17 junio 2014

El López detenido en Venezuela y el López portorriqueño condenado a 55 años en EEUU.



  

El López venezolano y el López puertorriqueño: Contraste esclarecedor

Atilio Borón – Cubadebate.- La prensa del establishment en las Américas y Europa hace meses viene exaltando la figura de Leopoldo López Mendoza, líder del partido Voluntad Popular (un 1 % en las últimas elecciones municipales venezolanas) como la de un virtuosos estadista opositor, mañosamente encarcelado por el gobierno de Nicolás Maduro.

Pero la verdad es otra: López Mendoza es cualquier cosa menos un disidente democrático. Es el líder de una facción sediciosa de la derecha venezolana –entre cuyos dirigentes se encuentra la impresentable María Corina Machado– que en febrero de 2014 se propuso alterar por la fuerza el orden constitucional vigente en su país y derrocar al gobierno venezolano.

Los secuaces de López (la mayoría de ellos mercenarios pagados por Estados Unidos, según inapelables testimonios que salieron recientemente a la luz) hicieron uso de cuanta forma imaginable de violencia, desde incendios de edificios y medios de transporte públicos y privados, ataques violentos a universidades y centros de salud, erección de guarimbas, apaleamiento de chavistas y asesinatos.

Como producto de estos desmanes perdieron la vida casi medio centenar de personas, la mayoría de ellas chavistas o personal de las fuerzas de seguridad del Estado.

López Mendoza fue arrestado por la comisión de estos crímenes, incluyendo varios casos de homicidio. Antes que un disidente detenido por sus ideas o proyectos políticos el personaje de marras, es un delincuente que ha perpetrado crímenes que en cualquier Estado se purgan con extensas condenas y, en algunos países, con la pena de muerte. [1]

Sin embargo, para la prensa del sistema López es un héroe, un demócrata perseguido por una feroz tiranía que en Venezuela habría conculcado todas las libertades.

Si este personaje hubiera hecho en Estados Unidos lo que hizo en su patria habría sido encerrado de por vida en una cárcel de máxima seguridad. Eso precisamente es lo que le ocurrió a otro López, Oscar López Rivera, patriota independentista puertorriqueño y, por eso mismo, nuestroamericano, que por mucho menos de lo que hiciera el “López malo” lleva 33 años de prisión en las cárceles norteamericanas.

Para las rameras mediáticas del imperio este López, el bueno, no merece ni una línea: a su injusto encarcelamiento se le agrega el cotidiano castigo del silencio y el sistemático ninguneo de su condición.

¿Qué hizo López Rivera? [2] Según la acusación que lo llevó a la cárcel: conspirar contra el gobierno de Estados Unidos en su calidad de integrante de las FALN, las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Puerto Rico.

Como se sabe, esta isla le fue arrebatada a España, junto con Cuba y Filipinas, con el traidor zarpazo de Washington en la guerra de 1898 y permanece desde entonces bajo una condición colonial. La inconmovible adhesión de los boricuas a su lengua, sus costumbres y su cultura a lo largo de medio siglo hizo que Washington lanzara, 1948 y 1957, una brutal ofensiva para “norteamericanizar” a ese pueblo rebelde. Accediendo para su deshonor a una orden de la Casa Blanca la Legislatura puertorriqueña se hundió en la ignominia al establecer que eran crímenes contra el Estado poseer una bandera de Puerto Rico, cantar canciones patrióticas puertorriqueñas o hablar a favor de la independencia de la isla.

Luego de casi diez años de escarnio esa política fue abandonada, y la identidad nacional boricua salió fortalecida de ese agravio. A los 14 años la familia de López Rivera se trasladó a Chicago y poco después fue reclutado para ir a la guerra de Vietnam, de donde regresó condecorado con la Medalla de Bronce. Vinculado a las FALN, en 1981 cae preso por robo a mano armada, posesión de un arma de fuego no registrada y transportación a través de una ruta inter-estatal de un vehículo robado, todo lo cual fue interpretado por la fiscalía como parte de una “conspiración sediciosa” para expulsar por la fuerza a Estados Unidos de Puerto Rico.

