Escribe muchas cosas reaccionarias Thomas Piketty en su obra el capital en el siglo XXI,
como corresponde a un defensor del capitalismo. Sin embargo, su obra ha
tenido resonancia entre la gente de izquierdas, y recientemente en
distintos portales de información crítica han vuelto a aparecer varios
textos que recomiendan leer el libro de Piketty –de manera positiva, no
para criticarlo y combatir el pensamiento hegemónico-.
Piketty
nos dice que “el capitalismo produce mecánicamente desigualdades
insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores
meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades
democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y el
interés general logren retomar el control del capitalismo y de los
intereses privados, al tiempo que rechazan los repliegues
proteccionistas y nacionalistas. Este libro intenta hacer propuestas en
ese sentido”.
Su obra se enmarca, pues, en la corriente que propugna una vuelta al
capitalismo de antes de la crisis. Nada más alejado del marxismo, nada
más utópico, nada más reaccionario en los tiempos actuales que muestran
los límites objetivos del capitalismo y que requieren de una ofensiva de
la izquierda revolucionaria –ofensiva que no se produce ni en lo
orgánico ni en lo ideológico, lo que a la postre provoca confusión en
todos los ámbitos y permite que personajes como Piketty irrumpan y
hegemonicen el pensamiento no sólo de la clase trabajadora sino de
dirigentes de izquierdas-.
Piketty, que publica su libro bajo el título de el capital en el siglo XXI, tampoco oculta nunca haber leído al completo el capital
de Karl Marx, en distintas entrevistas. Es tan absurdo el libro de
Piketty, quien escribe contra la economía política –contra la ciencia de
la economía, aunque tampoco tiene claros estos conceptos, como deja
claro en la parte final de la obra-, que es difícil hacer una crítica
breve.
Nos vamos a centrar en la aportación fundamental de Marx y Engels: su
demostración de que el capitalismo es un sistema histórico y, por lo
tanto, finito. Para Piketty el final del capitalismo es “el
apocalipsis”. Pero a pesar de PIketty, que es tan ahistórico y tan
acientífico como Fukuyama, ninguna sociedad es eterna, y no hay solución
para salvar el capitalismo y que funcione correctamente –aunque se
atreva a decir esta estupidez en mitad de la crisis orgánica que estamos
viviendo-:
“La solución correcta es un impuesto progresivo anual sobre el
capital; así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad
y preservar las fuerzas de la competencia y los incentivos para que no
deje de haber acumulaciones originarias”.
Un impuesto, porque eso es todo lo que aporta Piketty tras cientos y
cientos de páginas: un impuesto sobre el capital y arreglamos la
sociedad… un pensamiento tremendamente pobre, en consonancia con las
aportaciones históricas que hace el pensamiento burgués a las distintas
ciencias y, sin embargo, desde la izquierda se le han abierto las
puertas. Lo único que aporta el libro, eso sí, son un montón de datos y
tablas estadísticas. Lástima que Piketty no sepa interpretarlas y, cual
economista premarxista, se quede en la apariencia de los datos.
No voy a preguntar, porque eso sería demoledor y no tendría sentido
seguir escribiendo, si ese impuesto que reclama Piketty es sólo para que
la sociedad occidental pueda seguir viviendo a costa de someter a la
mayoría del mundo a la pobreza, o en su hueca cabeza piensa que un
impuesto puede solucionar el capitalismo como lo que es, un sistema
global de administración de miseria, hambre y guerra y muerte.
El fin del capitalismo
Como hemos señalado más arriba una de las grandes aportaciones del
marxismo es la objetividad del final del capitalismo, idea que vertebra
el pensamiento no sólo económico, sino que fue también motivo del
nacimiento del materialismo histórico, y elemento fundamental para la
comprensión de la concepción de la lucha de clases, porque Engels y Marx
aglutinan todas las ciencias: no se puede comprender la economía
política sin el materialismo histórico, pero tampoco el materialismo
histórico sin la economía política, ni estas dos ciencias se pueden
comprender al margen de la realidad, al margen de la historia viva, de
la economía viva: no se pueden comprender al margen de la lucha de
clases.
En el terreno de la economía la ley más importante es la de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Así explicaron Engels y
Marx la necesidad del final del capitalismo, el límite histórico
objetivo que produciría el colapso del capitalismo y el surgimiento de
una nueva sociedad.
Partiendo de la base de que es la naturaleza y la transformación de
la misma la fuente de la riqueza (la transformación del árbol en silla,
del crudo en gasolina…) el marxismo sostiene que quien lleva a cabo
dicha acción –la clase trabajadora- es quien genera la riqueza.
