Michael Löwy
Octubre de 2004
En un articulo publicado en 1928, José
Carlos Mariátegui -el verdadero fundador del marxismo latino-americano-
escribía las siguientes palabras: “No queremos, ciertamente, que el
socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica.
Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio
lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una
generación nueva”. No fue escuchada su advertencia : en este mismo año
empezó el movimiento comunista latino-americano a caer bajo la
influencia del paradigma stalinista, que impuso, durante casi medio
siglo, el calco y la copia de la ideología de la burocracia soviética y
de su llamado “socialismo real”.
No sabemos si el Che conocía este texto de Mariategui; posiblemente
sí lo había leído, puesto que su compañera Hilda Gadea le había prestado
los escritos de Mariategui, durante los años que precedieron la
revolución cubana. De todas las maneras se puede considerar que buena
parte de su reflexión y de su práctica política, sobretodo en los años
60, tenía como objetivo salir del callejón sin salida a que llevaba la
imitación servil del modelo soviético y est-europeo. Sus ideas sobre la
construcción del socialismo son una tentativa de “creación heroica” de
algo nuevo, la búsqueda –interrumpida e inacabada– de un paradigma de
socialismo distinto, y en muchos aspectos radicalmente opuesto a la
caricatura burocrática “realmente existente”.
De 1959 hasta 1967, el pensamiento del Che evolucionó mucho. Él se
alejó cada vez más de las ilusiones iniciales acerca del socialismo
soviético y del estilo soviético -es decir, stalinista- de marxismo. En
una carta del 1965 a un amigo cubano él critica duramente el “seguidismo
ideológico” que se manifiesta en Cuba por la edición de manuales
soviéticos para la enseñanza del marxismo. Estos manuales –que el llama
“ladrillos sovieticos” – “tienen el inconveniente de no dejarte pensar :
el Partido ya lo hace por tí y tú lo debes digerir”. Se percibe de
manera cada vez más explícita, sobretodo en sus escritos a partir del
1963, el rechazo al “calco y copia” y la búsqueda de un modelo
alternativo, la tentativa de formular otra vía al socialismo, más
radical, más igualitaria, más fraternal, más humana, más consecuente con
la ética comunista.
Su muerte en octubre del 1967 va a interrumpir un proceso de
maduración política y desarrollo intelectual autónomo. Su obra no es un
sistema cerrado, un planteamiento acabado que tiene respuesta para todo.
Sobre muchas cuestiones – la democracia en la planificación, la lucha
contra la burocracia – su reflexión es incompleta.
El motor esencial de esta búsqueda de un nuevo camino –más allá de
cuestiones económicas específicas– es la convicción de que el socialismo
no tiene sentido –y no puede triunfar– si no representa un proyecto de
civilización, una ética social, un modelo de sociedad totalmente
antagónico a los valores de individualismo mezquino, de egoísmo feroz,
de competencia, de guerra de todos contra todos de la civilización
capitalista – este mundo en el cual “el hombre es el lobo del hombre”.
La construcción del socialismo es inseparable de ciertos valores
éticos, contrariamente a lo que plantean las concepciones economicistas
-de Stalin hasta Kruschov y sus sucesores- que sólo consideran “el
desarrollo de las fuerzas productivas” . En la famosa entrevista con el
periodista Jean Daniel (julio del 1963) el Che planteaba, en lo que ya
era una critica implícita al “socialismo real”: “El socialismo económico
sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero
al mismo tiempo contra la enajenación. (…) Si el comunismo pasa por
alto los hechos de conciencia, podrá ser un método de reparto, pero no
es ya una moral revolucionaria”.
Si el socialismo pretende luchar contra el capitalismo y vencerlo en
sus propio terreno, en el terreno del productivismo y del consumismo,
utilizando sus proprias armas -la forma mercantil, la competencia, el
individualismo egoísta– está condenado al fracaso. No se puede decir que
Guevara previó el derrumbe de la URSS, pero de alguna manera él tuvo la
intuición de que un sistema “socialista” que no tolera la divergencia,
que no representa nuevos valores, que trata de imitar a su adversario,
que no tiene otra ambición que “alcanzar y superar” la producción de las
metrópolis capitalistas, no tiene futuro.