La acusación que sirvió para condenar a López Rivera fue el estallido de una serie de bombas en el área de Chicago, operación que no dejó víctimas fatales. Comentando este suceso un editorial del Chicago Tribune de 1980 reconoció que esas bombas “fueron puestas y programadas para estallar con el solo fin de dañar propiedades pero no a personas” y que el objetivo de las FALN era “llamar la atención para su causa más que derramar sangre.”

El castigo que le impuso el juez fue monstruoso: ¡55 años de cárcel! Para calibrar los escandalosos alcances de la tremenda injusticia que pasa por “justicia” en Estados Unidos,la sentencia promedio para un homicidio (que no los hubo en el caso del López bueno) es de 12 años y medio. Pero a López Rivera le cuadruplicaron la pena y lo condenaron a 55 años de cárcel.

En 1999, sigue diciendo Bauer en el reportaje que le hiciera en Mother Jones, el presidenteBill Clinton ofreció clemencia a López Rivera y otros independentistas que estaban presos. Este ofrecimiento fue hecho a pesar de las protestas del FBI, la Oficina del Fiscal General de Estados Unidos, la Oficina Federal de Prisiones de Estados Unidos y la propia esposa del presidente, Hillary Clinton, conocida arpía disfrazada de progre y que para terror del planeta aspira a suceder a Obama en el trono imperial.

En un gesto que lo enaltece y que lo emparenta con Antonio Gramsci cuando desde la cárcel rechazó la envenenada clemencia que le ofrecía Mussolini,  López Rivera desechó el ofrecimiento porque exigía a cambio aceptar otro crimen que no había cometido, “conspiración para fugarse”, y sancionado con una pena mucho menor.Por eso hasta hoy sigue en la cárcel.

Clinton pudo haberle concedido un perdón presidencial al terminar su mandato, pero no lo hizo, intimidado por el aparato represivo de su país y la insaciable sed de sangre de su consorte y que, como se recordará, estalló en risotadas al enterarse del brutal linchamiento de Muammar El Gadaffi. Tampoco lo hizo George W. Bush y todo indica que es muy poco probable que lo vaya a hacer Barack Obama, que si quisiera comenzar a ser merecedor del Premio Nobel de la Paz debería ya perdonar y enviar a su casa a los tres luchadores antiterroristas cubanos (Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y Ramón Labañino) y a López Rivera, todos los cuales jamás deberían haber sido puestos en prisión por defender tan nobles causas sin dañar absolutamente a nadie.[3]

Tuvo suerte de haber nacido en Venezuela Leopoldo López. En Estados Unidos le habrían dado más que 55 años. Lo más probable, dado que con su accionar fue el autor intelectual de los disturbios que ocasionaron varias muertes, era que su causa habría sido caratulada como “conspiración sediciosa seguida de muertes” y que hubiera terminado sus días recibiendo una inyección letal o enviado a la silla eléctrica, ante las complicaciones que en los últimos tiempos ha tenido la primera. Pero está en Venezuela y en lugar de ser un criminal, por la “conspiración sediciosa seguida de muertes” que el López bueno no hizo pero él sí, los medios hegemónicos y los políticos e intelectuales “bienpensantes” lo exaltan como un arcángel de la democracia, un guardián de los valores republicanos y un ejemplo para el mundo.

Por enésima vez se pone de manifiesto toda la hipocresía y el doble rasero del imperio y sus lenguaraces en América Latina y el Caribe. Tenía razón Sun Tzu cuando aseguró que “toda guerra se basa en el engaño”. Y dado que estamos en guerra: terrorismo mediático, complot económico, “golpes blandos”, “smart power” y otras lindezas por el estilo, las mentiras y el engaño están a la orden del día.

Por eso el López malo aparece como un santo y el López bueno, el patriota boricua y nuestroamericano que brega por la autodeterminación de su pueblo, permanece en injusta prisión y es invisibilizado por la “prensa seria y objetiva” durante 33 años. Pero claro, mientras uno goza de todas las prerrogativas que el imperio le dispensa a sus peones, el otro es un inclaudicable luchador anti-imperialista sobre el cual recae no todo el rigor de la ley sino los más bajos instintos de venganza y escarmiento que se les reserva a quienes tienen la osadía de desafiar la prepotencia de Estados Unidos.

