23 septiembre 2014

¿Podemos hablar de política?

“En la izquierda ya no existe la costumbre
de pensar en grande, es decir, 
desde los
grandes problemas, desde los fundamentos,
con amplia perspectiva, sobre todo”.

Claudio Napoleoni, 1988
 
 
 
 
 
Manolo Monereo.

Siempre pensé que se trataba de un mal español. Me doy cuenta ahora de que no es así, que se trata de algo generalizado que afecta, cuando menos, al conjunto de las fuerzas políticas alternativas europeas. Me refiero a la incapacidad de la izquierda para pensar en grande, para reflexionar en serio y a fondo, sobre las grandes cuestiones del país, de la estrategia y de la táctica, de las alianzas sociales y políticas, de las conexiones entre lo ‘nacional’ y lo ‘internacional’.

En nuestras específicas condiciones el asunto es muy urgente. El porqué parece evidente: por primera vez desde la Transición, las fuerzas a la izquierda del PSOE tienen la posibilidad de superarlo electoralmente y con ello profundizar en la crisis del régimen borbónico y, más allá, abrir un proceso constituyente donde los ciudadanos y ciudadanas definan el tipo de país al que aspiran.

El fenómeno Podemos ha cambiado muchas cosas y ha modificado sustancialmente el campo de lo político. El terremoto de las elecciones europeas ha devenido en tsunami, obligando a las demás fuerzas a definirse y cambiar comportamientos y estrategias electorales. Podemos, por lo que sabemos, es un proyecto en construcción, caracterizado por un núcleo dirigente reducido y compacto, máquina electoral especialmente solvente y una estructura orgánica difusa que, dicho sea de paso, refleja bien la heterogeneidad de su base social y electoral. Por así decirlo, esta es su fuerza y su debilidad; fuerza: su amplia base y su pluralidad que, además, incorpora una nueva generación que hace aquí su primera experiencia de compromiso político activo; debilidad: la carencia de organización y una ‘base-río’ con afluentes de procedencia diversa y, por momentos, contradictorios entre sí.

La tarea no será fácil, aunque tiene, a mi juicio, un tiempo fechado: las próximas elecciones generales. Si Podemos gana, tendrá que construirse desde el Gobierno; si pierde, no le quedará otra que definirse, es decir, ser una ‘forma-partido’, esto es, traducir esa fuerza social y electoral en organización y en proyecto. Parece que hasta ese momento Podemos navegará con viento a favor y los problemas, que los habrá y no pequeños, quedaran aplazados hasta el momento de ajustar cuentas con el poder, el de verdad, el formal y el de las cloacas, el de los ‘primos’ norteamericanos y el de los poderes económicos y mediáticos, que parece que no existen pero que están ahí haciendo su trabajo. En medio, elecciones municipales y autonómicas, que se pueden complicar con el plebiscito catalán.

IU, por ahora, sigue sin sacar del todo las consecuencias del terremoto de las elecciones europeas. No es difícil de entender: el objetivo real del actual equipo dirigente no era otro que incrementar sustancialmente votos y diputados para gobernar en buenas y dignas condiciones con el PSOE. Las proclamas a favor de un proceso constituyente o de una ruptura democrático-republicana —la política aprobada en la última asamblea de IU— eran concesiones a una base militante especialmente comprometida, pero poco realista e incapaz de entender las necesidades de la ciudadanía. Lo más significativo del asunto era que esa misma dirección tenía informes solventes que le advertían de que se estaban creando condiciones para el surgimiento de una fuerza alternativa a IU. No se hizo caso y se decidió hacer una lista electoral donde lo decisivo era el reparto del poder interno y salir a no perder, a amarrar el resultado, sin tener en cuenta que estas elecciones iniciaban un largo ciclo y que era decisivo comenzarlo con un avance significativo.

En esta fase IU tiene mucho que ganar si valoriza sus fortalezas, es decir, si renueva su equipo dirigente, si es capaz de tener un proyecto programático-político claro, si moviliza a sus cuadros, afiliadas y afiliados, y si sigue defendiendo verazmente la unidad de las fuerzas democráticas y de izquierda para un proceso de ruptura con el régimen borbónico y la clase política que lo sustenta, encubre, y se lucra con ello. La unidad no vendrá del cielo, dependerá de las correlaciones de fuerza, de la lucidez de los equipos dirigentes y, no se debería de olvidar, de la lucha y de la movilización social.

