30 noviembre 2014

Reflexiones en torno al populismo y a un programa de Fort Apache


Por Santiago Armesilla
 
a) Gustavo Bueno es la oposición a Ernesto Laclau. O lo que es lo mismo: el materialismo filosófico es el anti-Podemos por excelencia. Una némesis dialéctica y teórica, y quizás por eso el postmodernismo y el postmarxismo tenga tantas cosas en común con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno (crítica a la idea dicotómica de lucha de clases, crítica del determinismo económico como factor único que explica la Historia, pero claro, tanto el materialismo filosófico como el postmarxismo caricaturizan a este marxismo y lo reducen a marxismo vulgar). Pero mientras el postmarxismo, como postmodernismo, "disputa términos" porque entiende que se dicen de muchas maneras, convirtiéndose en una teoría líquida y fluida, el materialismo filosófico de Bueno construye bloques de hormigón teóricos (construye teorías) que se hunden en ese océano postmarxista. Pero, ¿Acaso Bueno, cuando construye teorías, cuando pide "definirse", no está también disputando términos a otras ideologías filosóficas y políticas? En el fondo, el materialismo filosófico podría ser visto como un postmarxismo a la española pasado por los tamices de la Escolástica, el espinosismo, el aristotelismo y el platonismo, además de Hegel y Lenin. Bueno tritura ideas, las reconstruye desde su sistema, y es lo mismo que hace (con matices, y algunos me acusarán de herejía por decir esto) Íñigo Errejón, el cual se equivoca al decir que la política y la guerra no son continuaciones de sí sino que la política es una disputa continúa e inconclusa, con momentos de distaxia y eutaxia. En esa dialéctica entran la guerra y la política, pues la guerra también "disputa significantes".
 
b) La crítica de Alberto Garzón Espinosa a las hipotecas del populismo es certera, pero la contestación de Errejón también: todas las ideologías generan hipotecas. Pero ¿por qué ocurre? Porque las alianzas, los pactos y las transacciones (los favores) se deben y se hacen siempre en política, y por eso cuando esa voluntad nacional-popular en la que insiste Manuel Monereo Pérez tanto se resquebraja, las grietas vuelven a llenarse de ese líquido populista, por traición a lo propuesto. Es una fórmula, en el fondo, muy de oferta y demanda, que por desgracia recuerda demasiado a las teorías de la Escuela Austriaca y su empresariazicación de toda acción humana finalística (ahí está una conexión entre el populismo de Podemos el ultraliberalismo, cosa que estudia Bettina García De Sínope). Pero insisto, Garzón tiene razón en eso, en tanto que abren brecha a otras disputas. Yo que estoy leyendo a Hans Kühn y su libro del Islam lo veo, pues el resquebrajamiento de la Umma ocurre cuando en la apariencia de voluntad popular aparecen las viejas rencillas de los grupos conformados anteriormente y que se reconfiguran en una nueva modalidad social. Es decir, el determinismo causal existe, y no es solo económico-político, sino sobre todo político, o lo que es lo mismo, institucional. La pata coja del postmarxismo es no tener una teoría antropológico-política de las instituciones tan potente como la de Gustavo Bueno.

c) El determinismo causal no flota en el aire. ¿Podría disputarse la idea de democracia en una época histórica antidemocrática? No. Si se disputan términos es porque los equipos que disputan aceptan unas reglas del juego preestablecidas por el equipo que juega en casa, eso lo sabe Pablo Iglesias. Pero al final acabas jugando al fútbol. Lo que Gustavo Bueno dice, y esto dicho sin perjuicio de si lo consigue o no, es que realmente, lo revolucionario, no es disputar esos términos políticos, sino destruirlos. Es la diferencia entre ser un basilisco (o un catoblepas) y ser un Prometeo, un Atlas o un Ulises (o un Platón yendo hacia Siracusa). Nadie va a querer triturar el "Paz, tierra, pan" de Lenin. Lo que se dirime es en qué tipo de sociedad política habrá esa paz, se trabajará esa tierra y se comerá ese pan. En esto todos están de acuerdo, incluso los que no hablaron en ese Fort Apache. Es decir, también Gustavo Bueno.

y d) Lo dice Errejón aunque no con estas palabras, y es algo que he hablado muchísimas veces con José Ramón Esquinas: no hay nada más racional, que más acerque al común de los mortales a la virtud, esto es, a la vida del sabio, que lo soteriológico, que lo salvífico, es decir, la construcción de mitos luminosos. Al leer la "Ética" de Baruch Spinoza me corroboro en ello. Como la vida del sabio es casi imposible ("todo lo excelso es tan bello como raro"), lo que hay que hacer es organizar políticamente los afectos, potenciando aquellos que más acercan a la virtud. Decían algunos que la virtud no se puede enseñar. Pero en el fondo, la Historia de la Política no es más que eso, la socialización de la capacidad de llegar a la virtud, aunque esta sea una idea aureolar. Pero benditas ideas aureolares, señores, pues la libertad para obrar en dirección a ellas y la dialéctica que ellas nos ofrecen pueden generar monstruos, sin duda, y monstruosidades. Pero como diría Goethe, es mejor la injusticia al desorden, y sin mitos luminosos hay desorden e irracionalidad, salvajismo y se da lo peor de nosotros, que es dejar de ser nosotros. 

Conclusión: Un materialismo político tiene que asumir eso, que la filosofía sí puede decirle a la gente lo que tiene y debe hacer porque así siempre lo ha hecho, porque la filosofía es una actividad desarrollada en sociedades políticas, es parte de la vida política y debe contribuir a mejorar la sociedad política siempre. Ha de huir siempre del gnosticismo, del nihilismo y vigilar mucho el no caer en teoreticismo sin dejar de ser coherente con su construcción teórica. Pues no hay nada más político, en realidad, que la acción filosófica, esto es, que la disputa constante de términos, ideas y conceptos para definirse lo mejor posible en el mejor contexto posible. Por eso todo filósofo es un militante. 

Esas son mis conclusiones.