Notas

[1] Ver el análisis que hace Salim Lamrani en “Si la oposición venezolana fuera francesa …”, en Rebelión, 14 de Abril del 2014. La legislación estadounidense es aún más dura y contempla, para ciertos casos, la pena de muerte.
[2] Una información actualizada sobre este caso se encuentra en la nota de Shane Bauer en Mother Jones del 29 de Mayo del 2014. Puede leerse en http://www.motherjones.com/politics/2014/05/oscar-lopez-rivera-75-years-seditious-conspiracy
[3] Cabe aclarar que hasta la fecha Washington ha tenido éxito en evitar que el caso de Puerto Rico sea re-incorporado en la agenda del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas de donde fuera excluido en 1952. De hecho la Corte Suprema de los Estados Unidos estableció que “Puerto Rico pertenece a, pero no forma parte de los Estados Unidos. “(You belong to us, but are not part of us!). Por eso los ciudadanos puertorriqueños no pueden elegir al presidente de Estados Unidos ni elegir candidatos para ocupar sus bancas en la Cámara de Representantes o el Senado de Estados Unidos. Sólo se admite un “comisionado delegado” sin derecho a voto en la Cámara, no así en el Senado.

Fuente: www.cubainformacion.tv/index.php/objetivo-falsimedia/56811-el-lopez-detenido-en-venezuela-y-el-lopez-portorriqueno-condenado-a-55-anos-en-eeuu

15 junio 2014

Aniversario en la vieja Europa: otra vez Normandía (*).

Por Rafael Poch.
 
Obama ha iniciado en Varsovia su actual visita a Europa. No por casualidad. Polonia es el aliado más solícito con el viejo propósito de Washington, mantenido a lo largo de toda la posguerra fría, de impedir un entendimiento en materia de seguridad europea entre la UE y Rusia (la ya olvidada hoja de ruta de la Carta de París por una nueva Europa de Noviembre de 1990). Sin eso, se complica cualquier fluida relación política y económica entre Moscú y Bruselas, se mantiene el sentido de la OTAN como bloque contra Rusia, y, sobre todo, se conjura el peligro de una política exterior europea autónoma y menos indecente. Es decir; se mantiene bien amarrado el vector europeo que es una de las cuatro grandes prioridades de la política imperial americana, junto con la contención de China, impedir que Rusia levante cabeza y mantener a raya a los BRIC´s.
 
La visita de Obama a Europa tampoco aportará nada nuevo en Normandía, con respecto a la de Bush en 2004. Donde entonces estaba la “guerra contra el terrorismo”, hoy están los drones, Libia, Siria, y… Ucrania, donde se está llevando a cabo una considerable matanza de adversarios al régimen prooccidental con utilización de los más potentes recursos militares (un espejo del Maidán, pero a lo bestia), ante la habitual impasibilidad informativa que merecen los muertos que no cuentan. Obama va a utilizar la memoria del soldado Ryan, como hizo Bush en 2004, para promocionar la receta tradicional: forjar un frente euro americano contra el resto del mundo.
 
En una clave conservadora respecto a su tradición histórica imperial, Europa como proyecto resulta del todo inservible. Esa es la gran divisoria del debate sobre el futuro de la Unión Europea, por más que no se hable de ello: a qué mundo queremos contribuir, al solidario y sostenible, o al caótico-militarista. ¿Una Europa social, capaz de aprender de sus errores y sensible a cómo otros ven el futuro del mundo, o a la que se instala en su biografía de inventora del desastre industrial, del imperio moderno y de la destrucción masiva, de la que Estados Unidos es hoy paradigma indiscutible?
 
Este texto de 2004 sobre el aniversario de Normandía es actual también, porque mientras todo eso está en marcha, sigue aumentando la inducida ignorancia de las jóvenes generaciones sobre los datos más básicos de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
 
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Muchos creen que John Wayne y el soldado Ryan salvaron a Europa del fascismo, que Angloamérica salvó al viejo continente, poco menos que en solitario, y que el desembarco en Normandía fue la gran acción decisiva. No fue así.
 
