25 mayo 2016

El precio de la ambición.

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La calculada conversión al neoliberalismo  y su ambición de poder.

por Atilio Borón

La escena en un aula de la Flacso, Santiago de Chile, agosto de 1967. Los alumnos de las dos maestrías que se dictaban en aquel momento, una en Sociología y otra en Ciencia Política, esperan con entusiasmo la llegada de un nuevo profesor de economía: un joven exiliado brasileño, con impecables antecedentes de izquierda, que por primera vez dictaría un curso a nivel de posgrado. El director de la institución hace la presentación de rigor y poco después el profesor pasa a explicar su programa, cosa que hace en un buen “portuñol” y con marcado acento brasileño que servía para matizar la aridez de su discurso. El contenido y la bibliografía son rigurosamente marxistas, sin la menor fisura por la cual pudiera deslizarse alguna otra vertiente de pensamiento económico.

Cuando terminó su exposición un pesado silencio descendió sobre la sala. Yo era uno de los estudiantes y me llamó la atención el hermetismo teórico del programa. Había ya hecho un curso de Economía Política en la Argentina, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, con la inolvidable Rosa Cusminsky, que luego del golpe de 1976 logró exiliarse en México y continuar con su labor docente en la UNAM. En el curso dictado por Rosa, una marxista “convicta y confesa”, como se declarara José Carlos Mariátegui, estudiamos por supuesto a Marx (algunos pasajes de El Capital, leímos con fruición Salario, Precio y Ganancia, ojeamos el Anti-Duhring) pero también vimos a John M. Keynes, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, Arthur Pigou y John K. Galbraith. Rompí el silencio y, con mucho tacto, le pregunté al novel profesor si no iríamos a estudiar también la obra de algunos de estos autores que la buena de Rosa nos había hecho leer, en mi caso cuando aún no había cumplido 18 años. La respuesta me dejó helado, pues indignado, se volvió hacia mí y me dijo, con un tono amenazante y agitando con fuerza su dedo índice de la mano derecha: “Mire jovencito: si usted quiere perder el tiempo estudiando esa basura burguesa no tiene nada que hacer en mi curso”. Intimidados por la violencia verbal del profesor nadie tuvo la osadía de abrir la boca. Este comenzó a dictar su materia y yo ni siquiera me molesté en tomar notas, cosa que hago habitualmente.

Al terminar la clase me marché y nunca más regresé a su curso. Tuve suerte, porque en aquellos años Chile era la Atenas latinoamericana y completé mi formación económica de la mano de dos formidables maestros: Celso Furtado y Osvaldo Sunkel que dictaban sendos cursos en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile que, como era previsible, fueron muy superiores al que dictara mi censor. Este inició una notable carrera académica y política y debo reconocer que durante el gobierno de Salvador Allende fue un estrecho colaborador de su ministro de Economía, Pedro Vúskovic. Sé también que la pasó muy mal con el golpe de Pinochet y que a duras penas logró salir de Chile. Al igual que yo fue a Estados Unidos y obtuvo un doctorado en Economía en la prestigiosa Universidad de Cornell. Luego de eso pasó un tiempo en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y tras catorce años de exilio regresó a Brasil, donde de la mano de su mentor y protector en Chile, Fernando Henrique Cardoso, llegó a ser diputado federal, senador, alcalde y gobernador de San Pablo y dos veces candidato a presidente, siendo derrotado una vez por Lula en el 2002 y otra vez por Dilma en el 2010. En su campaña presidencial del 2002 sus diatribas e infamias en contra de Hugo Chávez Frías adquirieron una lamentable notoriedad, y su inquina en contra de todo lo que tenga que ver con el chavismo, con el bolivarianismo y la revolución, persiste hasta el día de hoy, alimentada por su visceral odio al PT y a todo lo que se le parezca, culpable de su frustración política.

Su adhesión a la derechizada socialdemocracia brasileña y su calculada conversión al neoliberalismo como una ruta de ascenso para llegar, a como diere lugar, a la presidencia del Brasil acentuó aún más los rasgos de extrema intolerancia y dogmatismo que exhibiera en su juventud.

