22 enero 2014

LA SOCIALDEMOCRACIA HA RENUNCIADO YA HASTA AL MÁS MODESTO REFORMISMO.

Por Alejandro Teitelbaum.


Alejandro Teitelbaum es un conocido abogado, diplomado en Relaciones Económicas Internacionales en París y representante de la Asociación Americana de Juristas ante las Naciones Unidas. Es autor del libro "El papel de las sociedades transnacionales en el mundo contemporáneo". En el trabajo que les presentamos Teitelbaum traza un perfil  de la socialdemocracia de los últimos decenios
 
Que el Presidente francés Hollande haya sepultado todas sus promesas preelectorales (bastante brumosas, por cierto) no tiene que asombrar a nadie. La hipocresía y la mentira está en el ADN de todos los políticos al servicio del sistema capitalista imperante. Además, este caso particular es la conclusión lógica y coherente de un proceso que comenzó en 2011 con la elección del candidato presidencial del Partido Socialista, como veremos más adelante. Hollande ha anunciado la adopción de una “política de la oferta”. Dicha política está inspirada , aunque el “profesor” Hollande no lo dijo, en la teoría de Juan Bautista Say (1803), según la cual la oferta genera la demanda, de modo que siempre habría equivalencia entre la oferta y la demanda.

      En el plano teórico ya Marx se ocupó de demoler en términos poco amables (“tedioso Say”, “desdichado individuo”, “farsante”) la teoría de Say, retomada por Ricardo. Escribía Marx que “este es el parloteo infantil de un Say, pero no es digno de Ricardo”. (Marx, Teoría sobre la plusvalía (Tomo IV de El Capital). Marx explicaba que la teoría de Say podría hipotéticamente funcionar en una economía de trueque, pero ni siquiera en una economía mercantil simple y menos aún en una economía capitalista de mercado, donde el capitalista produce mercancías, no para cambiarlas por otras mercancías sino para transformarlas en dinero, en capital monetario y de ese modo realizar la ganancia que le queda después de pagar a sus proveedores y a los bancos que le prestaron capital, ganancia que puede destinar a atesorar, a especular, a mantener un tren de vida entre elevado y exuberante, etc. El capitalista, para transformar la mercancía en dinero necesita vender su producción y a veces ocurre que no la puede vender, al menos totalmente, porque no hay demanda suficiente a causa del estancamiento o disminución del poder adquisitivo de los consumidores de las clases populares. Y entonces los stocks de mercancía quedan acumulados o se venden por debajo del costo. Ese es el momento de las crisis periódicas del sistema, resultado de que entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda, se interpone la apropiación capitalista de la plusvalía. De modo que la ley de Say nunca funcionó ni puede funcionar.

     Además de los hechos, después de Marx refutaron a Say muchos otros economistas, entre ellos Keynes, quien postulaba como forma de salir de la crisis la estimulación de la demanda. Las ideas de Keynes funcionaron durante un corto período cuando las condiciones económicas objetivas lo permitieron (el Estado de bienestar) pero en las condiciones actuales de crisis profunda e irreversible del sistema dichas ideas son imposibles de llevar a la práctica.

     La “política de la oferta” de Hollande se concreta en regalos fiscales gigantescos a los capitalistas: el CICE (Crédito de impuesto competitividad empleo) y la supresión del aporte patronal a las cargas sociales en 2017. El CICE tiene por objeto financiar por anticipado programas de las empresas destinados a mejorar su competitividad mediante innovaciones, formación del personal, etc., el reclutamiento de nuevo personal y la reconstitución de sus activos financieros. Todo lo cual, según la versión oficial, permitirá relanzar la economía y crear muchos empleos.  Pero los patrones no asumen obligación concreta alguna como contrapartida de los regalos que reciben y lo que ahorren en tasas e impuestos y ganen en subvenciones les servirá para aumentar su margen de ganancias. Nada autoriza a suponer que aumentará la demanda global porque el ingreso real de los asalariados tiende a disminuir con la congelación (y aun disminución) de los salarios reales directos e indirectos (objetivo gubernamental proclamado: disminución de los costos laborales), los aumentos de los impuestos al consumo y también a causa de la alta tasa de desocupación (en torno al 11% actualmente). Como ha dicho el mismo Hollande, la redistribución de los ingresos “vendrá DESPUÉS”.

