se difundan, de manera
simultánea y sistemática, predicciones de videntes e informes confidenciales de
profesionales de la prensa y se organice una verdadera campaña de desinformación
sobre la salud de Hugo Chávez. La ofensiva mediática tiene una intención: tratar
de desmoralizar a los seguidores del presidente.
La oposición venezolana y sus aliados internacionales quisieron hacer de la
salud del mandatario venezolano un elemento central de su estrategia electoral.
Primero aseguraron que moriría, después dijeron que estaba agónico y no se iba a
poder presentar a los comicios; luego afirmaron que no podía hacer campaña;
finalmente tuvieron que inventar que el viejo y enfermo Chávez ha sido arrollado
por la juventud y energía de Henrique Capriles.
Nada de eso ha sucedido. La apuesta opositora resultó un fracaso. En lugar de
desanimarse, los simpatizantes del mandatario se unieron en torno suyo y tomaron
las calles. Prácticamente todos los sondeos vaticinan su triunfo este 7 de
octubre, por una diferencia que fluctúa entre 10 y 20 puntos.
¿Es el presidente un político viejo y agotado, como asegura la oposición? No,
no lo es. Se trata de acusaciones sin fundamento. El mandatario tiene 58 años,
la misma edad de Angela Merkel, un año más que Mariano Rajoy, dos menos que
Vladimir Putin y siete menos que Dilma Rousseff. Basta ver la dinámica de su
campaña, la convicción de sus discursos, su capacidad de seducción, el
despliegue de su narrativa, el tiempo que pasa de pie cada día para darse cuenta
de que es un hombre vigoroso.
La fuerza de Hugo Chávez en la sociedad venezolana es arrolladora. Su
candidatura está profundamente enraizada con la cultura política emergente en la
ciudadanía. En ella se encarna un proyecto de transformación social compartido
por muchos. Narrador excepcional, ha construido un relato nacional en el que
millones de personas se reconocen y se identifican. Ha hecho visibles a los
invisibles y les ha abierto espacios para que se hagan protagonistas de su
propia historia. Como muestran diversos estudios de opinión, más de 60 por
ciento de la población es optimista con el futuro de su país y con las
previsiones sobre su capacidad de relación personal, y más de la mitad de los
venezolanos simpatizan con el socialismo.
Por el contrario, la derecha venezolana no puede decir su nombre. Henrique
Capriles, el candidato de la más rancia burguesía venezolana, tiene que
presentarse como un integrante de la clase media, disfrazarse de progresista y
mejorador del modelo chavista, al tiempo que oculta su verdadero programa de
gobierno. No le ha sido fácil. Expresar ideas que no son suyas le ha generado
problemas de comunicación.
Capriles ha tenido el mérito de conducir -hasta ahora- una campaña que ha
rehuido la polarización de clase. Guardó en el armario el odio que la oligarquía
tiene hacia Chávez y se concentró en tratar de ganar el voto de las clases
medias y los sectores descontentos con el chavismo, denunciando los
ofrecimientos incumplidos de la revolución bolivariana. Sin embargo, la maniobra
política no parece haberle permitido rebasar el techo histórico de votos de la
oposición.
El mandatario ha reconocido fallas en su gestión. Hace menos de una semana
admitió que hay gente que podría estar inconforme por fallas, como el déficit
habitacional, de infraestructura, o a causa del desacuerdo con los dirigentes,
pero les pidió que su votación no se guiara por ellas. “El 7 de octubre
-expresó- no está en juego si se fue la luz o no se fue, que si llegó el agua o
no llegó, que si a mí no me han dado mi casa, que yo no tengo empleo todavía, o
que si yo estoy bravo con no sé quién. No. No nos estamos jugando esas cosas,
les repito, camaradas: nos estamos jugando la vida de la patria, el futuro de
los niños y las niñas de toda Venezuela.”
De la misma manera en la que la oposición y sus aliados internacionales
anunciaron la inminente muerte de Hugo Chávez, sólo para encontrarse -como en la
cita apócrifa de Don Juan Tenorio- con que el mandatario goza de cabal salud,
así, ahora, han querido crear la impresión de que los comicios tienen un
resultado incierto y que Capriles podría ganarlos. Nada permite suponer que así
serán las cosas.
En los escasos días que restan hasta el 7 de octubre el debate no es sobre
quién ganará, sino con qué porcentaje triunfará Hugo Chávez. La verdadera duda
no es si la oposición remontará la desventaja que tiene en la mayoría de los
sondeos, sino si aceptará su derrota u optará por jugar el resto de sus fichas
apostando por la desestabilización.