“El poder constituyente
que nosotros defendemos busca construir un sujeto político capaz de
definir las condiciones que hagan posible una sociedad de hombres y
mujeres libres e iguales. A esto siempre se le ha llamado Constitución
republicana y Estado de derecho”.
Me asombra que estas cosas sigan
asombrando. Veo a tantos compañeros sorprendidos e indignados ante los
ataques injustos y cobardes del PP contra IU que me llevan a la
conclusión de que muchas veces no sabemos, mejor dicho, no somos
plenamente conscientes de las cosas que decimos y hacemos.
Que el PP aproveche su la mayoría conservadora en la Cámara de
Cuentas para expedientar a IU no debería asombrarnos, tampoco que medios
tan “independientes y objetivos” como El País, nos dediquen, después de
tantos meses o años, una pagina impar completa comentando la
excepcionalidad del tema. Somos visibles para lo peor. Luchar por la
ruptura y por los de “abajo” tiene estos costes.
Que el especialista consumado en financiación ilegal y en corrupción
política, el PP, expediente a IU por supuestas irregularidades formales
en sus cuentas tiene que ver, como no, con nuestra sistemática denuncia
de la corrupción, con nuestra personación en el “asunto Barcenas”, con
la querella contra los gestores de Bankia y, mucho más cercanamente, por
nuestra petición de dimisión por nepotismo del mismísimo presidente de
la mencionada Cámara de Cuentas. La respuesta no se ha hecho esperar:
expediente y ventilador. Idea: todos somos igual de corruptos.
Hay que ir, aquí también, más allá de lo inmediato y de lo aparente.
El PP, los poderes reales económicos y mediáticos, van contra IU, porque
esta no aceptó ni acepta un nuevo pacto, una nueva “transacción”, para
impulsar una enésima restauración monárquica, que tenía en su trasfondo
el borrón y cuenta nueva con los múltiples casos de corrupción. Al
negarse IU, el PSOE, tuvo que pensárselo y actuar con mayor comedimiento
como se ha visto en la “dimisión en diferido” de Rubalcaba.
El gobierno sabe —los “cloacas” del “doble Estado” están funcionando a
tope— que desde casi siempre IU, sus activistas y militantes, están
presentes, son actores destacados (no los únicos, nunca lo olvidamos) en
las luchas sociales y en las movilizaciones ciudadanas.
La prioridad ha sido y es el conflicto, para desde él ir trenzado una
estrategia unitaria de amplio espectro, muchas veces dando un paso
atrás hasta hacernos, si no invisibles, sí opacos. El poder lo sabe y no
se deja engañar por las apariencias, más bien tiende a usarlas, contra
el movimiento de masas unitarias y mayoritarias que IU intenta impulsar.
IU ha ido, esta yendo, más allá de sí misma. En las elecciones
europeas, mejor dicho, de la Unión Europea, ya fuimos en una amplia
coalición, pero nos faltó audacia y así ha sido reconocido.
Ahora se trata de dejarse enseñar por la vida y no perder el norte.
Este está claro y los ataques de los enemigos nos dicen que estamos
golpeando donde más les duele.
Simplemente, tenemos que dejar de ser ingenuos: luchar por la
apertura de un proceso constituyente, defender los derechos sociales y
laborales, oponerse a la Europa alemana, defender la soberanía popular
es luchar contra el poder, el poder de verdad y eso obliga, insisto,
obliga a construir un poder “otro”, un (contra-) poder. Todo lo demás es
mala literatura y pésimo concepto. No es tiempo de pusilánimes.
Situar a Alberto Garzón al frente de la política unitaria y de la
propuesta constituyente es una señal de que aprendemos, de que tenemos
ojos y oídos y de que rectificamos, señal inequívoca de una fuerza con
futuro. Ante la presencia de Podemos no nos replegamos y no nos
equivocamos de enemigo. No hay movimientos sin cuadros y sin
organización; necesitamos mucho, muchísimo, de ambas cosas, situando
siempre la política en el puesto de mando.
No debemos engañarnos con el cuento de la lechera de los “medios de
manipulación social”. La partida es y va a ser muy dura. El nuevo
monarca es muy débil y el proceso de transición a un nuevo régimen no ha
hecho otra cosa que comenzar.