     Esta “política de la oferta” (regalos a la patronal y virtual congelación de los salarios reales pese a un considerable aumento de la productividad que en Francia se multiplicó por cinco en 30 años) se viene practicando en dicho país desde hace más de 30 años. Es decir, hace tiempo que en Francia – con gobiernos “socialistas” o de derecha- aumenta la explotación de los asalariados y se ensancha la brecha entre ricos y pobres. La “política de la oferta” se acentuó con Sarkozy y ahora llega a su climax con Hollande. Esto no ocurre por azar: las políticas antisociales son toleradas más pasivamente por la población con un gobierno de “izquierda” que con un gobierno de derecha, pues el mito de gobiernos de “izquierda” y de derecha todavía funciona con las mayorías, las que pese a la evidencia, siempre esperan algo mejor de un gobierno de “izquierda”. Pero en la realidad no siempre es así. En Francia, fue durante el gobierno del Primer Ministro “socialista” Jospin (1997-2002) que se privatizaron más servicios públicos e industrias clave. Con escasa o nula reacción popular. Es decir, los gobiernos de “izquierda” gozan de más legitimidad para llevar a cabo una política antipopular.

      Decíamos antes que esta forma particularmente brutal en que Hollande adoptó una política ultraliberal es la conclusión lógica y coherente de un proceso que comenzó en 2011 con la elección del candidato presidencial del Partido Socialista.  En efecto, antes de las elecciones primarias abiertas en el Partido Socialista los sondeos de opinión daban ganador a Strauss Kahn, de tendencia francamente liberal en economía, en segundo lugar a Martine Aubry, tibiamente centro-izquierda con el antecedente de haber promovido como Ministro las 35 horas semanales y lejos, en tercer lugar, a Hollande, Secretario General del PS, de tendencia protoliberal y de escasa personalidad, apropiado para servir de bisagra entre las distintas corrientes del PS. Hollande fue durante varios años alcalde de Tulle, una pequeña ciudad de 14.000 habitantes. A la medida de sus calidades de estadista.

      Ahora su figura se ha vuelto patética con el vodevil de sus visitas nocturnas en “scooter” a su amiguita. Hasta el punto que una agencia de automóviles publicó un anuncio ofreciéndole autos con vidrios polarizados. Cuando Strauss Kahn quedó fuera de carrera a causa de su incontrolable sexualidad, los sondeos le dieron el primer lugar a Hollande y el segundo a Martine Aubry. Finalmente Hollande ganó las primarias socialistas con el 56 por ciento de los votos.

      Objetivamente Martine Aubry era mejor candidata que Hollande. Tenía experiencia gubernamental como Ministro y como Alcalde durante muchos años de la ciudad de Lille (225.000 habitantes), donde realizó una gestión correcta. Pero la mayoría de los electores socialistas (clase media) prefirió a un liberal como Strauss Kahn y cuando éste quedó “offside”, optó por un individuo de perfiles políticos borrosos y de pobre personalidad y no por Martine Aubry, quien para algunos “camaradas” socialistas era demasiado izquierdista.

     Dicho de otra manera el voto de la mayoría en las elecciones primarias del PS refleja la tendencia mayoritaria de las clases medias a favor de preservar el statu quo o sea, el orden establecido. Y así conservar los pequeños privilegios que les proporciona el sistema: un nivel de vida un poco más alto que el de la mayoría de los trabajadores manuales, el que le permite asistir a actividades culturales, comer de tanto en tanto en un restaurante (más bien modesto) ir de vacaciones, etc. Y poder formular críticas intrascendentes a la gestión gubernamental en público o en tertulias sociales, sin temor a ser apaleados o terminar en prisión. O sea, “vivir en democracia”. Desgraciadamente, la preferencia por el orden establecido y el temor a las consecuencias de un cambio radical es un fenómeno mundial que abarca a las mayorías y atraviesa a todas las clases sociales. E incluye a una buena parte de quienes no tienen privilegio alguno, viven en la precariedad y sin perspectivas de un futuro mejor.