Hoy representa la versión más radical y tal vez más sofisticada –porque es una persona inteligente y dueña de una sólida formación intelectual–de la derecha brasileña. Su insaciable ambición de poder, esa que según Hobbes sólo cesa con la muerte, no sólo lo hizo arrojar por la borda aquello en lo que creía con fanático celo a finales de los sesentas sino que lo llevó a convalidar el escandaloso asalto al gobierno de Brasil de la mano de una pandilla de corruptos que merecerían estar en la cárcel de por vida. Pero con el ardor propio de los conversos a él no le importa nada y aceptó desempeñar un muy importante cargo en el gobierno de Michel Temer, posicionándose para intentar, por tercera vez, llegar a la presidencia del Brasil y así saciar su irreprimible obsesión. Este es el personaje que en la nota que publica el diario La Nación (Buenos Aires) prometió “limpiar de ideología la política exterior” del Brasil. Les presento a José Serra, mi profesor que no fue y hoy Canciller del gobierno golpista de Brasil.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-299761-2016-05-20.html
Atilio Boron, Página12

La escena en un aula de la Flacso, Santiago de Chile, agosto de 1967. Los alumnos de las dos maestrías que se dictaban en aquel momento, una en Sociología y otra en Ciencia Política, esperan con entusiasmo la llegada de un nuevo profesor de economía: un joven exiliado brasileño, con impecables antecedentes de izquierda, que por primera vez dictaría un curso a nivel de posgrado. El director de la institución hace la presentación de rigor y poco después el profesor pasa a explicar su programa, cosa que hace en un buen “portuñol” y con marcado acento brasileño que servía para matizar la aridez de su discurso. El contenido y la bibliografía son rigurosamente marxistas, sin la menor fisura por la cual pudiera deslizarse alguna otra vertiente de pensamiento económico.

Cuando terminó su exposición un pesado silencio descendió sobre la sala. Yo era uno de los estudiantes y me llamó la atención el hermetismo teórico del programa. Había ya hecho un curso de Economía Política en la Argentina, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, con la inolvidable Rosa Cusminsky, que luego del golpe de 1976 logró exiliarse en México y continuar con su labor docente en la UNAM. En el curso dictado por Rosa, una marxista “convicta y confesa”, como se declarara José Carlos Mariátegui, estudiamos por supuesto a Marx (algunos pasajes de El Capital, leímos con fruición Salario, Precio y Ganancia, ojeamos el Anti-Duhring) pero también vimos a John M. Keynes, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, Arthur Pigou y John K. Galbraith. Rompí el silencio y, con mucho tacto, le pregunté al novel profesor si no iríamos a estudiar también la obra de algunos de estos autores que la buena de Rosa nos había hecho leer, en mi caso cuando aún no había cumplido 18 años. La respuesta me dejó helado, pues indignado, se volvió hacia mí y me dijo, con un tono amenazante y agitando con fuerza su dedo índice de la mano derecha: “Mire jovencito: si usted quiere perder el tiempo estudiando esa basura burguesa no tiene nada que hacer en mi curso”. Intimidados por la violencia verbal del profesor nadie tuvo la osadía de abrir la boca. Este comenzó a dictar su materia y yo ni siquiera me molesté en tomar notas, cosa que hago habitualmente.

Al terminar la clase me marché y nunca más regresé a su curso. Tuve suerte, porque en aquellos años Chile era la Atenas latinoamericana y completé mi formación económica de la mano de dos formidables maestros: Celso Furtado y Osvaldo Sunkel que dictaban sendos cursos en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile que, como era previsible, fueron muy superiores al que dictara mi censor. Este inició una notable carrera académica y política y debo reconocer que durante el gobierno de Salvador Allende fue un estrecho colaborador de su ministro de Economía, Pedro Vúskovic. Sé también que la pasó muy mal con el golpe de Pinochet y que a duras penas logró salir de Chile. Al igual que yo fue a Estados Unidos y obtuvo un doctorado en Economía en la prestigiosa Universidad de Cornell. Luego de eso pasó un tiempo en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y tras catorce años de exilio regresó a Brasil, donde de la mano de su mentor y protector en Chile, Fernando Henrique Cardoso, llegó a ser diputado federal, senador, alcalde y gobernador de San Pablo y dos veces candidato a presidente, siendo derrotado una vez por Lula en el 2002 y otra vez por Dilma en el 2010. En su campaña presidencial del 2002 sus diatribas e infamias en contra de Hugo Chávez Frías adquirieron una lamentable notoriedad, y su inquina en contra de todo lo que tenga que ver con el chavismo, con el bolivarianismo y la revolución, persiste hasta el día de hoy, alimentada por su visceral odio al PT y a todo lo que se le parezca, culpable de su frustración política.