Ni el curso de la guerra, ni la derrota del fascismo, se decidieron allá. Los principales héroes no fueron John Wayne ni el soldado Ryan, sino gente de apellido eslavo que murió por un país que ya no existe. Los escenarios realmente decisivos fueron; Moscú, Leningrado (Peterburgo), Stalingrado (Volgogrado), y Kursk.
 
En el frente del Este, el Tercer Reich perdió 10 millones de soldados y oficiales muertos, heridos y desaparecidos, 48.000 blindados y vehículos de asalto, 167.000 sistemas de artillería. 607 divisiones fueron destruidas. Todo ello representa el 75% de las pérdidas totales alemanas en la Segunda Guerra Mundial.
 
La diferencia en la escala militar es aplastante. En las playas de Normandía se registraron 10.000 muertos aliados, 4.300 de ellos británicos y canadienses y 6.000 americanos. En las grandes batallas del este, los muertos se contaban en centenares de miles. En la batalla de Moscú participaron unos 3 millones de soldados y 2.000 tanques. La URSS utilizó allí la mitad de su ejército, Alemania una tercera parte. En el Alemein, una batalla importante del otro frente, los alemanes disponían entre 60.000 y 70.000 soldados.
 
La escala del sufrimiento humano también es incomparable. La geopolítica de Hitler no tenía prevista la existencia de un estado ruso en Europa y en su escala racista los eslavos estaban muy abajo. La guerra en el este era a vida o muerte, muy diferente a la del oeste. Las ciudades y los pueblos eran destruidos, frecuentemente con sus habitantes. Murieron uno de cada cuatro habitantes de Bielorrusia, uno de cada tres de Leningrado, Pskov y Smolensk. Centenares de Oradur-sur-Glane.
 
El esfuerzo angloamericano en el continente no empezó hasta que, en 1943, quedó claro que la URSS había parado el embate y que la derrota de Alemania era inevitable. Con otra actitud seguramente se hubieran evitado muchos muertos. Pero, ¿habría habido “segundo frente” si las cosas le hubieran ido bien a Hitler en el este?
 
Desde la firma del acuerdo británico-soviético sobre acciones militares comunes contra Alemania de julio de 1941, Stalin pedía la apertura de un “segundo frente” en Europa, es decir un desembarco aliado que aliviara la presión soportada por la URSS. La respuesta se demoró mucho.
 
El invierno de 1941, con los alemanes a las puertas de Moscú, fue crítico. Aquel año la URSS sufrió la mitad de las bajas militares de toda la guerra, 9 millones entre muertos, heridos y presos (dos terceras partes de los 27,6 millones de muertos soviéticos en la guerra fueron civiles), pero sólo recibió el 2% del total de los suministros que sus compañeros de coalición le enviaron durante toda la guerra.
 
Los documentos desclasificados de los archivos soviéticos están llenos de declaraciones de aliados occidentales que abundaban en la inconveniencia de apresurarse. ¿Por qué no dejar que las dos fieras se devoraran entre sí?
 
Visto desde Moscú, los angloamericanos desembarcaban en los lugares más alejados y menos relevantes para aliviar la presión sufrida por la URSS; primero en el norte de África (noviembre de 1942), luego en Sicilia (julio del 43), a continuación dos veces en Italia continental (en septiembre del 43 y en enero del 44), y sólo a menos de un año del fin de la guerra (en junio del 44) en Normandía.
 
Para entonces, el ejército soviético ya hacía 6 meses que había llegado a la frontera polaca de preguerra. Las democracias debían darse prisa si querían tomar alguna posición en Europa y evitar que “los rusos” volvieran a llegar a París, como habían hecho en el pasado.
 