El socialismo para el Che era el proyecto histórico de una nueva
sociedad, basada en valores de igualdad, solidaridad, colectivismo,
altruísmo revolucionario, libre discusión y participación popular. Tanto
sus críticas –crecientes– al “socialismo real” como su práctica como
dirigente y su reflexión sobre la experiencia cubana están inspirados
por esta utopía –en el sentido que le da Ernst Bloch a este concepto–
comunista.
Tres aspectos traducen concretamente esta aspiración de Guevara y su
búsqueda de un nuevo camino: la discusión sobre los métodos de gestión
económica, la cuestión de la libre expresión de divergencias y la
perspectiva de la democracia socialista. El primero ocupaba, obviamente,
el lugar central en la reflexion del Che; los otros dos – que están
estrechamente interconectados- están mucho menos desarrollados, con
lagunas y contradicciones. Pero no dejan de estar presentes en sus
preocupaciones y en su práctica política.
1) Los métodos de gestión económica
Se trata de la célebre discusión del 1963-64 sobre varios aspectos de
la planificación, en confrontación con partidarios del modelo soviético
– el Ministro del Comercio Exterior Alberto Mora, el director del
Instituto Nacional de Reforma Agraria Carlos Rafael Rodríguez –
sostenidos por el conocido economista marxista francés, Charles
Bettelheim. Los planteamientos de Ernesto Guevara – que recibieron el
apoyo del economista marxista belga (y dirigente de la IVa
Internacional) Ernest Mandel – constituyen una crítica radical – al
principio implícita, después explícita – al “socialismo real”. Los
principales aspectos del modelo est-europeo a que se oponía el Che eran:
la
ley del valor como ley objetiva de las economías de transición al
socialismo – tesis de Stalin defendida por Charles Bettelheim.
la mercancía como base del sistema productivo.
la competencia -entre empresas o entre trabajadores- como factor de incremento de la productividad.
métodos de incentivo y distribuición más bien individuales que colectivos.
privilegios económicos para los gerentes y administradores.
criterios mercantiles en las relaciones económicas entre países socialistas.
En su famoso “Discurso de Argel” (febrero del 1965) Ernesto Guevara
llamaba a los países que se reclamaban del socialismo a “liquidar su
complicidad tácita con los países explotadores del Occidente”, que se
traducía en las relaciones de intercambio desigual que llevaban con los
pueblos en lucha contra el imperialismo. Para el Che “no puede existir
socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una
nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole
individual, en la sociedad que se construye o esta construído el
socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que
sufren la opresión imperialista”.
Analizando en su ensayo de marzo del 1965, El socialismo y el hombre
en Cuba los modelos de construcción del socialismo vigentes en Europa
oriental, el Che rechazaba la concepción que pretendía “vencer al
capitalismo con sus proprios fetiches”: “Persiguiendo la quimera de
realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara
el capitalismo (la mercancía tomada como célula económica, la
rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se
puede llegar a un callejón sin salida…Para construir el comunismo,
simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo”.
Uno de los principales peligros del modelo importado de los países
del Este europeo es el incremento de la desigualdad social y la
formación de una capa privilegiada de tecnócratas y burócratas: en este
sistema de retribución “son los directores quienes ganan cada vez más.
Basta ver el último proyecto de la RDA, la importancia que adquiere la
gestión del director, o mejor, la retribución de la gestión del
director”.
El fondo del debate consistía en una confrontación entre una visión
economicista – la esfera económica como sistema autónomo, regido por sus
proprias leyes, como la ley del valor o las leyes del mercado- y una
concepción política del socialismo, es decir la toma de decisiones
económicas – las prioridades productivas, los precios, etc – según
criterios sociales, éticos y políticos.
Las propuestas económicas del Che –la planificación versus el
mercado, el sistema presupuestario de financiación, los incentivos
colectivos o “morales” – tenían como objetivo la búsqueda de un modelo
de construcción del socialismo fundamentado en estos criterios y, por
tanto, distinto del soviético.