Su adhesión a la derechizada socialdemocracia brasileña y su calculada conversión al neoliberalismo como una ruta de ascenso para llegar, a como diere lugar, a la presidencia del Brasil acentuó aún más los rasgos de extrema intolerancia y dogmatismo que exhibiera en su juventud.

Hoy representa la versión más radical y tal vez más sofisticada –porque es una persona inteligente y dueña de una sólida formación intelectual–de la derecha brasileña. Su insaciable ambición de poder, esa que según Hobbes sólo cesa con la muerte, no sólo lo hizo arrojar por la borda aquello en lo que creía con fanático celo a finales de los sesentas sino que lo llevó a convalidar el escandaloso asalto al gobierno de Brasil de la mano de una pandilla de corruptos que merecerían estar en la cárcel de por vida. Pero con el ardor propio de los conversos a él no le importa nada y aceptó desempeñar un muy importante cargo en el gobierno de Michel Temer, posicionándose para intentar, por tercera vez, llegar a la presidencia del Brasil y así saciar su irreprimible obsesión. Este es el personaje que en la nota que publica el diario La Nación (Buenos Aires) prometió “limpiar de ideología la política exterior” del Brasil. Les presento a José Serra, mi profesor que no fue y hoy Canciller del gobierno golpista de Brasil.
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Atilio Boron, Página12

La escena en un aula de la Flacso, Santiago de Chile, agosto de 1967. Los alumnos de las dos maestrías que se dictaban en aquel momento, una en Sociología y otra en Ciencia Política, esperan con entusiasmo la llegada de un nuevo profesor de economía: un joven exiliado brasileño, con impecables antecedentes de izquierda, que por primera vez dictaría un curso a nivel de posgrado. El director de la institución hace la presentación de rigor y poco después el profesor pasa a explicar su programa, cosa que hace en un buen “portuñol” y con marcado acento brasileño que servía para matizar la aridez de su discurso. El contenido y la bibliografía son rigurosamente marxistas, sin la menor fisura por la cual pudiera deslizarse alguna otra vertiente de pensamiento económico.

Cuando terminó su exposición un pesado silencio descendió sobre la sala. Yo era uno de los estudiantes y me llamó la atención el hermetismo teórico del programa. Había ya hecho un curso de Economía Política en la Argentina, en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, con la inolvidable Rosa Cusminsky, que luego del golpe de 1976 logró exiliarse en México y continuar con su labor docente en la UNAM. En el curso dictado por Rosa, una marxista “convicta y confesa”, como se declarara José Carlos Mariátegui, estudiamos por supuesto a Marx (algunos pasajes de El Capital, leímos con fruición Salario, Precio y Ganancia, ojeamos el Anti-Duhring) pero también vimos a John M. Keynes, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, Arthur Pigou y John K. Galbraith. Rompí el silencio y, con mucho tacto, le pregunté al novel profesor si no iríamos a estudiar también la obra de algunos de estos autores que la buena de Rosa nos había hecho leer, en mi caso cuando aún no había cumplido 18 años. La respuesta me dejó helado, pues indignado, se volvió hacia mí y me dijo, con un tono amenazante y agitando con fuerza su dedo índice de la mano derecha: “Mire jovencito: si usted quiere perder el tiempo estudiando esa basura burguesa no tiene nada que hacer en mi curso”. Intimidados por la violencia verbal del profesor nadie tuvo la osadía de abrir la boca. Este comenzó a dictar su materia y yo ni siquiera me molesté en tomar notas, cosa que hago habitualmente.

Al terminar la clase me marché y nunca más regresé a su curso. Tuve suerte, porque en aquellos años Chile era la Atenas latinoamericana y completé mi formación económica de la mano de dos formidables maestros: Celso Furtado y Osvaldo Sunkel que dictaban sendos cursos en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile que, como era previsible, fueron muy superiores al que dictara mi censor. Este inició una notable carrera académica y política y debo reconocer que durante el gobierno de Salvador Allende fue un estrecho colaborador de su ministro de Economía, Pedro Vúskovic. Sé también que la pasó muy mal con el golpe de Pinochet y que a duras penas logró salir de Chile. Al igual que yo fue a Estados Unidos y obtuvo un doctorado en Economía en la prestigiosa Universidad de Cornell. Luego de eso pasó un tiempo en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y tras catorce años de exilio regresó a Brasil, donde de la mano de su mentor y protector en Chile, Fernando Henrique Cardoso, llegó a ser diputado federal, senador, alcalde y gobernador de San Pablo y dos veces candidato a presidente, siendo derrotado una vez por Lula en el 2002 y otra vez por Dilma en el 2010. En su campaña presidencial del 2002 sus diatribas e infamias en contra de Hugo Chávez Frías adquirieron una lamentable notoriedad, y su inquina en contra de todo lo que tenga que ver con el chavismo, con el bolivarianismo y la revolución, persiste hasta el día de hoy, alimentada por su visceral odio al PT y a todo lo que se le parezca, culpable de su frustración política.