     Hollande dice que es socialdemócrata y tiene razón. La socialdemocracia hace decenios que es un simple reaseguro del sistema, como lo muestra su práctica gubernamental en distintos países del mundo. Y sus alianzas para gobernar con la derecha tradicional.

     En Alemania (donde el “milagro” se basa en la no existencia de un salario mínimo -aunque ahora se promete establecer uno más adelante- y en salarios ínfimos de 450 euros mensuales pagados sobre todo a los trabajadores provenientes de Europa oriental) la actual alianza del PSD con la derecha fue aprobada por el voto directo de la gran mayoría de sus afiliados.

    En Italia el Partido Demócrata (resultado de la fusión, hace algunos años, de lo que quedaba de los Partidos Comunista (desde 1991 Partido Democrático de Izquierda) Socialista y Demócrata Cristiano) formó Gobierno a principios de 2013 en alianza con el partido de Berlusconi, cuyo núcleo, Forza Italia, es de tintes fascistizantes. En noviembre de 2013 Berlusconi rompió la coalición pero su propio partido se quebró y una parte del mismo quedó en el Gobierno con el nombre de Nuovo Centrodestra.

   En España el pueblo español, votando mayoritariamente una vez al PSOE y otra al Partido Popular, pasan alternativamente de la sartén al fuego. Las grandes movilizaciones de los “indignados” no impidió el triunfo electoral del Partido Popular en las últimas elecciones. Se cumplió una vez más el principio del “péndulo” electoral.

     Los socialdemócratas hace ya tiempo que han renunciado incluso a un modesto reformismo que, por otro lado, no tiene posibilidades de concreción en las actuales condiciones de crisis profunda del capitalismo el que sólo puede sobrevivir acentuando hasta el extremo la explotación de los asalariados y dejando al borde del camino a una parte de la población. Cuando las mayorías sufran condiciones de vida más allá de lo soportable y una parte de ellas pierdan hasta sus mínimos privilegios de la vida cotidiana, queda por saber qué ocurrirá.

    Puede formularse la hipótesis de que si no aparece una sólida y creíble alternativa de cambio radical anticapitalista, terminará por imponerse, con el consenso de las mayorías, alguna forma autoritaria de inspiración fascista. El tradicional péndulo electoral entre “izquierda” socialdemócrata y derecha tradicional puede alterarse a favor de la extrema derecha. Dicho de otra manera, la dictadura del gran capital puede terminar despojándose de sus últimos ropajes pseudo democráticos.
 
 
 
 

19 enero 2014

Las políticas neoliberales condenan a búlgaros y rumanos al destierro.

Las privatizaciones de los sectores estratégicos estatales y de las antiguas fábricas, que comenzaron en los noventa, desembocaron en un paro masivo. Hoy, los salarios de supervivencia y los altos precios fuerzan a sus ciudadanos a emigrar a otros países.
 
Un manifestante sujeta en Bucarest un cartel con el lema "Sin amos ni patronos".
 
 
"Allí hemos vivido veinte años de choques sin terapia", señala con ironía Daniel, un joven historiador rumano afincado en Barcelona desde 2004. "Los comienzos no son fáciles en ningún lugar. Inicié mi carrera laboral en 2004, en una pizzería de Barcelona, donde trabajé de camarero. Luego salté a un hotel, como recepcionista, hasta el año 2007, cuando conseguí los papeles. Mientras tanto cursé un máster en Historia. Ahora trabajo en el campo de la traducción. Y sigo con una vieja obsesión, la fotografía. Retrato la vida de personas desahuciadas. En Rumanía, desde hace años, tener un trabajo no es sinónimo de una vida decente."

Al igual que Daniel, en las últimas décadas miles de rumanos y búlgaros han visto como hacer la maleta se convertía en la única solución a las políticas aplicadas en sus países. Las privatizaciones de los sectores estratégicos estatales y de las antiguas fábricas, practicadas en Bulgaria y Rumanía desde los años noventa, han desembocado en un paro masivo que, además, llegó acompañado de la liberalización de los precios, las facilidades legislativas para la libertad de movimiento del capital extranjero y el consiguiente descenso del nivel de vida de los habitantes.

