22 diciembre 2014

Gramsci, la reconstrucción del PCE y la Hegemonía de la clase obrera.

Javier Parra
 
 
Cada vez que escuchamos hablar de “hegemonía” nos viene a la cabeza Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, y uno de los más brillantes  dirigentes y teóricos comunistas de la historia, que no solo fue perseguido y encarcelado prácticamente hasta su muerte por el fascismo italiano, sino pisoteado por quienes, desde la presunta izquierda, han manipulado, mutilado y amputado su obra para justificar la destrucción de las organizaciones de clase. Nunca ha sido más citado Gramsci como cuando se ha tratado de justificar la disolución de los Partidos Comunistas, empezando por el PCI, allá por 1991.  Un insulto a la memoria del propio Gramsci, una mente prodigiosa como reconocería incluso el régimen de Mussolini, después de que lo detuvieran y lo condenasen a una larga pena de cárcel afirmando que “había que impedir que ese cerebro funcionase durante veinte años”. Mussolini trató de impedir a aquel cerebro funcionar, otros se han ocupado de manipular y pisotear su pensamiento. 
 
Sin duda la obra de Gramsci es increíblemente poderosa y necesaria en estos días, pero no se le puede leer amputado ni tergiversado, hay que leer su obra completa, o al menos conocer sus principales líneas de pensamiento. Un pensamiento que, entre otras cosas, debe alumbrar el camino que las y los comunistas hemos emprendido para la reconstrucción de un Partido Comunista de España como organización revolucionaria capaz de hacer que la clase trabajadora (y no otra) sea hegemónica en la sociedad. Porque en toda sociedad – como indicaba Gramsci – siempre hay una clase que impone su forma de ver el mundo, su cosmovisión, al resto. En el caso de nuestro país son las oligarquías empresarial y financiera, que actualmente están muy bien representadas en el el IBEX 35. Unas oligarquías que a través del llamado “consenso de la transición”, han ido imponiendo  sus leyes y sus postulados al resto de las clases, y lo han hecho, con la inestimable colaboración de PP y PSOE, a través del sistema educativo, religioso y a través de los medios de comunicación. 
 
Pero Gramsci también nos enseña que la Hegemonía nunca es absoluta. Siempre hay conflictos y rupturas, siempre hay movimientos contrahegemónicos (huelgas, movilizaciones, literatura…), que cuando se hacen muy intensos, acaban desquebrajando la hegemonía y el consenso existente. Es cuando la clase dominante pierde el consentimiento, y deja de ser dirigente, y es únicamente dominante por medio de la coerción, de la fuerza.
 
Estos días la aprobación de la la llamada “Ley de Seguridad Ciudadana” ha demostrado que la clase dominante ha perdido su consentimiento, y ya solo es capaz de dominar por la fuerza, lo cual no quiere decir que no pueda recomponerse y establecer un nuevo consenso en la que siga siendo dominante, tal y como está intentando.
 
Lo cierto es que en este momento las masas ya no creen en lo que creían. Ya no creen en lo que habían estado creyendo en España durante los últimos 35 años. Este es el momento que definía Gramsci en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, el claroscuro en el que aparecen los monstruos, “en el que aparecen los más diversos fenómenos morbosos”.
 
Y esa muerte de lo viejo es la que abre también la posibilidad de formar una nueva cultura. Una nueva cultura que doblegue a la cultura del capitalismo tardío  (el postmodernismo) y que trabaje al servicio de la transformación del país; una nueva cultura popular con la que los dominados impongan a los dominadores su forma de ver el mundo. Porque nuestro objetivo es imponer un nuevo consenso en el que todas las clases de la sociedad acepten que es la visión de la clase trabajadora la que deba prevalecer, y  ese objetivo únicamente se conseguirá con un Partido Comunista fuerte, organizado con una estructura revolucionaria,  y que se ocupe también reconstruir también la alianza entre las fuerzas del trabajo y la cultura.
 
Debemos reivindicar el pensamiento de Gramsci, debemos estudiarlo, incorporarlo a nuestros debates, a nuestra acción política y organizativa para la conquista de la hegemonía por parte de la clase obrera.  No debemos permitir que lo usurpen quienes pretenden tergiversarlo, quienes pretenden lanzarlo contra el Partido Comunista, quienes hablan de “hegemonía” para quién sabe qué clase, quienes quieren, en definitiva llevarlo a una segunda muerte. Gramsci nos pertenece.