29 abril 2015

Leyendo a Hugo Chávez en el segundo aniversario de su muerte.

<em>Leyendo a Hugo Chávez en el segundo aniversario de su muerte</em>
Por David Becerra
               
EL 5 de marzo se cumplieron dos años de la siembra de Hugo Chávez Frías. Digo siembra, y no muerte, porque Chávez no ha muerto, o al menos no ha muerto del todo. Porque no muere quien deja sembrado un legado que habrá de florecer en esta primavera consagrada llamada Revolución.
 
A los medios de comunicación a menudo se les olvida que la libertad de información no es un privilegio de los periodistas y sus dueños, sino que es un derecho que le pertenece al conjunto de la sociedad: la ciudadanía tiene derecho a estar informada, no intoxicada con informaciones falsas, medias verdades que en realidad son completas mentiras, tergiversaciones o manipulación de los hechos. Cuando hablan de Hugo Chávez, y de Venezuela en general, los intereses del gran capital –que financian y sustentan a los medios– se ponen por encima de la verdad.
 
Solo hay un modo de enfrentarnos a las mentiras de los grandes medios: leyendo y estudiando. Acudiendo a los libros que tratan sus temas con rigor. Por esta razón, en un día como hoy, quizá no haya mejor forma de entender Venezuela, de entender quién fue Hugo Chávez, que leyendo dos libros que se acercan con exhaustividad y voluntad científica e informativa, verdaderamente informativa, a Chávez y a lo se ha convenido en denominar chavismo
 
El autor del primero de ellos es Alfredo Serrano Mancilla y lleva por título El pensamiento económico de Hugo Chávez (El Viejo Topo, 2014). Frente a quienes pretenden encerrar en categorías estancas y en etiquetas clásicas el pensamiento económico de Chávez, Alfredo Serrano se detiene a observar su sincretismo y el modo en que se va configurando en sus distintas fases: «Chávez desarrolla una matriz propia de pensamiento económico difícil de encajar en paradigmas predefinidos. Esto nos obliga a estudiarlo como creador de un pensamiento económico propio, con un sincretismo tan amplio, diverso y complejo que constituye un paradigma particular (…). El pensamiento económico de Chávez es pura dialéctica, inteligencia en situación, en donde se enfrentan los planos empírico y teórico, político, social, histórico y cultural. Los intentos de clasificar a Chávez en un catálogo preestablecido son infructuosos». El propio Hugo Chávez lo reconoció en una ocasión: «yo más bien creo que tengo un poquito de cada cosa que uno va recogiendo en los caminos».
 
Pero, ¿qué es lo que va recogiendo por el camino Hugo Chávez para construir su pensamiento? El ensayo de Alfredo Serrano Mancilla lo detalla con rigor. En una primera etapa, sostiene el autor, Chávez toma un enfoque cepalino de la economía política, esto es, asimila los postulados de la CEPAL [Comisión Económica para América Latina y el Caribe], muy en auge en los años sesenta y setenta en el subcontinente. El enfoque cepalino se asentaba sobre tres pilares: el nacionalismo, la soberanía y el anti-imperialismo. Sin cuestionar en momento alguno el modelo capitalista, el Estado asumía el papel de motor de un proceso de industrialización y desarrollo con el fin de disminuir la relación de dependencia con respecto a las potencias del Norte. Las referencias políticas –y, por extensión, económicas– de Hugo Chávez en este primer periodo eras tres: Velasco Alvarado, presidente de Perú desde el triunfo de la Revolución de la Fuerza Armada de 1968, que fue el primer general progresista y nacionalista que llevó a cabo una política humanista, poniendo en marcha un reforma agraria y nacionalizando la banca, la industria pesquera y los sectores estratégicos; Juan José Torres, presidente de Bolivia, mestizo y de familia empobrecida, que llevó a cabo también una política económica basada en la soberanía y la recuperación de las riquezas nacionales; y Omar Torrijos, presidente de Panamá, hijo de maestros rurales y de familia humilde, que luchó contra lo que denominó «colonialismo disimulado» a través de una política desarrollista nacionalista que impugnaba las imposiciones llegadas del Norte. En ningún caso se cuestionó, mediante estas políticas, el capitalismo, y acaso por esta cuestión su éxito fue relativo, cuando no estuvieron directamente abocadas al fracaso. Había, pues, que reformular estas tesis.
 