El escritor y antropólogo Miguel Pajares, autor de diversos estudios sobre los inmigrantes de Europa del Este, baraja varias cifras: "La emigración neta de búlgaros entre 1989 y 2000, los primeros años de las privatizaciones, se estima en torno a las 600.000 personas. De Rumanía, en las últimas dos décadas emigraron más de dos millones de personas. Todo el proceso de privatización fue acompañado de la pérdida de un enorme número de puestos de trabajo. En Rumanía, entre 1990 y 1994 se destruyeron 1.716.000 empleos. Sólo en el año 1997 se destruyeron alrededor de 500.000. En ese año se produjo la mayor reestructuración de las grandes empresas del Estado".

La fórmula de los últimos veinte años (privatizar, despedir y reconducir beneficios) sigue funcionando incluso a fecha de hoy: "Hace poco se han anunciado los resultados obtenidos por la compañía de petróleo OMV-Petrom. Un beneficio histórico: más de 900 millones de euros. La misma compañía ha despedido a 10.000 empleados. La Administración no se atreve a aumentar los impuestos sobre el petróleo y el gas, a pesar de que Rumanía es uno de los pocos estados de la Unión Europea que dispone de estos recursos. El Estado no es capaz ni de subir estos impuestos, ni de cuidar a sus desempleados. Las privatizaciones echaron a la calle a millones de trabajadores. Los beneficios fueron óptimos, sobre todo para las privatizaciones estratégicas con socios de Europa Occidental, y de los costes sociales de estas privatizaciones no ha hablado nadie", relata Costi Rogozanu, periodista de la plataforma CriticAtac.
 
Esta situación ha llevado a que, durante la última década, la llamada generación del sacrificio tomara rumbo a Occidente."La filosofía de la emigración es: ¿por qué trabajar aquí? ¿Para seguir en la miseria? Mejor intentar sobrevivir en la miseria occidental; parece más limpia", explica Rogozanu.
Los trabajadores rumanos y búlgaros, sin embargo, no han encontrado el camino hacia Occidente tan despejado como en su día lo vieron los inversores que se trasladaron a Rumanía y Bulgaria. Hasta el 1 de enero de este año, la Unión Europea no ha eliminado las restricciones para que rumanos y búlgaros accedan al mercado laboral, mientras que varios políticos europeos siguen apelando al populismo y alertan contra una  "invasión" de inmigrantes pobres del Este. No obstante, la mayoría de los que parten rumbo a Occidente huyen de los pírricos sueldos pagados en sus países a la mano de obra cualificada, salarios que han despertado el interés de los inversores.

Miguel Pajares, que realizó en 2004 un estudio de campo en el sur de Rumanía, cuenta a Público que, entre los casos más escandalosos, encontró en la localidad de Zimnicea "a empleados de una empresa del textil de capital italiano que trabajaban entre 10 y 12 horas diarias recibiendo un salario de unos 50 euros al mes. En la jornada laboral solo contaban con 15 minutos de descanso para una comida. La mayor parte eran mujeres. ¿Cómo vivían, si los precios, sobre todo en las ciudades, eran similares a los que en ese momento había en España?"
 

Precios occidentales y sueldos precarios


Según las estadísticas de Eurostat, en el tercer semestre del 2013, Rumanía experimentó uno de los mayores crecimientos económicos de la Unión Europea, con un aumento trimestral del PIB de un 1,6%. Sin embargo, el coeficiente de Gini, que mide los niveles de desigualdad, se disparó en el país hasta alcanzar el 33,2%; y el 22,6% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Un 19,1% de los trabajadores rumanos y un 7,4% de los búlgaros son working poor: no pueden costearse la supervivencia aunque tengan un empleo. Y un 44% de la población búlgara, así como un 29,9% de la rumana, padece pobreza severa.

"¿Por qué nos encontramos con esta situación? Porque el dios de cualquier gobernante rumano es el inversor. Para el inversor se ha realizado la reforma laboral y se le han ofrecido todo tipo de facilidades. El empleado rumano del sector privado casi dejó de poseer derechos laborales. La reforma laboral la dictó una asociación de inversores. El Gobierno neoliberal anterior asimiló y promovió en el Parlamento esta ley sin debate previo. Se facilitó el despido y se presionaron a la baja los salarios, que ya eran bajos", cuenta Rogozanu.
 