Su adhesión a la derechizada socialdemocracia brasileña y su calculada conversión al neoliberalismo como una ruta de ascenso para llegar, a como diere lugar, a la presidencia del Brasil acentuó aún más los rasgos de extrema intolerancia y dogmatismo que exhibiera en su juventud.

Hoy representa la versión más radical y tal vez más sofisticada –porque es una persona inteligente y dueña de una sólida formación intelectual–de la derecha brasileña. Su insaciable ambición de poder, esa que según Hobbes sólo cesa con la muerte, no sólo lo hizo arrojar por la borda aquello en lo que creía con fanático celo a finales de los sesentas sino que lo llevó a convalidar el escandaloso asalto al gobierno de Brasil de la mano de una pandilla de corruptos que merecerían estar en la cárcel de por vida. Pero con el ardor propio de los conversos a él no le importa nada y aceptó desempeñar un muy importante cargo en el gobierno de Michel Temer, posicionándose para intentar, por tercera vez, llegar a la presidencia del Brasil y así saciar su irreprimible obsesión. Este es el personaje que en la nota que publica el diario La Nación (Buenos Aires) prometió “limpiar de ideología la política exterior” del Brasil. Les presento a José Serra, mi profesor que no fue y hoy Canciller del gobierno golpista de Brasil.
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BRIGADISTAS EN VALDENOCEDA.

En el Penal de Valdenoceda estuvieron presos los brigadistas estadounidenses Clarence Blair y Cohn Haber, del Batallón Lincoln, así como el militar mexicano Roberto Vega González y también otros extranjeros combatientes de las Brigadas Internacionales. Al parecer, según diversos autores, es difícil establecer quiénes y cuántos fueron en general los brigadistas apresados, pues el gobierno de Franco prefería que los datos relativos a brigadistas internacionales fueran confusos, para evitar posibles conflictos con otros gobiernos y, además, al no venir estas personas en misión oficial, las embajadas de sus países de origen no siempre se preocupaban por ayudarles o simplemente averiguar su paradero. Tal es el caso, sobre todo, de los brigadistas italianos, alemanes y austríacos, quienes por el hecho de luchar para defender a la República española se convertían en proscritos en sus propios países, con lo cual casi era mejor, para ellos y para sus familias, que sus respectivas embajadas no hicieran gestión alguna, ni consiguieran localizarlos.

Estos son los combatientes de las Brigadas Internacionales de los que se sabe que en algún momento estuvieron presos en el Penal de Valdenoceda, aunque probablemente no sean todos:

Harry Kleiman (Cohn Haber), estadounidense.
Clarence Blair, estadounidense.
Lluven Zankoff Dicoff, búlgaro.
Federico M. Hacosta, corso francés.
Randulf Dalland, noruego y capitán en el ejército de su país.
Robert Tin, francés.
Peter Popocópulus, griego.
Albert Tim, canadiense.
James Cameron, canadiense.

A estos nombres hay que añadir el de Joseph Scheungrab, un brigadista alemán que murió en 1939 en el penal a los 30 años de edad, y que la asociación Exhumación Valdenoceda tiene en su lista de víctimas mortales. Dadas las circunstancias de Alemania en aquella época, lo más probable es que ningún familiar se atreviera a preguntar por él. Y si alguien lo hubiera hecho, ni la embajada alemana en Madrid, ni los consulados se habrían molestado en hacer gestión alguna para informar a la familia, y mucho menos para salvarlo; antes bien habrían intentado asegurarse de que no saliera vivo.