Una manifiesta desconfianza presidió la alianza antifascista soviético-occidental desde sus mismos inicios. Sus motivos eran muchos y diversos. De parte occidental se acepta, por ejemplo, que el pacto germano-soviético de 1939 evidenció el parentesco entre nazismo y estalinismo. De las vergüenzas de las democracias, de su actitud ante el fascismo en vísperas de la guerra y de sus parentescos imperiales con Hitler y Mussolini, apenas se habla. Seguramente a causa de su manifiesta actualidad.
 
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, aquellos políticos democráticos de Europa y América que luego “salvarían a Europa” mantenían un idilio con Hitler y Mussolini. Estados Unidos había apoyado al dictador italiano desde su llegada al poder en 1922. Sus desmanes se comprendían, porque conjuraban la amenaza bolchevique. Las inversiones americanas en Italia y en la Alemania fascista no disminuían, sino aumentaban, en los años treinta.
 
“Hitler ha prestado grandes servicios no solo a Alemania, sino a toda Europa Occidental, al cerrar el paso al comunismo (…) por eso es legítimo ver en Alemania un muro de contención occidental del bolchevismo”, decía en 1938 el Secretario de exteriores británico, Lord Halifax.
 
Sobre la base común de aquella contemporización, Londres y Berlín podían llegar a un “entendimiento”. Halifax estaba dispuesto a conceder a Alemania todo lo que pidiera; “Danzig, Austria y Checoslovaquia”, con tal de que esas anexiones se llevaran a cabo, “de forma pacífica y evolutiva”.
 
Los principios de aquella Europa se habían retratado igualmente en su actitud ante la República Española.
 
La idea de que los proyectos de Hitler eran asumibles, que todo el mundo podía integrarse en ellos, y que la amenaza estaba en otra parte, era común en los gobiernos de la Europa de finales de los 30. Con Neville Chamberlain como jefe de gobierno en Londres y Edouard Daladier en París, las democracias calificaban de “paz con honor” la entrega de Checoslovaquia al Reich practicada por la Conferencia de Munich.
 
El ministro de exteriores polaco, Jozef Beck, prometía apoyar la reclamación nazi sobre Austria y tener en cuenta los intereses del Reich ante un “eventual ataque (polaco) contra Lituania”. El embajador polaco en París, Lukaszewicz, explicaba a sus colegas norteamericanos que lo que estaba en juego en Europa era una lucha entre el nazismo y el bolchevismo, en cuyo campo incluía a “agentes de Moscú” como el Presidente checoslovaco, Edvard Benes. “Alemania y Polonia pondrán a los rusos en fuga en tres meses”, decía el embajador, en vísperas de que la agresión contra su propio país marcara el inicio “oficial” de la Segunda Guerra Mundial.
 
Para entonces, aquella guerra tenía ya ocho años de historia en el mundo. El mundo de los dominios imperiales de Asia y África, donde la guerra, el atropello, la invasión y el racismo, no contaban, mientras no colisionaran con los propios intereses.
 
En 1931 los japoneses se habían apoderado de un trozo de China mayor que Francia. En 1933 y 1935 habían expandido su invasión a otras tres provincias chinas, practicando su guerra química y bacteriológica con experimentos en la población civil.
 
En 1935 Italia invadía Abisinia, con el Mariscal Badoglio utilizando gas mostaza contra la población civil.
 
En julio de 1939 el gobierno británico declaraba, “reconocer por completo la situación actual en China”.
 
Ni Londres ni Washington protestaron o se opusieron al ataque japonés contra Mongolia, retaguardia de la URSS, a partir de mayo de 1939 y que, en la batalla de Jaljyn Gol, produjo más muertos que toda la campaña de la invasión alemana de Francia.
 
No pasaba nada y el encargado de la “India Office”, Leopold Amery, explicaba por qué con toda claridad, al defender la agresión japonesa contra China en la Cámara de los Comunes; “si condenamos lo que Japón ha hecho en China, tendremos que condenar igualmente lo que Inglaterra hizo en Egipto y la India”.
 
En un libro escrito en una prisión británica entre abril y septiembre de 1944, coincidiendo con el desembarco de Normandía, Nehru, fundador de la nueva India explicaba así la situación: “Tras algunas de aquellas democracias había imperios en los que no había democracia alguna y donde reinaba el mismo tipo de autoritarismo (racista) que se asocia con el fascismo, así que era natural que aquellas democracias occidentales sintieran algún tipo de unión ideológica con el fascismo, por mucho que les disgustara algunas de sus expresiones más vulgares y brutales”.
 