Chávez, entonces, incorpora a su pensamiento lo que se ha llamado el «árbol de las tres raíces»: Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. «Este triángulo de referencias iba dando contenido nacional, de patria y soberanía, a un proyecto político y económico que comenzaba a trazarse», afirma Alfredo Serrano Mancilla; y, como recuerda más adelante, Chávez resumía estas tres raíces de la siguiente forma: «la idea geopolítica de Bolívar; la idea filosófica de Simón Rodríguez; y la idea social de Ezequiel Zamora». Chávez descubre América, las raíces revolucionarias de América Latina, antes que a Marx.
 
A medida que la Historia avanza, se produce el «Caracazo» en 1989 y fracasa el golpe de Chávez de 1992 contra las políticas neoliberales que estaban llevando al país a la ruina, Chávez va consolidando su pensamiento político y económico, situándose cada vez más en una postura antineoliberal, si bien todavía no anticapitalista. En la cárcel de Yare, donde permanece privado de libertad desde 1992 a 1994, Chávez no desaprovecha el tiempo y se alimenta de lecturas que resultarán fundamentales para la construcción de su paradigma económico. Lee al marxista y gramsciano Jorge Giordani, al ex ministro de Economía del gobierno de Allende, Carlos Matus, y al socialista argentino Óscar Varsavsky. De sus lecturas extrae la idea de la planificación económica para llevar a cabo un correcto desarrollo económico, desde una noción radicalmente enfrentada a las teorías hegemónicas del desarrollo. Como fructuosas serán también las lecturas del marxista húngaro Istvan Mészáros, de quien asimila la noción de «transición hacia el socialismo», y de Julius K. Nyerere, líder africano de quien aprehende el concepto de «Sur», más allá de ser entendido como un punto cardinal, lo interpreta en clave geopolítica.
 
Este era Hugo Chávez antes de ser el Hugo Chávez que asumió la Presidencia del Gobierno de Venezuela en 1999 y que inició un proceso constituyente para devolverle al país las riendas de su destino, hasta el momento secuestrado por las políticas de ajuste neoliberal que empobrecían al pueblo y mal vendían la patria a las grandes corporaciones multinacionales. Chávez comienza una primera etapa en el gobierno con un pensamiento económico que, ni mucho menos, podemos calificar de socialista. En este momento, Chávez inaugura la Agenda Alternativa Bolivariana, cuyo enfoque era más humanístico que anticapitalista, aunque sí ya claramente antineoliberal: no cuestiona el capitalismo, sino su gestión neoliberal. Los pasos hacia el socialismo del siglo XXI no llegarían hasta el 30 de enero 2005, cuando Chávez proclama, en el Foro Social Mundial en Porto Alegre (Brasil), que la única alternativa al neoliberalismo no puede ser sino el socialismo del siglo XXI que, como señala Serrano Mancilla, «no [es] un socialismo del pasado, sino un socialismo que había que inventar, construir». Para que Chávez alcance esas posiciones Venezuela ha tenido que sufrir dos duros golpes: un golpe de Estado en abril de 2002 y un golpe de mercado en 2003. El látigo de la contrarrevolución fue el que desencadenó una Revolución socialista y bolivariana como la que, todavía hoy, sigue viva en Venezuela.
 