El marxismo distingue dos tipos de capitales: el capital variable y
el capital constante. El capital variable es aquel que se invierte en
factor trabajo (trabajadoras/es), el capital constante es aquel que se
invierte en medios de producción (energías, materiales, maquinaria…).
De esta forma, es el capital variable, el que se invierte en la
fuerza de trabajo, esto es, el que permite la acción de la
transformación de la naturaleza, el único capital que crea excedente. El
capital variable mediante la venta de la mercancía que la clase
trabajadora ha producido se divide en dos: por una parte se convierte en
el salario de la clase trabajadora, por otra parte surge en forma de
excedente, de plusvalía: la apropiación de parte del trabajo que la
clase trabajadora realiza y de la que se apropia el/la capitalista.
Así el marxismo explica que a medida que aumenta el capital constante
–por ejemplo porque la tecnología, maquinaria, es cada vez más cara- su
peso relativo frente al capital variable es cada vez mayor:
proporcionalmente hoy una empresa de automóviles invierte más en capital
constante en relación al capital variable que cuando surgió la
industria automovilística. Por lo tanto el capital que genera plusvalía
es cada vez menor.
De aquí se desprende, en primer lugar, la ya señalada ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia –y como en toda ciencia hay
factores que contrarrestan esta tendencia: ni la historia, ni la
economía, ni la lucha de clases, ni la vida son lineales-; en segundo
lugar el aumento de la composición orgánica del capitalismo –cada vez es
mayor la proporción de capital constante en relación al capital
variable-; en tercer lugar cada vez le es más difícil al capitalista
lograr la reproducción ampliada del capital –obtener plusvalía y
reinvertirla para poder competir con el resto de capitales y sobrevivir,
pues el capital que obtiene una mayor plusvalía obtiene más capital
para reinvertir, para producir cada vez más y acaparar mercado y
expulsar al resto de capitales con los que compite-, lo cual nos
llevaría hasta la concentración y centralización del capital… fenómenos,
ambos, que no sólo son cada día mayores, sino que además hoy, en mitad
de la crisis, adquieren formas dramáticas y que, incluso un observador
superficial del mundo, como Piketty, podría advertir.
Piketty, más allá de decir que el capitalismo no cayó, más allá de
decir que el apocalipsis no se produjo, ¿es capaz de demostrar la
invalidez del pensamiento económico marxista? No. No sólo no es capaz de
demostrar la invalidez del pensamiento marxista sino que no es capaz de
señalar cómo funciona el mundo, sólo de darse cuenta de que cada vez
las desigualdades son mayores.
La pregunta es, pues: ¿es vigente la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia? Es evidente que la forma concreta del modo de producción
capitalista –el modelo- en el siglo XIX y en el siglo XXI no es igual:
pero tampoco es igual en 2016 el modelo de producción en Alemania que en
el Estado español, y los dos modelos se corresponden con el modo de
producción capitalista. En cada época, desde que surgió el capitalismo
el modo de producción es el capitalismo, pero la forma en que se
concreta es distinta, y dentro de cada época en cada país adquiere una
nueva concreción, un nuevo modelo, y así llegamos a la actualidad, la
época del imperialismo, que se concreta, en cada país, de una forma
distinta, tan distinta como es distinta hoy la situación de Francia,
Perú o Siria –donde, en cada país, la economía no se puede desligar de
la historia, de la trata de mujeres y la vida y la muerte, porque,
insistimos, intentar analizar la economía al margen del marxismo –al
margen de la sociedad y de la lucha de clases- puede servir, como para
Piketty, para escribir cientos de páginas que no dicen nada, pero no
sirve para comprender nada de la vida... ni de la propia economía.
Engels y Marx analizaron un modo de producción: el capitalista; y siglo
XIX o siglo XXI el capitalismo es capitalismo. Y además la pugna
despiadada por la obtención de plusvalías es más aguda que nunca: el
capitalismo hoy –con las crisis se agudizan las tendencias- se parece
mucho más al capitalismo que señaló Marx que a cualquiera de las
ocurrencias que han dado por superado su pensamiento, incluido Piketty.
Pero, ¿y la revolución socialista?
¿Engels y Marx se atrevieron a predecir el futuro? Sí, porque ese y
no otro es el sentido de las ciencias. ¿De qué nos sirven las ciencias
sino para saber que el avión será capaz de volar y no nos estrellaremos?
Y sin embargo, ¿cuántos aviones no cayeron y caen? ¿Cuántas veces las
ciencias que presumen de ser exactas tienen que corregirse a medida que
se producen avances en el campo de la técnica y del pensamiento? Si las
ciencias no estuviesen corrigiéndose día a día no serían ciencias, sino
dogmas.