El peligro es el transformismo. ¿Cómo definirlo aquí y ahora? Se
trata de usar el impulso, la demanda de cambio para modificar el sistema
político en un sentido contrario a las aspiraciones populares.
Desde el 15M el centro ha sido “democratizar la democracia”, asegurar
el autogobierno del pueblo por el pueblo. Pablo Iglesias ha sabido
definir eso en el imaginario social: ellos (la casta) y nosotros (el
pueblo). Esto es justo: la crisis de régimen es siempre una crisis de
representación y la llegada de una nueva clase política. Transformismo,
en este contexto, significa cambiar todo y de forma radical hacia peor
partiendo de lo mejor. Expliquémonos.
Poner el acento en los procedimientos y no en los contenidos de la
democracia conlleva riesgos ineludibles. ¿Cuál es el problema de esta
clase política? Que se ha convertido en casta. ¿Por qué? Porque ha
perdido cualquier autonomía del poder económico, que son los que mandan y
los que corrompen.
La casta es el efecto y no la causa. Por eso el enemigo es algo más
que la casta, es el complejo económico-mediático- político que dirige el
país, el nuestro y al otro, el que dirige el inefable Cebrián de las
cavernas, y que desde siempre nuestro padre Joaquín Costa llamó
oligarquía a unos y a otros caciques especializados en conseguir votos.
La propuesta de Rajoy de cambiar la elección de los alcaldes es
claramente oportunista, pero tiene mucho que ver con la tentativa
transformista. So pretexto de acercar la política a los ciudadanos se
defienden circunscripciones electorales uninominales y sistemas
mayoritarios, para democratizar el sistema y acabar con los privilegios
de los políticos se pone fin a la financiación publica de los partidos y
para evitar la corrupción se privatiza lo público y las instituciones
económicas pasan a manos de supuestos expertos neutrales y
profesionales.
Más allá, para democratizar los partidos, se potencian las
organizaciones locales y se liquidan de paso las arcaicas organizaciones
ideológicas, sustituidas por políticos funcionales, ligados a los
poderes realmente existentes, es decir, las empresas y los grupos
mediáticos.
Al final, emerge la (norte-) americanización de la vida pública y el
control férreo del poder político por los grupos económicamente
dominantes. La supuesta regeneración democrática da paso a la revolución
neoliberal. Renzi esta ahí al lado, como quien dice.
Lo que se quiere indicar es que todo proceso de cambio real lleva en
su seno, contradictoriamente, peligros restauradores que las fuerzas
políticas deben reconocer y evitar. Cuando hablamos de revolución
democrática, nos referimos a un proceso de democratización sustancial
del poder político, económico, social y cultural.
El poder constituyente que nosotros defendemos busca construir un
sujeto político capaz de definir las condiciones que hagan posible una
sociedad de hombres y mujeres libres e iguales. A esto siempre se le ha
llamado Constitución republicana y Estado de derecho.
Recientemente, con su lucidez habitual, Santiago Alba Rico definía el
asunto con mucha precisión: “¿Qué quiere decir Estado de derecho?
Quiere decir que toda asamblea ha tenido que decidir previamente, en un
proceso constituyente, los límites, éticos y políticos, de cada decisión
colectiva. La democracia no es solo decidir en elecciones; es haber
decidido ya los principios de nuestras decisiones. Eso se llama
Constitución”.
Desde este punto de vista la Constitución a la que aspiramos sería la
“hoja de ruta” de la transformación de nuestra sociedad, para realizar
aquello de que “Corresponde a los poderes públicos promover las
condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los
grupos en que se integra sean reales y efectivas: remover los obstáculos
que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de
todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.”
Seguramente a algunos le sonará: es el artículo 9.2 de nuestra
Constitución, que recoge, suavizada, el artículo 3, párrafo segundo, de
la Constitución italiana, la célebre cláusula de Lelio Basso. La
realidad constitucional ha cambiado tanto que esto nos parece de otro
mundo y sin embargo fue un elemento clave del constitucionalismo social
fruto de la derrota del fascismo y del ascenso del movimiento obrero y
de la izquierda.