Hay que añadir entretanto que Guevara no logró tener una idea clara
de la naturaleza del sistema burocrático stalinista. Siguiendo –en mi
opinión– una pista equivocada, buscaba en la NEP, más bien que en el
Thermidor stalinista, el origen de los problemas y limitaciones de la
experiencia soviética.
2) La libertad de discusión
Un aspecto político importante de la discusión económica del 1963-64,
que merece ser subrayado, es el hecho mismo de la discusión. Es decir,
el planteamiento de que la expresión pública de desacuerdos es normal en
el proceso de construcción del socialismo. En otras palabras, la
legitimación de un cierto pluralismo democrático en la revolución.
Esta problemática está sólo implícita en el debate económico. Guevara
nunca la desarrolló de forma explícita o sistemática, y sobre todo no
la relacionó con la cuestión de la democracia en la planificación. Pero
su actitud, en varias ocasiones en el curso de los años 60, es favorable
a la libertad de discusión en el campo revolucionario, y al respeto de
la pluralidad de opiniones.
Un ejemplo interesante es su comportamiento hacia los trotskistas
cubanos, cuyos análisis él no compartía en absoluto (los criticó
duramente en varias ocasiones). En 1961, en una entrevista con un
intelectual de izquierda norteamericano, Maurice Zeitlin, Guevara
denunció la destrucción por la policía cubana de las placas de La
Revolucion Permanente de Trotsky como un “error” y algo que “no debería
haberse hecho”. Y años más tarde, poco antes de dejar Cuba en 1965,
logró sacar de la cárcel al dirigente trotskista cubano Roberto Acosta
Hechevarría, al cual declara, al despedirse con un abrazo fraternal:
“Acosta, las ideas no se matan a palos”.
El ejemplo más tajante es su respuesta – en un informe de 1964 a sus
compañeros del Ministerio de la Industria – a la critica de “trotskismo”
que le achacaron algunos soviéticos: “A este respecto, creo que o
poseemos la capacidad de destruir con argumentos la opinión contraria o
debemos dejarla expresarse… No es posible destruir una opinión con la
fuerza, porque ello bloquea todo desarrollo libre de la inteligencia.
También del pensamiento de Trotsky se puede tomar una serie de cosas,
incluso si, como creo, se equivocó en sus conceptos fundamentales, y si
su acción ulterior fue errónea…”.
Tal vez no sea por casualidad que la defensa más explícita de la
libertad de expresión y la crítica más directa de Guevara al
autoritarismo stalinista se manifestara en el terreno del arte. En su
conocido ensayo El socialismo y el hombre en Cuba (1965) denuncia el
“realismo socialista” de factura soviética como la imposición de una
sola forma de arte -la “que entienden los funcionarios”. Con este
método, subraya, se “anula la auténtica investigación artística”, y se
pone una verdadera “camisa de fuerza a la expresión artística”.
3) La democracia socialista
Aunque el Che nunca llegó a elaborar una teoría acabada sobre el
papel de la democracia en la transición socialista –tal vez la principal
laguna de su obra – rechazaba las concepciones autoritarias y
dictatoriales que tanto daño hicieron al socialismo en el siglo XX. A
los que pretenden, desde arriba, “educar al pueblo” – falsa doctrina ya
criticada por Marx en las Tesis sobre Feuerbach (“¿quién educa al
educador?”) – el Che contestaba, en un discurso del 1960: “La primera
receta para educar al pueblo…es hacerlo entrar en revolución. Nunca
pretendan educar a un pueblo, para que, por medio de la educación
solamente, y con un gobierno despótico encima, aprenda a conquistar sus
derechos. Enséñele, primero que nada, a conquistar sus derechos, y ese
pueblo, cuando esté representado en el gobierno, aprenderá todo lo que
se enseñe, y mucho más: será el maestro de todos sin ningún esfuerzo”.
En otras palabras: la sola pedagogía emancipadora es la auto-educación
de los pueblos por su propria práctica revolucionaria – o, como lo
planteaba Marx en la Ideologia Alemana, “en la actividad revolucionaria,
el cambio de sí mismo coincide con la modificación de las condiciones”.