En noviembre de 2013 los médicos rumanos salieron a la calle para pedir un aumento en sus salarios. El sueldo medio de un médico en Rumanía ronda los 440 euros mensuales. Según el Instituto Nacional de Estadística del país, el sueldo medio en Rumanía se situaba alrededor de los 370 euros en octubre de 2013, y el mínimo en menos de 200 euros. En Bulgaria el sueldo mínimo es de 170 euros.
Este nivel de salarios, que no cubre las necesidades básicas, ha empujado a más de 14.000 médicos rumanos a dejar su país, con Francia y Alemania como principales destinos.

La politóloga Victoria Stoiciu, directora de programas en la fundación Friedrich Ebert de Rumanía, explica a Público que "la política de los sueldos bajos ha sido asumida por todos los Gobiernos de Rumanía desde 1989, independientemente de su color político. La razón principal para mantener esta política es mantener la competitividad del país, concretada en la mano de obra barata. No podemos aumentar los salarios porque ahuyentamos a los inversores extranjeros y nos quedamos sin empleo: esta es la filosofía de esta desastrosa política salarial que sitúa Rumanía en competencia con estados de Asia o de África, a pesar de que el coste de la vida es similar al de los demás estados europeos".

En Bulgaria, la situación no dista de la realidad rumana. La antropóloga Neda Deneva, que investiga la migración de trabajadores búlgaros a España, cuenta que los fenómenos son similares a lo ocurrido en Rumanía: "La privatización, la desindustrialización y la falta de oferta de trabajo en la agricultura hicieron que un alto porcentaje de la población se quedara sin trabajo o que fueran trabajadores pobres, con pocas oportunidades para tirar adelante".
 

Reforma laboral


Emigrar se convirtió en la primera solución para los trabajadores. Además, las presiones de las grandes compañías y del capital autóctono determinaron la flexibilización de la legislación laboral y, en consecuencia, la pérdida de derechos de los trabajadores y el recorte de los costes sociales. "En Rumanía, el Estado está cautivo del capital privado (empresas nacionales y multinacionales) y los políticos mismos a menudo forman parte de la categoría de hombres de negocios, con lo cual tienen su interés privado y egoísta en mantener los sueldos a la baja", puntualiza Stoiciu. 

A pesar de los bajos salarios de la población, los precios en Rumanía se han ido ajustando a los estándares europeos, sobre todo en el caso de la energía y el gas. Esta subida ha afectado aún más a los bolsillos de los ciudadanos. Los intereses comerciales han hecho que, hoy en día, los precios en ciudades como Bucarest o Sofía puedan equipararse a los de cualquier capital europea. Así, la migración interna de los trabajadores en la Unión Europea responde principalmente a la desigualdad entre los países que la conforman y a la falta de voluntad política por reconstruir el proyecto europeo.
 
"Se trata de un problema estructural del sistema económico capitalista y del modo en que funciona la UE: una Unión para los intereses de las compañías y no de los trabajadores. Mientras la presión de los políticos nacionales y de la Unión no se encamine a una transformación institucional de la UE, que sea para los ciudadanos y no para el capital, asistiremos a escenarios con espantapájaros de cartón, sin ver el elefante que tenemos dentro", comenta Stoiciu.
 
Nicu, un ingeniero jubilado de Iasi, ciudad del norte de Rumanía, cuya jubilación no alcanza los 400 euros, recuerda las primeras protestas de la década de los noventa y se muestra indignado con el rumbo que ha tomado su país: "Queríamos libertad. Ahora tenemos la libertad de protestar en las plazas y, tras las protestas, ¿qué pasa al día siguiente? El poder es sordo, no nos escucha, como si no existiéramos. ¿Qué hemos ganado? Centros comerciales, sueldos de supervivencia y crisis tras crisis. La solución para muchos fue irse del país. No era este el cambio que queríamos en 1989".
 
Fuente: www.publico.es