07 febrero 2013

Chávez no se va.

Mi amigo Pepe, que era cubano, le llamaba “el cangrejo” a la maldita enfermedad que le hurtaba la vida día a día. Él, coronel de las Fuerzas Armadas cubanas, decía que no le importaría morirse en Venezuela porque admiraba la construcción de la nueva Revolución, hecha a imagen de aquella querida Revolución de su patria. Un proceso puesto en marcha por un comandante, Hugo Chávez Frías, considerado dictador, sátrapa y eje del mal por el imperialismo, simplemente por haber devuelto la dignidad a su pueblo; un pueblo que ha depositado en él su confianza repetidamente, la última vez con récord histórico de participación y votos. Pepe y yo compartíamos enfermedad, ideales y algunos sueños. En cierta ocasión le acompañé al extraordinario CIMEQ para recibir tratamiento, precisamente donde hoy se encuentra el presidente venezolano.

Años atrás, un 14 de abril de 2002, en una borrascosa mañana de domingo en Santiago de Compostela, cuatro amigos visitábamos a un camarada a quien “el cangrejo” había robado recientemente la compañera. Tres días antes, un golpe de estado promovido por la patronal venezolana, con el apoyo de los gobiernos español y estadounidense, había derrocado al gobierno legítimo de Chávez y secuestrado al presidente. Frente al televisor encendido, pero con el volumen del aparato desactivado, charlábamos sobre el futuro de América Latina, sobre nuestro futuro. La imagen del comandante llamó nuestra atención. 

— “Un reportaje sobre Chávez”, sugirió alguien, convencido de que aquellas imágenes necesariamente se emitían en diferido. 

Pero un ángulo de la pantalla lucía un pequeño y mágico letrero con el texto “en directo”. En cuestión de segundos, el televisor sonaba para medio vecindario. La sorpresa se convirtió en algarabía al comprobar que Chávez regresaba de su cautiverio porque el pueblo venezolano había devuelto la normalidad institucional. La incertidumbre sobre su futuro dio lugar a la alegría por la certeza de su regreso.

Menos de un año después, en un acto celebrado en la Asamblea Legislativa de Río Grande del Sur, simultáneamente al Foro Social de Porto Alegre, tuve la satisfacción de poder escucharle durante tres horas. Contestó amenamente cada pregunta formulada por el público presente, y demostró conocimientos multidisciplinares, transmitiendo una imagen muy alejada de la distorsión intencionada que fomentan los medios occidentales. Habló de Política, de Filosofía, de Literatura, citó a los clásicos del marxismo... Un estudiante francés le sugirió que ofreciese habitualmente la misma imagen pausada y culta para facilitar apoyos a su causa en el extranjero. Chávez dijo entonces que él conocía el perfil social de los quinientos asistentes, en su mayoría universitarios europeos y dijo, aproximadamente:

— Ustedes deben entender a mi país. Yo no puedo hablar para mis compatriotas como hablo para ustedes, porque no todos me entenderían.

A mi amigo Pepe, mi padre postizo, le llevó el jodido cangrejo. Antes, un periodista español le preguntó qué pasaría si Fidel faltase:

— ¿Después de Fidel? Después de Fidel, ¡más Revolución!, contestó altivo.

A Hugo le pega duro “el cangrejo”. Y aún aguardo que aparezca el cartelito “en directo” y nos llevemos todos la sorpresa, porque el mundo le necesita. Pero si no es así, no porque lo quiera un dios que no existe, sino porque la enfermedad le ha vencido, el proceso revolucionario será imparable. Después de Hugo Chávez, ¡más Revolución!

“El cangrejo” me ha dejado una cicatriz muy visible que estimula mi ansia de Revolución; porque quiero verla y, si es posible, ayudar a construirla. Pero si un día me vence ese maldito crustáceo, quisiera poder irme con la milésima parte de la dignidad, la honestidad y la nobleza del comandante Hugo Chávez Frías. Salud comandante, y nunca mejor dicho.



Fuente: Partido Comunista de Galicia.

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