En el mismo sentido van unas notas críticas de 1966 a un manual de
economía política soviético, que contienen esta formulación política
precisa y tajante : “El tremendo crimen histórico de Stalin” fue “el
haber despreciado la educación comunista e instituido el culto
irrestricto a la autoridad”.
El principal límite es la insuficiencia de su reflexión sobre la
relación entre democracia y planificación. Sus argumentos en defensa de
la planificación y en contra de las categorías mercantiles son muy
importantes y ganan una nueva actualidad ante la vulgata neoliberal que
domina hoy, con su “religión del mercado”. Pero dejan a un lado la
cuestión política clave : ¿Quién planifica ? ¿Quién decide las grandes
opciones del plan económico ? ¿Quién determina las prioridades de la
producción y del consumo? Sin una verdadera democracia –es decir sin
a)pluralismo político b)libre discusión de las prioridades y c)libre
opción de la población entre las diversas proposiciones y plataformas
económicas propuestas- la planificación se transforma inevitablemente en
un sistema burocrático, autoritario e ineficaz de “dictadura sobre las
necesidades”, como lo demuestra abundantemente la historia de la
ex-URSS. En otras palabras : los problemas económicos de la transición
al socialismo son inseparables de la naturaleza del sistema político. La
experiencia cubana de los últimos treinta años revela, también ella,
las consecuencias negativas de la ausencia de instituciones
democrático/socialistas – aun si Cuba logró evitar las peores
aberraciones burocráticas y totalitarias de los otros Estados del
llamado “socialismo real”.
Este debate tiene que ver, por supuesto, con el problema de las
instituciones de la revolución. Guevara rechaza la democracia burguesa,
pero –a pesar de su sensibilidad anti-burocrática e igualitaria- está
lejos de tener una visión clara de la democracia socialista. En El
socialismo y el hombre en Cuba el autor reconoce que el Estado
revolucionario puede equivocarse, provocando una reacción negativa de
las masas que lo obliga a rectificar (el ejemplo que cita es la política
sectaria del Partido bajo el liderazgo de Aníbal Escalante en 1961-62).
Pero, reconoce, “es evidente que el mecanismo no basta para asegurar
una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más
estructurada con la masa”. En un primer momento, él parece encontrar una
solución en una vaga “interrelación dialéctica” entre los dirigentes y
la masa. Entretanto, algunas páginas adelante confiesa que el problema
está lejos de haber encontrado una solución adecuada, permitiendo un
control democrático efectivo : “Esta institucionalidad de la Revolución
todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo (…). ”
Sabemos que en los últimos dos años de su vida Ernesto Guevara avanzó
mucho en su toma de distancia hacia el paradigma soviético, en su
rechazo del “calco y copia” del “socialismo real”. Pero una buena parte
de sus últimos escritos queda aún inédita, por razones inexplicables.
Entre estos documentos se encuentra una crítica radical al Manual de
Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, redactada en
1966. En un artículo publicado en 1996, Carlos Tablada -autor de un
libro importante sobre el pensamiento económico del Che– cita algunos
párrafos de este documento, al cual tuvo acceso (pero no la autorización
de publicarlo integralmente). Uno de ellos es muy interesante, porque
demuestra que en sus últimas reflexiones políticas Guevara se acercaba a
la idea de una democracia socialista, de una planificación democrática
en la que sea el pueblo mismo, los trabajadores, “las masas” (para
utilizar su terminología), los que tomen las grandes decisiones
económicas:
“En contradicción con una concepción del plan como decisión económica
de las masas conscientes de los intereses populares, se ofrece un
placebo, en el cual sólo los elementos económicos deciden del destino
colectivo. Es un procedimiento mecanicista, antimarxista. Las masas
deben de tener la posibilidad de dirigir su destino, de decidir cuál es
la parte de la producción que irá a la acumulación y cuál será
consumida. La técnica económica debe operar en los límites de estas
indicaciones y la consciencia de las masas debe asegurar su
implementación.”
Las balas de los asesinos de la CIA y de sus socios bolivianos
interrumpieron en octubre del 1967 este trabajo de “creación heroica” de
un nuevo socialismo revolucionario, de un nuevo comunismo democrático.
Fuente: http://www.democraciasocialista.org/?p=504