“La política británica había sido casi ininterrumpidamente profascista y pronazi”, recapitulaba Nehru en su celda del Fuerte de Ahmadnagar, pero todo se acabó, cuando se vio que aquel “aliado natural”, aquel pariente, se volvía contra los intereses occidentales.
 
“Se hizo cada vez más obvio que, pese al deseo de calmar a Hitler, éste se estaba convirtiendo en el poder dominante en Europa, desmontando por completo el antiguo equilibrio y amenazando los intereses vitales del Imperio Británico”.
 
El resultado fue una alianza forjada sobre las circunstancias y la estupidez de Hitler, quien, si hubiera atacado primero a la URSS en lugar de atacar a Polonia, habría sido aplaudido por las democracias. Esta idea fue expresada al final de la guerra por el propio Hitler en un texto poco conocido.
 
En febrero de 1945, Martin Bormann recogió varios monólogos de Hitler que tienen valor de testamento político. Dos meses antes del final, Hitler coincidía en ellos, con la tónica de los políticos británicos y americanos de antes de la guerra, al reflexionar sobre los errores que habían conducido a la derrota.
 
La campaña contra Rusia era “inevitable”, decía. Su problema era haberla desencadenado en un momento poco adecuado. La guerra en dos frentes había sido un error, reconocía, pero la responsabilidad última era de americanos y británicos, con quienes habría sido posible llegar a un acuerdo.
 
“La guerra contra América es una tragedia”. “Ilógica y carente de todo fundamento”. Sólo la “conspiración judía contra Alemania” la había hecho posible.
 
Cargada de delirios, su mirada al futuro, contenía un pronóstico del mundo bipolar que se avecinaba: “Con la derrota del Reich y la aparición de los nacionalismos asiáticos, africanos y puede que sudamericanos, sólo quedarán en el mundo dos potencias capaces de confrontarse; Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y de la geografía, las empujarán hacia una prueba de fuerza, sea militar o económica e ideológica”.
 
El aparato de propaganda y relaciones públicas más formidable de la historia ha fabricado su leyenda sin apenas fisuras. Hollywood, la industria mediática en manos de magnates, los sistemas de alimentación oficial de esa industria y, por supuesto, el ejército de conformistas bien pagados encargado de transmitirla, han escrito la versión más conveniente. La historia es suya. Llegamos así al discurso de George Bush en la celebración del aniversario del desembarco.
 
Reivindicando lo único positivo que la intervención militar extranjera de Estados Unidos tiene en su haber en más de medio siglo, el Presidente vende su actual cruzada.
 
Obteniendo la merecida gratitud que los franceses, italianos, belgas y holandeses le deben al soldado Ryan, pretende mantener el vasallaje europeo ante la larga lista de crímenes impunes cometidos por el militarismo americano desde entonces.
 
El hombre que, según las encuestas, encarna la guerra y promueve la desestabilización global, para la mayoría de los europeos, habla hoy en Normandía de moral, de libertad y de principios, y recibe el tributo y el aplauso de los dirigentes de la “vieja Europa”.
 
La generosidad y el heroísmo de los 10.000 caídos en aquellas playas francesas sirve, así, para reivindicar su “guerra contra el terrorismo”, la destrucción de los frágiles rudimentos del derecho internacional y del control de armamentos, la agresión preventiva o “humanitaria”, el armamentismo y la banalización del uso del arma nuclear en guerras convencionales. Es el momento de recordar quién era el máximo representante de esas mismas tendencias en el mundo de hace 60 años.
 
La guerra no la ganó el soldado Ryan en Normandía, pero un indigno peligroso reivindica su gloria.
 
(*)Este texto se publicó en el Diario de Pekín el 4 de junio de 2004.
 
Fuente:http://blogs.lavanguardia.com/berlin/aniversario-en-la-vieja-europa-otra-vez-normandia-13395#more-743