Si se parte solo de las encuestas electorales y de las estrategias comunicacionales no se avanzará mucho en el debate. No digo que esto no sea importante. Pienso, con Iñigo Errejón, que el momento electoral puede ser un elemento fundamental para articular subjetividades y construir estructuras de sentido y, lo fundamental, organizar proyecto, identidad, fuerza social y cultural, sobre todo en un país como el nuestro, donde se abre una crisis política de envergadura en medio de una restructuración económico y social dirigida y al servicio de los grandes poderes económico-financieros. ¿Cómo no tomar nota de que toda crisis de régimen es también una crisis de representación política? En estas se desgarran, a veces muy duramente, los vínculos entre las bases sociales y electorales y los partidos políticos tradicionales, y emergen nuevas formaciones, casi siempre ideológicamente complejas, que tienen como función justamente esa: romper viejas identidades y crear otras. Toda esta fase estará marcada por la lucha entre restauración o ruptura, entendida no sólo como problema ideológico, sino como conflicto político concreto y como intervención consciente de las fuerzas que representan los intereses dominantes.

El punto central tiene que ver con la cuestión del poder y, dentro de él, el problema del gobierno. La coyuntura histórica ofrece esta posibilidad real: construir una fuerza de gobierno con voluntad de ser alternativa de régimen. No es poca cosa. Esta podría ser la base estratégica de unidad entre Podemos e IU. Como antes se indicó, puede haber alianzas electorales o no, dependerá de muchas cosas, sobre todo de la inteligencia y de la audacia de los equipos dirigentes. Es un punto de partida que compromete mucho y obliga pensar en serio y en grande.

Sobre esto tampoco vale engañarse demasiado. Un régimen político, muy sintéticamente, es la institucionalización de una determinada correlación estructural de fuerzas político-sociales. Si, como se dice, se trata de conquistar el gobierno para desde él iniciar un proceso constituyente hacia un nuevo régimen político, se entienden, al menos, tres cosas: 1) que esta Constituciónya no vale en lo fundamental para cambiar el país; 2) que queremos una nueva Constitución más favorable a las mayorías sociales, capaz de definir, por así decirlo, una ‘hoja de ruta’ para la transformación social, económica, política y cultural; y como corolario de todo ello, 3) la construcción de un sujeto político-social que se convierta en (contra) poder capaz de autogobernarse y definir un proyecto de sociedad.
 
Verdaderamente se trata del ‘nudo gordiano’ de la fase política desde el punto de vista nacional-popular; línea de demarcación entre las fuerzas del sistema dinástico-borbónico y las fuerzas democráticas-plebeyas. Se verá que, intencionadamente, no empleo la contraposición derecha-izquierda, pues no me parece hoy el dato más relevante, al menos, por dos razones. En primer lugar, porque para la opinión pública la derecha es la derecha y lleva toda la razón: el PP lo es y de qué forma. La izquierda, desgraciadamente, sigue siendo el PSOE, es decir, un partido que no hace ni defiende políticas de izquierda y que desde hace mucho tiempo dejó de ser socialdemócrata en cualquiera de las acepciones posibles de este término hoy día. En segundo lugar, porque la clave política de esta coyuntura histórica española obliga a ‘mirar’ el eje izquierda-derecha de forma subordinada a otro eje más definitorio desde el punto de vista del poder de clase y desde los intereses populares: restauración borbónica (una democracia oligárquica, limitada y autoritaria, subordinada a la Europa alemana del euro) o ruptura democrático-republicana (una democracia económica, ecológica y feminista fundada en la soberanía popular).

Esta es, a mi juicio, la verdadera línea de demarcación que definen a las fuerzas democráticas y de izquierda. Si realmente este es el objetivo estratégico, la unidad es una necesidad histórica más allá de las elecciones. Se trata, ni más y ni menos, de construir un nuevo bloque histórico para un nuevo proyecto de país; en el centro, una nueva clase dirigente para una nueva democracia republicana y plebeya. ¿Estaremos a la altura de los tiempos?