Buena parte de los brigadistas estadounidenses presos en las cárceles franquistas fueron intercambiados en 1938 por soldados italianos y alemanes que la República tenía presos. Sin embargo, tras finalizar la guerra fue la embajada estadounidense quien trató directamente con el gobierno de Franco para liberar a los suyos. La moneda de trueque solía ser la concesión de ayudas o préstamos solicitados por Franco a Estados Unidos, que se veía siempre condicionada en parte por la liberación de los presos de este país. Aún así, en 1940 todavía estaban presos ocho brigadistas estadounidenses, entre ellos los dos de Valdenoceda, Haber y Blair. Parece ser que un crédito al gobierno español para la fabricación de moneda de níquel resultó decisivo a la hora de negociar la liberación de estos hombres.

Según el periódico España Democrática, editado en Montevideo, Haber y Blair, junto con otros brigadistas liberados, declararon a la prensa tras su llegada a Nueva York que habían compartido presidio con españoles procedentes de los campos de concentración franceses para refugiados. Por diversas razones estos hombres habrían sido entregados por el gobierno de Daladier a las autoridades españolas. Buen número de estos presos fueron llevados a Valdenoceda para permanecer allí a la espera de juicio
.
Otro preso de Valdenoceda fue el mexicano Roberto Vega González, de la 66 División, 212 Brigada, 847 Batallón, 3ª Compañía del ejército republicano. Fue uno de los nueve jovencísimos cadetes que se fugaron del Colegio Militar en México y vinieron a España a defender la República. Las edades de estos chicos oscilaban ente los 17 y los 20 años. Por su formación militar y su conducta ejemplar, Roberto Vega llegó a conseguir la graduación de capitán. Cayó preso en Teruel y sufrió un infierno en varias prisiones antes de ir a parar a Valdenoceda. No fue liberado hasta 1941, pues el gobierno de Franco tenía muy mala relación con el de Lázaro Cárdenas, pero gracias a las presiones de Cuba fue indultado de la pena de muerte que pesaba sobre él, y pudo embarcar en Bilbao para regresar a México.

En 1954 el capitán Roberto Vega publicó un libro titulado “Cadetes mexicanos en la Guerra de España”, donde narraba las peripecias y los sufrimientos de aquellos jovencitos mexicanos que desertaron y fueron expulsados del Colegio Militar a causa de su afán de luchar por la democracia y la libertad en un país lejano. La historia de Roberto Vega González fue narrada también por Indalecio Prieto en un extenso artículo publicado en El Socialista en noviembre de 1954 con motivo de la edición del mencionado libro. 

(Curiosamente, se hace referencia en este artículo al crimen de Tartalés de 1914, pero situándolo en Valdenoceda. No sabemos si el error es solo de don Indalecio, o si era una información tergiversada que circulaba entre los presos y pudo ser recogida así por Roberto Vega. Habrá que echar un vistazo a su libro.)

“Mexicanos en la guerra de España”, Héctor Perea:http://cdigital.uv.mx/bitstre…/123456789/…/2/1999109P119.pdf

“Jugarse el cuero bajo el brío del sol”, Héctor Perea, págs. 52-56.
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/histori…/10637.pdf


El cautiverio del capitán Roberto Vega tuvo en su momento tanta resonancia que incluso se le dedicó un poema:

“Romance del mexicano condenado a muerte”. J. Viró Domenech, 1939.
 
Roberto Vega González,
rayo del sol mexicano,
por darle calor a España,
a muerte te condenaron.
Cárcel de Valdenoceda,
en el Burgos pretoriano,
bajo cerrojos te tienen
atado de pies y manos.
Sobre las húmedas losas
del pavimento enlodado,
entre sombras retorcidas
y hedores de camposanto,
gime tu cuerpo mordido
por los chacales de Franco.
Roberto Vega González,
alma y cuerpo mexicano;
en las venas sangre roja
del noble león hispano;
con dentelladas feroces,
con un trato infrahumano,
estás purgando el delito
de ser revolucionario.



1940. La prensa americana publicaba una campaña de Solidaridad de los pueblos de América con los refugiados españoles y con los presos de los campos de concentración. Petición de libertad para los presos americanos de Belchite y Valdenoceda. 




Esta investigación ha sido desarrollada por Irene Garmilla, que ha accedido a su publicación en la página web de la Asociación de Familias de Represaliados en Valdenoceda. Muchas gracias, Irene.

https://exhumacionvaldenoceda.com/la-prision/brigadistas-en-el-penal-de-valdenoceda/