Pero, ¿en qué consiste la Revolución Bolivariana? En otro libro, tan interesante y necesario como elLos siete pecados de Hugo Chávez (Yulca, 2014) y está firmado por el reputado periodista belga Michel Collon. En el libro, el autor pasa revista, desde su posición de testimonio que ha observado de cerca el proceso, a las más interesantes conquistas de la Revolución Bolivariana. La primera de ellas, y acaso la más destacada, ha sido romper el círculo vicioso de la pobreza a la que estaba condenada una parte de la población venezolana. La primera batalla, para romper el círculo, no pudo ser sino contra el analfabetismo: «El alfabetismo opera en un terrible círculo vicioso: pobre, por tanto, ignorante, por tanto, sin trabajo, por tanto, pobre. ¿Cómo salir de él?» Y añade Collon: «el hambre refuerza el círculo vicioso de la pobreza: los niños mal alimentados acceden a la escuela más tarde, presentan una memoria y una atención más débil, y en consecuencia, aprenden menos. Y abandonan la escuela tan pronto como pueden, especialmente si se requiere su trabajo para alimentar a la familia». Hay políticas que son urgentes y Chávez da de inmediato inicio a las llamadas «Misiones» para combatir el analfabetismo, la pobreza y la exclusión social. Con la «Misión Robinson», y el programa cubano «Yo sí puedo», Venezuela se proclama país libre de analfabetismo en 2005. Otras «Misiones» permiten la democratización del acceso universitario («Misión Sucre»), el derecho a la asistencia médica («Misión Barrio Adentro») o la posibilidad de acceder a la compra de alimentos a precios justos («Misión Mercal»).
de Alfredo Serrano Mancilla, se describe de forma muy detallada los logros, y asimismo los retos, de la Revolución. Se titula
 
Cuando Chávez alcanza el gobierno –que no el poder, que sigue en manos de la burguesía nacional e internacional– se ve obligado, por la realidad, a poner en marcha políticas urgentes que logren sacar de la pobreza y de la exclusión a miles de compatriotas de manera inmediata. Pero a la vez se trabaja con un horizonte más lejano, y asimismo se pone en marcha una política a largo plazo capaz de transformar, de forma radical, el funcionamiento del sistema y sus instituciones. Profundiza la democracia aumentando la participación ciudadana, permitiendo que las decisiones sobre el destino nacional se tomen de forma soberana y no obedeciendo los mandatos de los organismos multilaterales extranjeros; crea la figura del referéndum revocatorio para que se pueda someter a nuevas elecciones al mandatario aun cuando no haya terminado su legislatura; empodera a la ciudadanía a través de los Círculos Bolivarianos y los Consejos Municipales, que integran tanto a partidarios chavistas como a sus opositores, y que tienen la función de «supervisar la aplicación de las decisiones de las autoridades locales y de controlar el uso de los presupuestos»; fomenta la participación de los trabajadores en la toma de decisiones de las empresas en las que desarrollan su actividad laboral y se promociona la fundación de cooperativas y empresas mixtas que trabajen al servicio del desarrollo endógeno de cada territorio o región.
 
Con todo lo anterior, ¿cómo es posible que se trate a Chávez de dictador y, desde algunos sectores, no se reconozca que Venezuela es una auténtica democracia? Porque Chávez no se ha sometido al poder de los medios de comunicación ni ha bajado la cabeza ante los Estados Unidos. Chávez ha cuestionado el poder hegemónico global, y los poderosos no se lo perdonan. Por eso no dejan de golpear a Venezuela: golpes de Estado, golpes de mercado, golpes mediáticos.
 
No perdonan que Chávez haya restituido la esperanza por una vida digna y mejor en América Latina, un continente acostumbrado a la pobreza, que había naturalizado la desigualdad, como si de un mal endémico se tratara. Chávez le dijo al continente –y al mundo– que la pobreza no caía del cielo, sino que era resultado de unas políticas económicas concretas, que ponían a los intereses de los mercados por encima de las personas. A pesar del relato que tratan de construir los medios, Chávez ha materializado un sueño por muchos compartido: que otro mundo es posible, que podemos vivir fuera del neoliberalismo.
 
Lo que sucede es que cuando los pobres gobiernan, los ricos se manifiestan.