En 1892 Engels escribía un prefacio para la situación de la clase trabajadora en Inglaterra y
señalaba: “he puesto cuidado en no tachar del texto muchas profecías
–entre ellas la de la inminente revolución social en Inglaterra-,
inspiradas por mi ardor juvenil. No tengo la menor intención de
presentar mi libro ni de presentarme a mí mismo como mejores de lo que
entonces éramos. Lo admirable no es que muchas de estas profecías hayan
fallado, sino el que tantas hayan resultado acertadas”.
Hablando de economía –discutiendo sobre cómo se distribuye la
burguesía la plusvalía-, en su carta a Werner Sombart, Engels sostiene:
“¿cómo se produce, pues, el proceso de nivelación? Es un problema de
extraordinario interés, del que el propio Marx no dice mucho. Pero toda
la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece
dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y
el método para dicha investigación. Por consiguiente, aquí habrá que
realizar todavía cierto trabajo que Marx, en su primer esbozo, no ha
llevado hasta el fin”.
¿Qué ocurre, pues, con el fin del capitalismo –con el, ya sabéis,
apocalipsis de Piketty-? Ocurre que todavía no se ha producido. Muy
poquitas veces en la historia un modo de producción alcanza el límite
histórico –como fue el caso del Imperio Romano-. Habitualmente una
invasión pone fin a una sociedad cuando esta aún se podría haber
desarrollado durante muchos cientos de años. ¿No había un desarrollo
capitalista para Afganistán, Irak o Libia? Sí, pero la barbarie y el
propio desarrollo del imperialismo ahogan en sangre a los pueblos y no
dejan que las historias sigan sus caminos.
¿Cuánto tiempo tardará en caer el capitalismo? Eso no lo podemos
saber: aún le queda mucho camino por recorrer, pero a diferencia de las
sociedades que nos precedieron conocemos cómo funciona la sociedad en la
que vivimos, y conocemos sus límites objetivos. Si queremos perecer con
nuestra sociedad o transformarla antes de que nos lleve al abismo es
responsabilidad nuestra. Sabemos, quienes analizamos desde el marxismo,
que la crisis actual bajo las coordenadas de los gobiernos burgueses no
tiene salida –aunque los Piketty no comprendan el mundo y reclamen en
medio de la crisis más fuerte de la historia del capitalismo la
necesidad de un impuesto para revertir lo que en el capitalismo es
irreversible-, y sabemos que bajo gobiernos reformistas se profundizará
en la agonía para la mayoría social –aunque muchos economistas, incluido
Varoufakis, parecieran decepcionados por Syriza-. Sabemos que China va a
estallar, aunque no le podamos poner un día y una hora –y lo sabemos
desde hace mucho tiempo, aunque el día que ocurra las cátedras de
economía se sorprenderán-. Sabemos que habrá nuevas guerras, que en el
siglo XXI la forma imperialista que adopta el capital no es algo que se
pueda elegir, que no es una cuestión de buenos o malos, sino que se
corresponde con las necesidades del modo de producción –aunque a los
Piketty les gustaría un imposible capitalismo bonito y responsable-.
Sabemos que no importan los límites ecológicos y que de nada sirve
luchar por un planeta sostenible si no luchamos contra el capitalismo:
la vida no está contemplada como argumento en el modo de producción
capitalista. Y sabemos que si el capitalismo es capaz de aplazar la
actual crisis –sea mediante la guerra, sea mediante cualquier argucia-
la próxima crisis –porque necesariamente habrá próxima crisis- será
muchísimo mayor.
¿La revolución socialista llegará? No. Al menos no llegará porque sí.
A diferencia de los anteriores cambios que se produjeron en la historia
la revolución socialista no espera al final del desarrollo del
capitalismo, sino que la clase trabajadora se organiza para traerla.
Nadie se organizó conscientemente para acabar con el Imperio Romano y
traer el feudalismo; nadie se organizó conscientemente para acabar con
el feudalismo y traer el capitalismo: fue el transcurso de la historia.
Pero transformada la historia y la economía en ciencias hoy sabemos que
la lucha de clases es el motor de la historia y podemos influir en ella.
A Engels y a Marx les hubiera gustado ver la revolución socialista, y
por eso lucharon, por eso la situaron como objetivo político, social y
económico en el horizonte de sus vidas y sus trabajos. No por
determinismo, sino porque escribieron y lucharon por la vida, para la
vida. Elegir entre el apocalipsis de la vida tal y como la concebimos o
la transformación de la sociedad es decisión nuestra.
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